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Vetas y grietas en el mármol, o cómo evaluar a nuestros senadores

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El fin de la XLIX legislatura está, con el balotaje ya en la mochila, un poco más cerca: 2 de marzo de 2025 es la fecha fijada para el cierre oficial. Sin embargo, las sesiones ordinarias fueron levantadas 15 de setiembre: entre el receso legislativo habitual –del 15 de diciembre al 1º de marzo– y su adelanto quinquenal por las elecciones nacionales, puede decirse que la actividad relevante cerró hace ya unos meses. Así, parece ser este un momento adecuado para pasar raya e intentar evaluar el desempeño de nuestros representantes a la luz, además, de las últimas elecciones.

Durante estos casi cinco años pasaron por las cámaras, comisiones y despachos del Palacio Legislativo proyectos y discusiones de lo más diversos que suscitaron apoyos –salvo notables excepciones– mucho menos variados. En general, la Coalición Republicana –antes multicolor– votó en masa y lo mismo hizo el Frente Amplio desde la oposición. En total fueron 1.306 proyectos presentados –el menor número al menos en las últimas cuatro legislaturas–, que devinieron en ley sancionada únicamente en cuatro de cada diez veces (490), según el Programa de Estudios Parlamentarios (PEP).

En tanto, según este mismo centro de estudios la tasa de rotación tras las elecciones de octubre fue de las más elevadas desde 1990 –y la segunda más alta desde que se tienen datos, si no se considera el retorno a la democracia en 1985, cuando prácticamente el 70% de los legisladores eran nuevos–. Si bien no es posible interpretar esto únicamente como una señal de descontento con los representantes en funciones, sí parece haber alguna conclusión posible.1

Quizás estos factores, entre otras razones, ayuden a explicar uno de los resultados del último relevamiento de CB Consultora, motivación principal, además, de estos párrafos: en promedio, los senadores uruguayos tienen un saldo de popularidad negativo (-5,5%) y la tasa de no respuesta –aquellos que no saben o no responden– es cercana al 40%.

Una fascinación simplificadora

El informe de CB Consultora circuló en los últimos días en varias redes sociales. Su principal atractivo: el ranking de senadores. Con tres legisladores frenteamplistas a la cabeza, cinco de diez en el top 10 y sólo dos de diez entre los peores de la clase, la bancada opositora parece tener motivos para sacarse lustre –y su militancia para viralizar los resultados–. Pero, parafraseando una entrada del blog del PEP de 2022, los índices y rankings ejercen una fascinación simplificadora sobre sus usuarios y conviene entonces ser más prudentes a la hora de leerlos.

Entonces, si la medición de la popularidad nos permite tener una idea más clara del desempeño pasado y algunas ideas sobre el futuro de los legisladores, pero a su vez estas estimaciones no son más que indicadores tan fascinantes como simplificadores, ¿cómo interpretar estos números? Por ejemplo, una alta aprobación no necesariamente significa liderazgo incuestionable, y una baja desaprobación tampoco garantiza relevancia. Hay senadores con una exposición tan baja que parecen fantasmas en el Parlamento, mientras que otros, bajo el reflector de la polémica, polarizan las opiniones. Por eso, medir la imagen de un senador va mucho más allá del porcentaje de aprobación; requiere un análisis fino que considere tanto los balances netos como las proporciones relativas de sus respaldos y críticas.

Vayamos por partes. El ranking publicado originalmente ordena a los senadores según su popularidad absoluta: Mario Bergara, líder de Seregnistas (Frente Amplio, FA), ocupa el primer lugar con un 54,2% de aprobación. Lo siguen en este orden sus correligionarios Liliam Kechichian (Seregnistas, 49,1%) y Óscar Andrade (Partido Comunista del Uruguay, 47,1%). Algo más abajo, Javier García, del Partido Nacional (PN), Alejandro Sánchez (MPP) y Gloria Rodríguez (PN) reúnen el apoyo de cuatro de cada diez encuestados.

Sin embargo, algunos de estos nombres también están entre los diez senadores con mayor desaprobación según el mismo informe: García y Andrade tienen una tasa de rechazo de 47,3% y 45,3%, respectivamente. En cambio, algunos senadores, como Graciela García (MPP) y José Nunes (Partido Socialista), tienen apenas 11,3% y 9,3%. La exposición pública de García y Nunes es considerablemente menor que la de muchos de sus colegas, tanto oficialistas como opositores. De hecho, también su aprobación es de las más bajas. Entonces ¿cómo leemos esto? ¿Son buenos o malos legisladores? Si tengo razón, el análisis tal como está no nos permite decirlo. Para comenzar a esbozar una respuesta podemos recurrir a la aritmética básica: si sumamos la opinión favorable y desfavorable de ambos, llegamos a cifras del orden del 20%. Pero ¿cómo? ¿Y el otro 80%? Esas personas son los famosos NSNC, o no sabe/no contesta.

Va de nuevo: ocho de cada diez encuestados dice no saber si Graciela García o Nunes le merecen una opinión favorable o desfavorable, o, en el mejor de los casos, elige decirlo. Parece haber algo ahí. Lo que propongo es tomar este número –la proporción de personas que no tienen una idea formada– como una aproximación a la exposición del legislador: cuanto más alto sea, menos conocido será. Una vez que tenemos esto, podemos intentar ajustar la popularidad (positiva) por esta exposición. El resultado sería algo así como cuánta aprobación recibe el parlamentario X por cada persona que lo conoce. De esta forma limpiamos la popularidad del efecto de su exposición mediática, entre otros factores que influyen en el NSNC.

En la tabla 1 se presenta el nuevo top 10 al hacer este ajuste. Algunos cambios sustanciales: ahora son ocho de diez los senadores frenteamplistas; se consolida la figura de algunos legisladores, aunque el liderazgo pasa ahora a manos de Silvia Nane (La Amplia), seguida por José Carlos Mahía (Asamblea Uruguay-Seregnistas), y, en un hecho prácticamente inédito en la política uruguaya, se cumple la paridad entre hombres y mujeres. Además de tener una baja exposición mediática, las personas que entran en este nuevo ránking pueden ser vistas como menos polarizantes o legisladores emergentes.

Aprobación de los senadores, ajustada por exposición

Silvia Nane 69,9
José Carlos Mahía 63,5
Mario Bergara 60,2
Eduardo Brenta 59,6
Gloria Rodríguez 59,1
Sebastián Sabini 56,9
Sandra Lazo 56,8
Liliam Kechichian 56,5
Alejandro Sánchez 56,4
Carmen Sanguinetti 55,6

Fuente: elaboración propia con base en informe de CB Consultora.

Ahora bien, hasta ahora lo que hemos medido es la aprobación absoluta en su versión bruta o ajustada por exposición. Sin embargo, como dijimos, una aprobación muy alta no garantiza que el senador en cuestión tenga una buena imagen en términos generales. Recordemos el caso de Javier García: si descontamos las opiniones negativas de las favorables, entonces el senador queda con un saldo negativo de 4,6%. En otras palabras, su popularidad neta es mala. ¿Cómo queda el ranking si hacemos este ajuste para todos? Las conclusiones son bien parecidas al ajuste anterior: se consolidan distintos parlamentarios, mientras que ingresan nuevos: Nane, Mahía y Bergara vuelven a integrar el podio, mientras que el colorado Tabaré Viera se suma ahora a su correligionaria como quienes cierran esta selecta lista. Trece de los catorce con saldo negativo integran la cámara alta por la Coalición Republicana.

Saldo de aprobación de los senadores

Mario Bergara 18,3
Silvia Nane 17,7
José Carlos Mahía 13,7
Liliam Kechichian 11,3
Gloria Rodríguez 11,1
Eduardo Brenta 10,9
Alejandro Sánchez 9,7
Sebastián Sabini 5,5
Tabaré Viera 5,2
Carmen Sanguinetti 4,7

Fuente: elaboración propia con base en informe de CB Consultora.

Otra opción que tenemos es estudiar la pureza, calidad o eficiencia de la aprobación. En lugar de ajustarla por su exposición o restarle las opiniones negativas, lo que implicaría este cálculo es premiar opiniones favorables limpias: al dividir el saldo neto por la tasa de aprobación, lo que obtenemos es qué porcentaje de las aprobaciones permanece luego de descontar los rechazos. En otras palabras, estamos identificando figuras cuyo respaldo positivo es sólido y no se ve significativamente afectado por críticas. Una vez más, se presentan las principales conclusiones y el top 10 al hacer este análisis. Por ejemplo, Bergara pierde nuevamente el liderazgo –que había recuperado con los saldos– a manos de Nane y Mahía, y la paridad vuelve a aparecer.

La política es un escenario donde la percepción juega un rol importante, en algún punto quizás más que el trabajo efectivo.

Eficiencia o calidad de la aprobación de los senadores

Silvia Nane 0,57
José Carlos Mahía 0,42
Mario Bergara 0,34
Eduardo Brenta 0,32
Gloria Rodríguez 0,31
Sebastián Sabini 0,24
Sandra Lazo 0,24
Liliam Kechichian 0,23
Alejandro Sánchez 0,23
Carmen Sanguinetti 0,20

Fuente: elaboración propia con base en informe de CB Consultora.

La resiliencia frente a las críticas es otra –aunque algo similar a la eficiencia– de las métricas que podemos analizar. La idea de este indicador es mostrar algo así como cuánto saldo neto tiene el senador por cada punto de desaprobación. La principal conclusión en este caso es que Nane se destaca como la única senadora con una resiliencia alta –por cada crítica logra mantener más de un punto de aprobación neta–; el resto se mantiene en su posición relativa.

En suma, del análisis de las distintas métricas podemos sacar algunas conclusiones. En primer lugar, los senadores opositores finalizan el período con una mayor aprobación sin importar el indicador que se considere. Segundo, la representación de los distintos sectores en el top 10 parece ser tan robusta a las distintas medidas como contraria a la distribución de bancas en la próxima legislatura: Seregnistas tiene tres, el MPP otros tantos, y La Amplia y la Vertiente Artiguista sólo uno. Tercero, muchos legisladores mejoran considerablemente su posición al contemplar su nivel de exposición y también en términos de la calidad y resiliencia de esta aprobación: Nane y Mahía son los casos quizás más salientes dentro de la bancada frenteamplista, pero Carmen Sanguinetti (PC) también sale fortalecida al complejizar el análisis. Cuarto: como consecuencia de lo anterior, las mujeres logran posicionarse mejor, explicando quizás las diferencias en exposición que tienen en los medios.

Entre la ley y el like

La política es un escenario en el que la percepción juega un rol importante, en algún punto quizás más que el trabajo efectivo. No en vano, cada vez son más relevantes las salidas en medios, el uso de redes sociales y, en tiempos de campaña, la publicidad. Esto corre en particular para los senadores, a quienes pronto –si es que no hace tiempo– ya no les bastará con legislar; también deberán exponerse, salir al diálogo y convencer.

Para intentar cuantificar el vínculo entre estas dos dimensiones de la labor parlamentaria, podemos tomar el Índice de Esfuerzo Parlamentario, una aproximación del PEP al indicador propuesto por los economistas Ernesto Dal Bó y Martín Rossi para resumir en un solo número el desempeño de los legisladores. Esta métrica mostraba, por ejemplo, que entre 2020 y 2022 sólo 30 de 94 personas que ingresaron en algún momento a la cámara alta tenían un resultado superior al promedio.2

Antes de seguir, una salvedad: la diferencia entre los períodos de relevamiento o cálculo de los indicadores que se comparan supone al menos tres limitantes: (i) el IEP puede estar desactualizado y no reflejar lo hecho en los últimos dos años; (ii) algunos nombres, como el de Charles Carrera (MPP-FA) o Gustavo Penadés (PN) –curiosamente, los dos con mejor desempeño estimado– ya no están en el Parlamento y, por lo tanto, no fueron relevados por la consultora; (iii) otros pueden aparecer en el informe pero no tener un IEP asignado, como Nunes.

Veamos entonces qué relación guardan entre sí –si alguna– estos dos indicadores. Una forma de ver esto es a través del coeficiente de correlación: si el esfuerzo de los legisladores es lo que determina su nivel de aprobación, entonces deberíamos encontrar una correlación de 1. En cambio, un coeficiente nulo supondría que no importa qué tanto o qué tan poco se esfuercen los senadores, eso no incidirá en su popularidad.

Al calcular las correlaciones entre los distintos indicadores de popularidad presentados y el IEP, todos los coeficientes resultan positivos pero notablemente inferiores a la unidad. Esto podría sugerir que existen, además del esfuerzo parlamentario –y amén de los posibles errores de medición comentados–, otros factores que también influyen en la imagen de los legisladores. Por nombrar un caso paradigmático: Amanda Della Ventura (VA-FA) tiene el máximo IEP entre todos los calculados por el PEP (1,91) y, sin embargo, se encuentra de mitad de tabla para abajo en el ranking absoluto, aunque trepa varias posiciones al ponderar por su exposición. En cambio, es difícil encontrar nombres con alta popularidad que tengan poco trabajo parlamentario.

Claro está, todo esto depende de cómo se mide el IEP y, en particular, de las dimensiones del trabajo parlamentario que mide (asistencia, proyectos presentados, informante de comisión, intervenciones en debates, exposiciones orales o escritas, pedidos de informes). También es relevante considerar la cantidad de veces que los legisladores asisten al Senado, o incluso las comisiones y temas en los que trabajan, si asumimos que estos pueden darles mayor o menor exposición. Pero todo eso quedará para otra vez, o abierto a intercambio con el que se cuelgue.

Alejo Estavillo es economista.

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