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El cooperativismo: motor de transformación social y camino hacia la vivienda digna para jóvenes

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La vivienda es una de las principales preocupaciones de las personas jóvenes en Uruguay, sobre todo en un contexto donde el mercado inmobiliario ha aumentado significativamente sus precios para adquirir o solventar soluciones habitacionales tanto transitorias como permanentes. Alquilar en condiciones seguras y dignas es hoy casi un privilegio. Sumado a los bajos salarios y la incertidumbre que generan las nuevas formas de acceso al trabajo, se ha agudizado el problema de la vivienda, generando más limitantes para el acceso a un derecho básico y constitucional.

El alquiler (formal e informal) es de las pocas vías con que los jóvenes logran emanciparse de sus hogares de origen. Hay también jóvenes que terminan construyendo una segunda o tercera vivienda en un predio familiar, sobre todo en sectores de ingresos medios. En los sectores socioeconómicos más bajos, la emancipación suele ocurrir a partir de la formación de hogares en asentamientos, aumentando la densificación de estos o creando nuevos. El allegamiento, con el efecto de hacinamiento y precarización de la vivienda, es una mala alternativa para la autonomía de los jóvenes y su calidad de vida.

En este marco, el cooperativismo surge como una posible respuesta. Las cooperativas de vivienda generan condiciones necesarias para el desarrollo de la autonomía de los jóvenes y proponen nuevas formas de organización. El cooperativismo de vivienda permite que las personas jóvenes trabajen juntas para adquirir o construir viviendas de calidad, de forma accesible y sostenible. Pone en práctica valores de convivencia y construye comunidad, desde la solidaridad, el respeto y la participación activa, valores vinculados directamente a la cooperación, fomentando la mutualidad en colaboración y apoyo entre sus integrantes.

En Uruguay existen grandes ejemplos de cooperativas de vivienda que han sido vanguardia al aplicar estos principios, grandes comunidades que no sólo brindan a sus personas socias una solución habitacional, sino que además sostienen escuelas, jardines de infantes, bibliotecas, espacios deportivos y comercios, que muchas veces dan oportunidades laborales a las y los vecinos. Estas cooperativas, como otras, sirven como núcleos barriales de espacios intercooperativos e intervecinales y generan identidad y pertenencia; dan respuesta a un conjunto de necesidades y mejoran la calidad de vida.

El cooperativismo incentiva una distribución equitativa de recursos y riqueza y su aplicación eficiente. La cooperativa se empodera al asumir el desafío de la gestión social, económica y financiera del proyecto y de la gestión de la propia construcción. La acción y la vivencia cooperativa fomentan la colaboración y el trabajo en equipo, en contraposición al individualismo que a menudo prevalece en nuestra sociedad, desmitifica el relato del éxito individual y promueve el liderazgo colectivo. Esto es especialmente relevante en un contexto donde la especulación inmobiliaria y la desigualdad económica exacerban el individualismo y la competencia.

En cuanto al cooperativismo de vivienda, puede ser para los jóvenes en Uruguay una manifestación concreta y actual de los ideales de igualdad y de justicia social artiguistas. Un Estado que aborde directa y eficazmente las desigualdades económicas y sociales debe tener como opción clara el estímulo al cooperativismo, permitiendo que las personas, particularmente los jóvenes, en especial aquellos de sectores de menores recursos, accedan a viviendas dignas sin depender del mercado inmobiliario, que tiene por fin el lucro de los grupos económicos poderosos –incluso generando blanqueo de activos– sin dar respuesta a necesidades.

Las cooperativas de vivienda generan condiciones necesarias para el desarrollo de la autonomía de los jóvenes y proponen nuevas formas de organización.

El modelo cooperativo permite a los jóvenes ser parte del control y gestión de todo el proceso, desde su inicio hasta la ocupación y uso de las viviendas, tomando decisiones en conjunto, en comisiones de trabajo y asambleas, contraponiéndose a modelos más desiguales como la relación propietario-inquilino. Estas asambleas son expresión de un paralelismo con los antiguos cabildos, que, según Artigas, son la forma más sagrada y honrosa de organización política. Promueven valores de participación ciudadana y de autogestión que entendemos deben ser centrales en cualquier proyecto social o político serio.

La apuesta a que se sumen más jóvenes al cooperativismo puede ser parte de una estrategia más amplia de transformación social, que democratice aspectos de la economía y la sociedad no solamente asociados a la solución de la vivienda, que favorezcan la promoción de la propiedad y gestión colectiva de los recursos, la expansión de servicios públicos y bienes comunes y la creación de redes de solidaridad y apoyo mutuo.

Las cooperativas de vivienda tienen dos modalidades, ayuda mutua y ahorro previo. La primera implica que el 15% del valor del préstamo se aporta en horas de trabajo en la etapa de obra y gestión. En la segunda, las personas socias aportan un ahorro que alcance el 15% del valor de la vivienda. En ambos sistemas, el préstamo se amortiza en cuotas durante 25 años. Desde 2008 el valor de la cuota se establece de acuerdo a la capacidad de pago de las familias a través del subsidio a la demanda habitacional; cada familia paga una cuota fijada de acuerdo a sus ingresos y la composición del núcleo, aplicando principios de equidad.

El Reglamento de tierras, propuesto por Artigas en 1815, ayudó en su momento a acceder a la vivienda a las personas menos favorecidas, así como el acceso a su sustento. Con el resurgimiento de aquellas mismas necesidades es necesario generar y difundir políticas que fortalezcan el desarrollo y la expansión del cooperativismo de vivienda en Uruguay, con instrumentos como subsidios e incentivos fiscales, además de ofrecer capacitación, apoyo técnico y articulación. También se debe buscar cómo implicar en el sistema cooperativo de vivienda a aquellos jóvenes que buscan emanciparse formando una familia e incentivarlos a participar en otros modos de organización y de covivienda.

Es fundamental formar una ciudadanía que se interese por el bienestar colectivo y las comunidades, pues la formación en valores es clave para combatir las violencias y los problemas de convivencia que arremeten cada vez con más fuerza en el país.

El Estado debe invertir recursos en la creación de viviendas, ofrecer terrenos donde construirlas y proporcionar una justa distribución de estas, acompañando la inversión con innovación. Se debe nutrir el Fondo Nacional de Vivienda y Urbanización y hacer provechosas las carteras de tierras e inmuebles del Estado, así como generar un compromiso nacional para aplicar la ley de viviendas abandonadas y permitir así, junto con otros mecanismos, que se garantice el acceso universal a la vivienda como derecho fundamental. Es necesario superar las dificultades para que los jóvenes accedan a créditos y otras modalidades que ofrezcan soluciones habitacionales, como garantías para optar por el arrendamiento, ya que las juventudes enfrentan barreras significativas para acceder a un préstamo hipotecario debido a la falta de historial crediticio y la precariedad laboral, así como para obtener una garantía para alquilar. Esto profundiza la existente brecha intergeneracional en términos de acceso a una solución habitacional, postergando la independización.

El artiguismo, en tanto pensamiento y corriente ideológica que procura la integración social, la redistribución económica y la justicia, supo abrir caminos de participación para las personas más postergadas. Encontramos en el cooperativismo grandes muestras de lo que pregonaba Artigas, en la búsqueda de una sociedad que pueda alcanzar la pública felicidad. Para enfrentar la crisis de vivienda debemos crear redes de apoyo mutuo y solidario que enfrenten las divisiones y desigualdades, promoviendo igualdad de oportunidades y una distribución equitativa de los recursos, lo que significa ni más ni menos que los más infelices sean los más privilegiados.

Pedro Pastorin es docente, integrante del Grupo Intercooperativas y de la Juventud y la Comisión de Vivienda de la Vertiente Artiguista.

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