A la hora de querer explicar y predecir el resultado de una elección, hay que distinguir entre dos aspectos: el primero refiere a los factores estructurales, duros y más estables, que en un sistema de partidos institucionalizado como el uruguayo nos explican quién está mejor posicionado para ganar la elección. El segundo aspecto refiere a los factores coyunturales, y abarca desde el diseño de las campañas hasta la fortaleza de los candidatos/as o hechos políticos puntuales durante la competencia electoral. Cuanto más determinantes son los factores estructurales, menos importan los coyunturales, y viceversa. En este artículo vamos a analizar los factores estructurales.
En la etapa actual del sistema de partidos, donde ambos bloques están equilibrados, los factores estructurales que explican la continuidad o el cambio electoral son evaluativos (economía y gestión de gobierno).1 Lo que sucede en este ciclo electoral, como describió Fernando Esponda en la nota que inspiró este artículo,2 es que los factores que predicen el resultado de una elección están “raros”. El presidente cuenta con una alta aprobación de su gestión, pero la intención de voto muestra al Frente Amplio (FA) con ventaja. A su vez, los indicadores económicos duros, así como la evaluación de la ciudadanía sobre la economía, se ubican en niveles intermedios en comparación con anteriores gobiernos, pero con una tendencia de mejora.3 Sin embargo, han sido mucho más cambiantes que la evaluación del presidente, que parece tener un piso alto y resistente. Esto nos muestra que la elevada aprobación del presidente no se sostiene tanto por la gestión económica, como sucedió en períodos anteriores de gobierno con niveles de aprobación similar.
La explicación sobre la aprobación de la gestión del presidente es que al principio se sostuvo en la gestión de la pandemia y la mejora de la seguridad, y cuando eso terminó,4 si bien la economía no estaba tan bien, estaba mejorando. La pandemia puede haber marcado un tono general positivo sobre la gestión, como lo hacen eventos iniciales en el período de gobierno de gran atención mediática, pero eso sólo puede explicar inercia,5 no resistencia ni “coraza” ante posteriores eventos negativos. La pandemia fue una anomalía, pero no explica la “rareza” de los indicadores actuales de opinión pública. Tampoco hay un descalce de gestión de gobierno y presidencial: datos de Opción Consultores que preguntan por el gobierno son muy similares a los de Equipos Consultores que preguntan exclusivamente por el presidente.6 Entonces, ¿a qué se debe esta contradicción? Y, sobre todo, ¿quién está mejor posicionado para ganar la elección?
La aparente contradicción descripta, así como otras rarezas, se explican por una particularidad del actual ciclo electoral que no estuvo presente desde, al menos, 1971: no hay un partido desafiante. Lo que hay son dos oficialismos que se disputan para parecer el menos oficialista y así representar el cambio. Y ese “detalle” explica varias cosas.
Ser el desafiante es ser el partido o bloque que nunca gobernó, o cuyos principales líderes y figuras no han gobernado y, por lo tanto, representan la renovación. Esa novedad le otorga el beneficio de la duda; pero también incógnitas sobre su preparación para gobernar y sobre qué van a hacer cuando lleguen al gobierno. Generan entusiasmo y miedo. Desde su formación en 1971 hasta 2004, el FA fue claramente el partido desafiante.7 En la elección de 2009 el gobierno había tenido muy buenos indicadores evaluativos, que indicaban como lo más probable la reelección del FA. El más desafiante seguía siendo el FA, que venía de tener sólo un gobierno después de haber sido el desafiante por décadas. A su vez, tenía un candidato novedoso como José Mujica y enfrentaba a un expresidente de los partidos tradicionales, Luis Alberto Lacalle Herrera.
En la elección de 2014 el gobierno también contaba con buenas evaluaciones, que indicaban nuevamente que lo más probable era la reelección. Después de muchos años de gobierno, con el expresidente Tabaré Vázquez como candidato y con renovación de liderazgos en el Partido Nacional (PN) con Luis Lacalle Pou, el FA dejó de ser el desafiante y pasó a ser el oficialismo. De esta forma, el principal cuestionamiento a la oposición (ahora sí desafiante) fue si estaba en condiciones de gobernar, si el actual presidente estaba entonces preparado para serlo. En la elección de 2019, por un lado, el FA tenía malas evaluaciones de la economía y de gestión. Por otro lado, la campaña del líder de la oposición, Luis Lacalle Pou, logró consolidarlo como preparado para gobernar, al tiempo que el resto del bloque de derecha mostró renovación de liderazgos. El resultado fue el cambio.
En la elección que se avecina se da la paradoja de que la oposición es quien hace poco era el oficialismo y el gobierno es quien ganó la elección representando al bloque desafiante. Pero ambos bloques ya gobernaron recientemente y no ha habido un proceso profundo de renovación de liderazgos que les permita desconectarse de los gobiernos anteriores o del vigente: no hay desafiante. Pese a la buena evaluación del gobierno, no aparece como el favorito a ganar según la intención de voto, por lo que el que quiera ganar debe canalizar insatisfacción. Para eso, nada mejor que ser el desafiante. Pero como ninguno lo es, cada bloque trata de usar lo que tiene para ser el menos oficialista. Ambos son oficialismos que tienen algo que los hace más desafiantes que el otro, pero sólo en un aspecto: el FA está en la oposición y puede despegarse de su condición de oficialista porque perdió en 2019 (pagó un costo) y eso lo posicionó para hacer autocrítica y poder prometer cambios por haber aprendido de esos errores, mientras que el gobierno sigue siendo el bloque que gobernó durante menos tiempo en los últimos años y llegó al gobierno ocupando el rol de desafiante, puede seguir siendo el desafiante siempre y cuando el FA siga siendo el oficialismo, porque son roles relativos. También podría haberlo hecho con mayor facilidad que el FA dada su conformación en coalición de partidos, con otros partidos que le hagan frente al predominante PN para poder ofrecer cambios.
Los factores estructurales de esta elección son más favorables para un triunfo del FA, pero la insatisfacción de la población no es contundente, por lo tanto, tampoco la demanda de cambio.
Cuando había desafiante, el eje de la discusión estaba en gobierno sí/gobierno no, y a la oposición sólo se le cuestionaba cuán preparada estaba. Ahora el eje de la discusión es quién es mejor, o quién es el menos malo. Eso hace que la clase política tenga más discusiones que la retrotraen al pasado en busca de rédito político. Esta nueva dinámica de competencia hace que sea más probable un incremento de la polarización en la clase política, no necesariamente por diferencias ideológicas sustantivas, pero sí de enemistad e intolerancia hacia los adversarios. El estudio de Schuliaquer et al 8 de 2023 muestra dinámicas de competencia que buscan polarizar y deslegitimar al otro en la clase política. Se suele referir a ese tipo de polarización como afectiva9 aunque, en el caso uruguayo, donde la izquierda y la derecha son entendidos por gran parte de la población como equivalentes a los partidos políticos, las fronteras entre la polarización ideológica y la afectiva están bastante desdibujadas.
Este no es el único motivo por el que hay un incremento en la polarización. La polarización (en este caso la ideológica) crece debido a la presencia de instancias electorales,10 y en este período de gobierno ha habido un ciclo electoral prolongado por la pandemia y por el referéndum de la ley de urgente consideración (LUC). Lamentablemente, la polarización de la clase política es “contagiosa”: Equipos Consultores sostiene que en los últimos años se observó un aumento de la polarización ideológica en la población,11 así como hay datos de Factum que muestran una percepción de aumento de la polarización afectiva.12
En definitiva, la nueva dinámica de competencia genera incentivos en la clase política que conducen a un aumento de la polarización, y de discusión centrada en los temas que les dan más rédito político, que no son necesariamente los que más les interesan a las personas, sino donde mejor posicionados quedan frente al contrincante político. Esto puede llevar a una mayor percepción de las personas de que la clase política está desconectada de sus problemas, a la vez que las personas tampoco tienen demasiadas esperanzas ni miedos en comparación con el pasado (no hay desafiante).
Si esta dinámica de la clase política continúa, posiblemente genere dos consecuencias de forma simultánea: una mayor polarización en una parte de la ciudadanía (que ya observamos), y el incremento de la desafección en otra. La desafección es indiferencia, desconfianza e incluso hostilidad ante la política y las instituciones democráticas.13
Esta particularidad en la dinámica de competencia también explica por qué la oposición más redituable ya no es la más dura: no basta con mostrar un error del gobierno para canalizar esa insatisfacción como sí bastaba antes, siempre y cuando la oposición fuera percibida como preparada. Se debe mostrar que es un error que la oposición no cometería o que cometería menos si volviera a gobernar. Si la oposición cometió errores cuando gobernó, para sacar toda la ventaja posible de los errores del gobierno debe mostrar que aprendió y convencer de que lo haría mejor si volviera a gobernar.
¿Qué tiene que ver esto con quién gana la elección? Tener una buena evaluación de la gestión no es suficiente en este contexto para obtener el voto de la gente. Se necesita que la gente se convenza de que el gobierno es mejor que el anterior. Antes, la comparación era contra un pasado de malos gobiernos del contrincante, o de un contrincante que nunca gobernó, lo que permitía traducir la evaluación en votos de forma mucho más clara. Tampoco criticar al gobierno es tan redituable como antes, porque la gente evalúa si la oposición también cometió ese error cuando fue gobierno (y en qué medida). Todo el proceso evaluativo es mucho más relativo que antes.
A esta aparente contradicción entre la intención de voto y la aprobación del gobierno, se suma la anomalía de que las encuestas de intención de voto previas a las internas variaron más de lo habitual al rotar nombres de candidatos/as,14 al punto de cambiar el resultado entre bloques. La explicación no es la misma para cada bloque: en el caso de la coalición, tanto Cabildo Abierto y el Partido Independiente, por ser partidos centrados en su candidato, como el Partido Colorado, por el deterioro y desdibujamiento de su identidad como partido, mejoran al poner un nombre de candidato, porque su “marca partidaria” es débil. En el caso del FA, las estrategias de Cosse y Orsi los posicionaban en lugares muy distintos para canalizar la insatisfacción con el gobierno. Al no haber una dicotomía clara entre desafiante y oficialismo, los matices de las campañas pesan más.
Un aspecto adicional a tener en cuenta es distinguir los escenarios de octubre y noviembre. La diferencia que hubo en 2019 entre la primera vuelta y el balotaje fue anómala y hay motivos para pensar que en esta ocasión va a ser menor. Estos son: 1) el peso del PN en el total de la coalición es mayor que en 2019, y tiene mayor capacidad para retener a esos votantes; 2) hay menores dudas sobre el posicionamiento de CA, que fue el partido de la coalición del que más captó votos el FA en noviembre de 2019;15 3) la coalición está más consolidada como bloque y genera menos miedo porque ya no es desafiante; 4) el escenario que vimos repetirse en el referéndum de la LUC fue el de noviembre, no el de octubre.
Entonces, ¿qué dice la bola de cristal? Los factores estructurales de esta elección son más favorables para un triunfo del FA, pero la insatisfacción de la población no es contundente, por lo tanto, tampoco la demanda de cambio. Además, no es evidente quién está mejor posicionado para canalizar la insatisfacción existente –depende de quién logre posicionarse como el menos oficialista–, por lo que la campaña en curso será de mayor relevancia que en anteriores ciclos electorales.
Delmira Louis es candidata a magíster en Ciencia Política por la Universidad de la República. Agradezco los comentarios de Daniel Buquet a este artículo.
-
Buquet, D, & Piñeiro, R (2014). La consolidación de un nuevo sistema de partidos en Uruguay. Revista Debates, 5(2), 127-148. ↩
-
Ver https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2023/7/las-elecciones-de-2024-jugando-con-la-bola-de-cristal/ ↩
-
Ver https://www.youtube.com/watch?v=nguwgfD1Yl0. [Min. 23 al 27] ↩
-
Behr, JG (2003). The Polls: Searching for Determinism: A Comparative Assessment of First Term Approval Volatility, Buoyancy, and Polarization, Presidential Studies Quarterly, vol 33, 649-668. ↩
-
Ver https://www.opcion.com.uy/opinion-publica/aprobacion-de-gobierno-mayo-2024/. https://equipos.com.uy/noticias/Evaluacion-de-Lacalle-Pou-en-junio-46-aprueba,-34-desaprueba/240 ↩
-
González, LE (1999). Los partidos establecidos y sus desafiantes. En LE González, Los partidos políticos uruguayos en tiempos de cambio. Montevideo: Fundación Bank Boston y Universidad Católica del Uruguay. ↩
-
Schuliaquer, I et al. (2023), Polarización en el país de los consensos, Montevideo: Friedrich-Ebert-Stiftung, https://library.fes.de/pdf-files/bueros/uruguay/20396-20240228.pdf ↩
-
Iyengar, S, Lelkes, Y, Levendusky, M, Malhotra, N, & Westwood, SJ (2019). The origins and consequences of affective polarization in the United States. Annual Review of Political Science, 22(1), 129-146. ↩
-
Luna, JP (2002). ¿Pesimismo estructural o voto económico? Macropolitics en Uruguay. Revista Uruguaya de Ciencia Política, 13, 123-151. ↩
-
Ver https://equipos.com.uy/noticias/-De-izquierda-o-de-derecha-La-autoidentificacion-ideologica-de-los-uruguayos/151 ↩
-
Ver https://www.elobservador.com.uy/nota/la-grieta-siete-de-cada-diez-uruguayos-considera-que-cada-dia-es-mas-dificil-hablar-de-politica-sin-pelearse-con-el-que-piensa-distinto-20237175046 ↩
-
Easton, D (1965). A systems analysis of political life. Chicago: The University of Chicago Press. (1975) A re-assessment of the concept of political support. Journal of Political Science 5: 435-457. ↩
-
Ver https://ladiaria.com.uy/elecciones/articulo/2024/5/encuesta-de-equipos-compara-posibles-escenarios-para-octubre-con-distintos-candidatos-en-el-fa/ ↩
-
Schmidt, N, & Porzecanski, R (2021). La pecera rebelde: explicando el trasiego de votos de octubre a noviembre. En JA Moraes, & V Pérez Bentancur, De la estabilidad al equilibrio inestable: elecciones y comportamiento electoral en Uruguay 2019 (págs. 209-233). Montevideo: Udelar. FCS-DCP. ↩