La celebración del Día Mundial de la Alimentación de este año coincide con la conmemoración del 80º aniversario de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), cuyo mandato, desde sus orígenes, ha sido velar por que la humanidad viva sin penurias.
Hoy, alrededor del 8,2% de la población sufre subalimentación crónica. Este porcentaje se compara con los aproximadamente dos tercios de la población mundial que en 1946 vivían en zonas con un suministro insuficiente de alimentos, según reveló la primera Encuesta Alimentaria Mundial realizada por la FAO en sus primeros meses de existencia. Además, pese a que en 2025 la población triplica con creces a la de aquella época, el mundo produce calorías más que suficientes para alimentar a todos.
Al conmemorar este día y reflexionar sobre los desafíos pasados, presentes y futuros, recuerdo una conclusión de aquella encuesta de hace tanto tiempo, en la que se decía que había que decidir si avanzar o retroceder.
La FAO y sus estados miembros han logrado importantes avances: la erradicación del virus de la peste bovina; el establecimiento del Codex Alimentarius y sus normas de inocuidad de los alimentos; la casi triplicación de los rendimientos mundiales de arroz desde la creación de la Comisión Internacional del Arroz a finales del decenio de 1940; la negociación de tratados internacionales sobre prácticas pesqueras y recursos genéticos; la puesta en marcha de sistemas de vigilancia de alerta temprana para mitigar el riesgo de plagas y enfermedades de los animales y de las plantas; la creación y acogida del Sistema de Información sobre el Mercado Agrícola en apoyo del comercio y la elaboración de guías alimentarias para abordar no sólo el retraso en el crecimiento, sino también la creciente tendencia al sobrepeso en el mundo.
Los primeros brotes de langosta del desierto, en 2019, coincidieron con los momentos más difíciles de la enfermedad por coronavirus (covid-19) y conllevaron la movilización de 231 millones de dólares para mitigar una crisis que, en última instancia, permitió ahorrar 1.770 millones de dólares en pérdidas y asegurar alimentos para más de 40 millones de personas en diez países.
El mérito de estos logros corresponde, con toda justicia, a nuestros miembros, que han apoyado con firmeza la idea de que un mundo sin hambre es mejor para todos, ricos o pobres, del Norte o del Sur. Estos y otros éxitos demuestran lo que se puede conseguir cuando las naciones ponen en común sus conocimientos y recursos, cuando existe voluntad política y cuando se forjan asociaciones eficaces.
Cada vez urge más mantener el espíritu de cooperación que ha existido durante los últimos 80 años; el sistema agroalimentario mundial está más interconectado que nunca, con más de una quinta parte de todas las calorías atravesando fronteras internacionales antes de ser consumidas. Al mismo tiempo, las amenazas para esos sistemas agroalimentarios, derivadas de los choques climáticos, las plagas y enfermedades, las recesiones económicas o las consecuencias de los conflictos, no respetan fronteras y pueden echar por tierra años de avances en la lucha contra el hambre y la malnutrición. Como vemos hoy con la propagación de la gripe aviar altamente patógena –más conocida como influenza aviar–, el gusano cogollero del maíz y la langosta, ningún país puede combatir por sí solo estas amenazas transfronterizas.
El sistema agroalimentario mundial está más interconectado que nunca, con más de una quinta parte de todas las calorías atravesando fronteras internacionales antes de ser consumidas.
Debemos velar por que los más de 1.000 millones de personas que trabajan en los sistemas agroalimentarios que nos alimentan a todos tengan la resiliencia necesaria para soportar y superar los riesgos que afrontan constantemente.
Disponemos de las tecnologías y los mecanismos financieros contrastados, junto con las políticas propicias, los conocimientos técnicos y la capacidad para alcanzar rápidamente el objetivo de acabar con el hambre. Facilitar el acceso a los mercados es fundamental tanto para mitigar las desigualdades que merman la resiliencia como para llevar los alimentos a donde se necesitan. La plena participación en los mercados implica el acceso a semillas resistentes a la sequía, normas sostenibles de pesca y silvicultura, normas fitosanitarias convenidas, tecnologías digitales, instrumentos innovadores de gestión de recursos y sistemas de alerta temprana.
Hemos instituido un marco para ampliar y acelerar nuestra labor. La iniciativa “Mano de la mano” de la FAO determina y prioriza las oportunidades de inversión en los lugares donde la pobreza y el hambre son más elevados y el potencial agrícola es mayor. La iniciativa “Un país, un producto prioritario” de la FAO promueve productos agrícolas nacionales singulares para impulsar los sistemas agroalimentarios sostenibles y la prosperidad rural. En el programa de cooperación Sur-Sur y triangular se reconoce que muchos países en desarrollo se han convertido en agentes importantes en el desarrollo mundial y la gobernanza económica y se apoyan la inversión y las asociaciones. La iniciativa de las aldeas digitales tiene como objetivo permitir a los agricultores de todo el mundo utilizar tecnologías digitales, ampliar el acceso a las oportunidades que brinda el comercio electrónico y reducir la brecha digital. En fin, la Alianza Mundial contra el Hambre y la Pobreza del Grupo de los Veinte une a países y asociados para impulsar iniciativas e inversiones a fin de erradicar el hambre y reducir la pobreza en todo el mundo. Estos y muchos otros instrumentos funcionan cuando se aplican de manera eficiente y eficaz, y su funcionamiento es aún mejor cuando se utilizan de manera coherente y sistemática.
En la FAO canalizamos esta visión a través de cuatro mejoras: una mejor producción, para que los agricultores puedan producir más con menos recursos; una mejor nutrición, porque la calidad es tan importante como la cantidad; un mejor medioambiente, para mantener ecosistemas saludables y sus múltiples beneficios, y una vida mejor para todos, con el fin de que las comunidades rurales puedan generar dignidad y concebir oportunidades. Juntas, las cuatro mejoras aseguran que nadie se quede atrás.
Si decidimos no perseguir estos objetivos, retrocederemos. Ochenta años después, el hambre sigue presente, pero no es inevitable. Podemos –y debemos– avanzar en pos de nuestro propósito común. Podemos culminar la tarea de poner fin al hambre si mantenemos una colaboración continua. Por un futuro mejor y con seguridad alimentaria para todos.
Qu Dongyu es director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).