Desde hace algunos años, impulsado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se ha definido el 12 de junio como Día Internacional de la Lucha contra el Trabajo Infantil. La Convención sobre los Derechos de los Niños de la ONU, en su artículo 32, sostiene: “Los estados partes reconocen el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”. Uruguay adoptó esta convención en 1990 por la Ley 16.137.
A partir de este marco general, en 2000, siguiendo una directiva de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se creó por decreto la Comisión para la Erradicación del Trabajo Infantil (CETI) bajo la presidencia del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, con los cometidos de asesorar, coordinar y proponer programas tendientes a la eliminación del trabajo infantil.
En 2015, en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 8 de la ONU, se definió que para 2025 se debía erradicar el trabajo infantil de forma definitiva. Seguramente este objetivo no se alcance, pero no por ello debemos renunciar a seguir luchando para erradicarlo.
Características del trabajo infantil
La erradicación del trabajo infantil no es fácil de lograr, porque se va adecuando a las características de la evolución de los sistemas culturales, sociales y económicos de cada época y de cada país. El trabajo infantil, además de tener una base cultural, también se afirma en una base social, ligada a la organización de la familia y a la vida doméstica, y a la organización de la propia sociedad en cada etapa histórica. Pero, a su vez, el trabajo infantil siempre se sitúa en los márgenes de los sistemas económicos dominantes de nuestras sociedades. Por ejemplo, en el siglo XIX, las referencias al trabajo infantil, particularmente en Europa, están muy ligadas al trabajo industrial, fundamentalmente a las empresas textiles, y también a las minas de carbón. Además, en la misma época, el trabajo infantil estaba instalado muy fuertemente como práctica en las tareas agrícolas y en las tareas domiciliarias, artesanales y mercantiles, aunque en estos casos tiene menor visibilidad que en la industria y las minas. Estas situaciones de trabajo infantil son quizá más conocidas por el público, por la literatura de la época. Aparecen en las novelas de Charles Dickens o de Émile Zola, por ejemplo, con un tono casi de denuncia de la dramática situación que vivían estos niños que trabajaban. Estas novelas colaboraron a construir socialmente una sanción moral al trabajo infantil que no existía anteriormente.
Todo este malestar respecto del trabajo infantil desde un punto de vista moral se traduce en las primeras leyes de prohibición o de control del trabajo infantil en Inglaterra a principios del siglo XIX y en Francia en 1843. Estas leyes son los antecedentes de una profusa legislación sobre esta problemática a nivel internacional, como a nivel de la mayoría de las naciones.
Hoy el trabajo infantil de tipo fabril se ha reducido notablemente, por lo menos en Europa y América Latina. Ello, en gran parte, se debe a las exigencias de trabajo especializado por las innovaciones tecnológicas y por el requerimiento de un continuo avance de la productividad, entre otras razones, que van expulsando al niño de estos ámbitos de trabajo. Aun así, posiblemente todavía subsiste, aunque de forma muy secundaria, en la industria, al tiempo que simultáneamente ha crecido en otros sectores de la economía y de la vida social.
Por lo tanto, no se ha eliminado el trabajo infantil. Sigue apareciendo, ligado a las estrategias de subsistencia de los sectores pobres de la sociedad y al crecimiento de la “infantilización de la pobreza”, como la definió Juan Pablo Terra ya hace algunas décadas. Esta situación genera, casi de forma paradójica, una “adultización” del niño/a, con todas las consecuencias negativas para él o ella, por tener que asumir responsabilidades que no corresponden a su edad y porque pueden ser perjudiciales para su salud y para su educación.
No se ha eliminado el trabajo infantil. Sigue apareciendo ligado a las estrategias de subsistencia de los sectores pobres de la sociedad y al crecimiento de la “infantilización de la pobreza”.
Este trabajo infantil crece en cuanto existen posibilidades de desarrollarse en actividades económicas de tipo tradicional, aunque siempre en los márgenes. También crece en tareas del hogar y de cuidados, fundamentalmente desarrollado por las niñas, para liberar a las madres de ciertas tareas propias de este ámbito, para que puedan salir del hogar para trabajar por alguna remuneración. Pero también, a veces, se desarrolla trabajo infantil en actividades claramente ilícitas pero económicamente muy rentables, como la explotación sexual infantil, que la OIT declara trabajo esclavo en su Convenio 182 sobre las “peores formas de trabajo infantil”. O, más recientemente, el microtráfico de drogas, a pesar de ser riesgoso para el niño en múltiples sentidos, incluso de muerte. Estas últimas actividades de trabajo infantil, desafortunadamente, están creciendo notablemente en Uruguay.
Por todo ello pensamos que el trabajo infantil como recurso para sobrevivir se erradicará solamente cuando sea condenado culturalmente por toda la sociedad y, por lo tanto, desaparezca como estrategia de sobrevivencia para todos aquellos que estén necesitados. Salvando las distancias, tal como desapareció la antropofagia como estrategia de sobrevivencia hace miles de años, por ejemplo.
Es por ello que las políticas orientadas a la erradicación del trabajo infantil, como toda política social, deben basarse en una dimensión moral que se hace evidente en este caso, pero también, para que constituyan una política consistente, deben basarse en una dimensión racional. En cuanto a esto último, deben mostrar que la existencia del trabajo infantil es dañina para nuestra sociedad toda y no solamente para el niño o la niña que trabajan. Es importante señalar, entonces, que todas las formas de trabajo infantil, que pueden ser muy variadas, al impedir una formación escolar sólida y una continuidad educativa, los condenan, cuando crezcan, a que casi nunca puedan salir de un sector marginal del sistema económico y, por lo tanto, a que estén siempre condenados a insertarse de forma informal en el mercado laboral, desarrollando tareas de poco valor. Por ello, parte de la fundamentación de la lucha contra la informalidad debe incluir la lucha por la erradicación del trabajo infantil, porque de este saldrá su segmento más difícil de eliminar.
En consecuencia, se necesita el trabajo mancomunado de todas las instituciones, públicas y privadas, para desarrollar la lucha contra el trabajo infantil, combinando esfuerzos colectivos y esfuerzos específicos de cada uno de los organismos coordinados en la CETI.
En cuanto a las organizaciones de la sociedad civil, sabemos que el PIT-CNT está considerando la organización de cursos sobre la problemática del trabajo infantil para sus afiliados en el horizonte inmediato, y posiblemente incorpore la temática de la erradicación del trabajo infantil en su próximo Congreso, el año entrante. Por su parte, ASU, en acuerdo con la Federación Uruguaya de Magisterio, ha decidido construir un repertorio de trabajos infantiles con el fin de contribuir a que se pueda abordar las distintas modalidades de erradicación del trabajo infantil de forma más eficaz. Por ejemplo, con políticas culturales persuasivas, políticas de apoyo económico a las familias que tienen niños o niñas que trabajan, e incluso políticas represivas dirigidas a los responsables de actividades ilícitas que involucran a la niñez de nuestro país.
Marcos Supervielle es sociólogo, profesor emérito de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, y representante de ASU en la CETI.