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Irritados, anulados y disueltos: sobre la legalidad en el proceso histórico de 1825

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Antes de que el bicentenario nos abrume con sus fanfarrias que anulan la reflexión, tal vez sea interesante comenzar a ofrecer algunos puntos de vista sobre lo que aconteció aquel 25 de agosto de 1825. Los pasados son múltiples, así que los análisis históricos son, apenas, retazos para comprender partes de esos pasados. Lo que sigue a continuación es una manera de ver un segmento de ese pasado para intentar entender, también, una parte del presente.

Quiero hacer una salvedad barrial, antes que nada. Cuando se renombró el nomenclátor de Montevideo en 1842 y se sustituyeron los santos por la historia local, 25 de Agosto era una callecita marginal. La gran calle, la más importante, era 25 de Mayo. Todavía estaba presente la realidad real, o sea que el proceso histórico de la independencia oriental estaba atado al proceso del Río de la Plata, el 25 de Agosto no formaba parte de la galería de hechos históricos relevantes. Fue Bernardo Prudencio Berro, en el momento de la invasión brasileño-argentina, que para reafirmar el nacionalismo oriental decretó el festejo del 25 de Agosto, en el entendido de que ese día de 1825 los orientales actuaron ejerciendo su soberanía. De allí en más, el 25 de Agosto fue una fecha blanca y el 18 de Julio fue colorada. Quizá por eso Venancio Flores hizo demoler el “rancho de la independencia” frente a la plaza central de Florida…

Economía en crisis y el dominio cisplatino

Las causas del conflicto que arrancó el 19 de abril con el desembarco de los Treinta y Tres fueron complejas y producto de un contexto político regional que se debería conocer en detalle para poder explicar lo que irritó, anuló y disolvió la Asamblea de la Florida. Hagamos el intento.

En primer lugar, la crisis ganadera afectó toda la región. La “cuenca ganadera” –ese complejo geográfico y productivo compuesto por el sur de Río Grande, el Litoral argentino, el norte de Buenos Aires y la Provincia Oriental– sufría una grave, gravísima, reducción de su stock vacuno. Las guerras, las sequías, las pestes y el saqueo sistemático luso-brasileño hacia los saladeros riograndenses hundieron a las provincias litoraleñas y a la oriental en la crisis productiva más profunda de su historia. No había ganado ni siquiera para comer… Así, estancieros, comerciantes barraqueros y saladeristas porteños y del litoral necesitaban una pronta recuperación de los stocks provinciales para el relanzamiento de sus exportaciones, amén de que la situación social se volvía cada vez más tensa producto de la escasez. Una vaca en el litoral llegaba a tasarse a 17 pesos, cuando en tiempos normales apenas valía dos. No fue casual que Trápani recolectara dinero para la cruzada lavallejista entre comerciantes, estancieros y saladeristas.

Mientras la crisis económico-productiva atizaba la historia, el proceso político comenzaba a sintonizar con los números rojos de los estancieros y los comerciantes. En la Provincia Oriental la represión y el saqueo luso-brasileño terminaron por desilusionar al patriciado montevideano que había recibido bajo palio al invasor. Hartos del dominio artiguista, la pequeña oligarquía oriental vio en Portugal la salvación y el orden que el caudillo le negaba, y a cambio del control portugués se le garantizó libre comercio, apertura económica y la comodidad de ser súbditos de una monarquía “liberal”. Portugal primero y Brasil después los ennobleció –Fructuoso Rivera fue “marqués de Tacuarembó” por ejemplo– y buscó misturarse con los locales; Lecor, un hombre de 70 años, se casó con la hermana de Nicolás Herrera, una patricia de 20…

Las promesas sólo fueron eso, y al poco tiempo el comercio luso y brasileño luego ataron al monopolio al puerto de Montevideo, con el agregado de un sistema represivo y saqueador de la riqueza provincial. La apropiación de estancias completas y el arreo de casi todo el stock ganadero hacia Río Grande mostraron a las claras que la “liberación” se había vuelto un nuevo yugo. Así, los contactos del patriciado con Buenos Aires –que nunca se cortaron– se volvieron progresivamente más profundos. La correspondencia entre la dirigencia porteña y los montevideanos que pretendían regresar a la unión de las Provincias Unidas del Río de la Plata muestra claramente la preocupación institucional. O sea, tanto Buenos Aires como los federales proporteños de Montevideo sostenían que el proceso de reincorporación debía tener una institucionalidad firme, donde mandara la ley y no los hombres. Estaban dispuestos a reincorporarse, a “revolucionar”, pero no iban a volver a los tiempos de Artigas, a la época del gobierno personal, del unicato caudillista. El patriciado del Cabildo Revolucionario de 1822 y el de la Asamblea de la Florida eran federales, pero federal porteño.

El federalismo porteño es diferente al federalismo rural y caudillista. Mientras que este era personal y personalizado, teniendo al caudillo como clave y a las masas rurales como base social, el federalismo porteño era institucionalista y doctoral. Consideraba que la clave era que la ley fuera ama y señora de los procesos políticos, de allí su casi obsesión por las formas legales y por las instituciones. Manuel Dorrego fue el líder indiscutido de esta corriente; será bajo esta doctrina legalista y formalista que el Cabildo Revolucionario de Montevideo en 1822 y la Asamblea de la Florida en 1825 declararon ambos “írritos, nulos, disueltos” los vínculos con Brasil y Portugal; era una formalidad necesaria para poder integrarse a las Provincias Unidas, dando una señal clara a todos que mandaba la ley y no la voluntad de un hombre.

El proceso político y la construcción del Estado argentino

En 1822 Brasil se independizó de Portugal. Uno de los pocos lugares donde la independencia brasileña tuvo dificultades fue en la Cisplatina. Los bandos quedaron divididos, y así mientras Lecor en la campaña apoyaba la independencia brasileña, Montevideo fue un bastión portugués, pero con una peculiaridad. El patriciado revolucionario-federal, aprovechando el caos y la división, se acantonó en el Cabildo de Montevideo y proclamó su intención de reunificarse con el resto de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Así, el Cabildo Revolucionario declara “írritos, nulos, disueltos” los pactos de unión con Portugal y Brasil. Lavalleja desde Tacuarembó adhiere a la patriada y, perseguido, cruza a Entre Ríos en busca de apoyos. Sólo Estanislao López –gobernador y caudillo de Santa Fe– apoya en algo la campaña de Lavalleja en 1823, pero la escasez de ganados y de caballos tranca la posibilidad de una cruzada. Mientras tanto, la gobernación de Buenos Aires, encabezada por Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia, busca no chocar con Brasil, pues una guerra en ese momento era imposible. Envían una misión diplomática a Río de Janeiro con la esperanza de comprar (sic) la Cisplatina, pero parece que la oferta inmobiliaria no cuajó. Lecor, finalmente, entró en Montevideo, y las intenciones revolucionarias del cabildo terminaron.

El proceso histórico de la independencia oriental estaba atado al proceso del Río de la Plata, el 25 de agosto no formaba parte de la galería de hechos históricos relevantes.

La situación se vuelve crítica en 1824. Manzilla, gobernador de Entre Ríos, pacta con Lecor un acuerdo de no agresión y de garantías mutuas, pues estaba en el aire la posibilidad de una guerra entre Buenos Aires y Brasil por la Provincia Oriental o Cisplatina, según se mire. La misión de Alvear e Iriarte a Londres tuvo como uno de los objetivos poner al tanto a Canning de la alta probabilidad de que estallara una guerra, cosa que espantó al ministro de Su Majestad; una guerra arrasaría los intereses británicos en la zona, Gran Bretaña controlaba el 90% del comercio en el Río de la Plata. En 1824 se reúne la Asamblea Nacional Constituyente –“tantas veces anunciada”– en Buenos Aires. Su objetivo era redactar una constitución y crear el Estado argentino. Pero en ese contexto histórico, la política de afirmación nacionalista –o un facsímil de esta– tuvo en la reivindicación de la Provincia Oriental una bandera, un argumento que fue utilizado para atizar o intentar crear o afirmar el “sentimiento” o sentido nacional, tan necesario a la hora de crear un Estado nación.

El llamado “partido de la guerra” en la Asamblea Constituyente era el federalismo porteño liderado por Manuel Dorrego. Exigían la creación de un ejército nacional que se preparara para la guerra contra Brasil para recuperar la Provincia Oriental; lo respaldaban estancieros, comerciantes ultramarinos y saladeristas. Rivadavia, aspirante a primer presidente de las Provincias Unidas –aunque se empezaba a instalar el término “Argentina” poco a poco–, entendía que una guerra era contraproducente, no había ejército y el empréstito de la Baring que habían acordado Alvear e Iriarte en Londres debía utilizarse para fundar el Banco Nacional y para obras de infraestructura, no para una guerra contra el vecino. Pero como ha demostrado Real de Azúa, esto no quiere decir que Rivadavia no estuviera de acuerdo con la reincorporación; por el contrario, apoyaría la aventura de Lavalleja financiándola en reserva.

¿Por qué y para qué fue la Cruzada de los Treinta y Tres? Mientras que una parte del análisis histórico debatió durante años cuántos eran los Treinta y Tres, ni se preocuparon en responder las dos preguntas iniciales: por qué y para qué. Cruzaron financiados por estancieros, comerciantes y saladeristas para recuperar el stock ganadero, saqueando las estancias de Río Grande, cosa que hicieron. Pero políticamente la Cruzada Libertadora buscaba generar un hecho político que no podría obviarse, y desde ese hecho político generar una correntada favorable a la guerra.

Nadie daba mucho por Lavalleja y los Treinta y Tres, pero la suerte estuvo de parte de esta guerrilla montonera, que apenas desembarcó convocó a los “argentinos orientales” a regresar a la “gran nación argentina de la que sois parte”, y aclarando que esta revolución no tenía nada que ver con los tiempos de Artigas y que iba a instalarse una asamblea y una gobernación. Iba a mandar la ley, no los hombres. Y a tal grado, que cuando Lavalleja le pide 50.000 pesos a Trápani, este le advierte que hasta que no convoque a la Asamblea Legislativa no le mandará ni un peso.

El éxito de la revolución es inmediato. Lavalleja recorre una a una las estancias de los beneficiados por los repartos de Artigas y allí encuentra sus apoyos; pero se aclara, siempre, que tienen que participar los estancieros para que no aparezcan “los Otorgués” o los “Encarnación” y “otros tigres” de la época artiguista.

Así, una vez instalada la Asamblea –eligen Florida por la capacidad defensiva del lugar–, nombra gobernador a Lavalleja y luego legisla ampliamente sobre varios tópicos. El 25 de Agosto cumple con la formalidad de declarar “írritos, nulos, disueltos” los acuerdos de integración a Portugal o Brasil –o sea, lo acordado en el Congreso Cisplatino– y proclama su intención de unirse a las Provincias Unidas del Río de la Plata y decide enviar diputados a su congreso. Ni más ni menos que eso.

En el proceso, el Congreso Constituyente elige presidente a Rivadavia; el otro candidato a la presidencia argentina fue Juan Antonio Lavalleja… El dato dice mucho más de lo que podemos analizar aquí.

Luego, la intervención británica, los colapsos políticos, los estancamientos de los procesos, las traiciones y la Convención Preliminar de Paz. Pero eso lo dejamos para el bicentenario de 1828.

Fernando López D’Alesandro es historiador.

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