En un excelente artículo publicado el domingo 10 de octubre en El País de España, la catedrática en Física Sonia Contera destaca que “los Nobel de 2025 celebran que la ciencia no avanza por acumulación, sino por imaginación”. Agrega: “Frente a un mundo que tiende a simplificar lo complejo, los galardonados nos recuerdan que el conocimiento verdadero nace de la creatividad, de las grietas en lo que sabemos y de la cooperación”.
Despliega con aire docente la importancia revolucionaria que han significado los avances en física, química y medicina, y que generan una ruptura epistemológica que marca época. Un giro copernicano en la manera de ver, estar, pensar y sentir el mundo en que vivimos. Un mundo que cada vez se nos escapa más de la comprensión, del entusiasmo, y que nos genera muchos miedos.
La complejidad paradojal se expresó en el premio de la Paz, otorgado a una figura de la oposición venezolana. No tiene méritos de ninguna pacificación, por lo que, en esta atribución, el premio inmiscuye al Nobel en asuntos internos que sólo la ciudadanía venezolana tiene el derecho soberano a dilucidar. Parece evidente que Corina Machado no sólo no tiene méritos para un Nobel de la Paz, sino que su nominación está totalmente flechada en una disputa interna de la que el tribunal Nobel debería guardar distancia. Mal.
El túnel cuántico
“El túnel cuántico ocurre cuando una partícula atraviesa directamente una barrera que, según la física clásica, sería infranqueable. Es como lanzar una pelota contra una pared y verla aparecer intacta al otro lado, sin que la pared sufra el menor daño. Este fenómeno, que está en la base del funcionamiento de los transistores –los diminutos mecanismos que hacen posible los algoritmos de la inteligencia artificial–, suele desvanecerse en sistemas más grandes. Por eso no vemos personas atravesando paredes en la vida cotidiana”, señala Contera.
“Sin embargo, en una serie de experimentos realizados en la Universidad de California, Berkeley, entre 1984 y 1985, Clarke, Devoret y Martinis demostraron que el efecto podía manifestarse a escalas mayores”, agrega, haciendo referencia a los flamantes ganadores del Nobel de Física.
“Al emplear la superconductividad –otra de las propiedades más sorprendentes descubiertas por la física moderna–, estos científicos mostraron cómo, bajo ciertas condiciones, la naturaleza puede romper de nuevo las reglas del sentido común y dar lugar a propiedades emergentes imposibles de explicar con una lógica simple y reduccionista de causa y efecto lineal, sino que sólo tienen explicación cuando se tienen en cuenta los efectos colectivos de millones de átomos. Con estos descubrimientos, la física empezó a domesticar las rarezas del mundo cuántico y a convertirlas en herramientas tecnológicas, pero para ello usaba propiedades que seguían la nueva lógica de la emergencia, de lo colectivo”, reflexiona Contera.
La era del individuo tirano, el cansancio, la depresión
Son tiempos en que todo parece flash, en que todo se simplifica, se cosifica y, sobre todo, se consume. De todo. Incluso el desfile de planteos seudocientíficos, manuales de autoayuda y teorías absurdas. La tiranía del individuo impone que cada uno se arregle como pueda y se autoconstruya. Vacío existencial total. El rasgo de las personalidades límites o borderline, con una vuelta de tuerca horrible. La violencia cotidiana, a tiros; las mujeres y la niñez, agredidas, en coherencia con un matón de barrio que torpedea, sin previo aviso y sin pruebas, a barquitos de pescadores que, se dice, son narcoterroristas.
En todos nosotros, hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes, domina la pig law, el engullimiento típico de los cerdos, que no se sacian nunca. A eso debe sumarse el abarrotamiento de trabajo y competencia ad infinitum –de los que tienen trabajo, obvio– que convierte a los seres humanos en robots que sólo producen. La sociedad del cansancio a la que alude Byung-Chul Han. Todo se maneja en esta dinámica, incluso cuando pretendemos gozar y disfrutar de los placeres.
Quizás –y sin quizás– cambiar nuestro pensamiento y admitir la verdadera complejidad nos salve a nosotros y también al mundo; nos dé algo de paz entre las naciones y en nuestra convivencia.
La marginación que empuja hacia la extinción; un genocidio expuesto de casi un tercio de la humanidad que sufre hambre, migración forzada, criminalización y exterminio. No importa. Se normaliza como inevitable. El que pierde muere. Y además es objeto de bullying, acoso, martirio.
Largas marchas de hambre en Sudán, Sudán del Sur, República Democrática del Congo, Etiopía, Chad, Burkina Faso, Haití, Honduras, Guatemala, El Salvador. Antes se denominaba La Bestia al tren de carga que los migrantes utilizaban en México para viajar hacia la frontera con Estados Unidos. Ahora, La Bestia se llama Donald Trump y su cruel persecución a quienes hicieron América Grande en el pasado. Y el genocidio en Gaza, perpetrado por una parte de quienes habían marcado memoria en crímenes de lesa humanidad y conquistado la solidaridad humana por su sacrificio en la Shoá. La resistencia del gueto de Varsovia sigue siendo un ejemplo, como lo son hoy los y las gazatíes que resisten.
Un nuevo paradigma
En ciencias sociales, humanas y económicas, así como en la política, persiste un pensamiento formal, rígido y dogmático. Nos seguimos moviendo, actuando y pensando en modo ya no simple, sino simplote. Salvo algunos pioneros de la transdisciplina o la investigación-acción participativa (IAP) de Orlando Fals Borda –enfoque que combina acción e investigación y en el que el conocimiento se produce junto con la comunidad–, hemos pasado del neodarwinismo a la crueldad: recordemos las mofas de Trump a un discapacitado y su persecución criminal contra los migrantes, y los ataques de Javier Milei a jubilados y jubiladas y contra el hospital de oncología infantil Garrahan, y las coimas y desfalcos a la institución de los discapacitados. Del neoliberalismo cuasi fascista a la crueldad como método, ya no se trata de ganar la carrera, sino de aplastar a los débiles.
El mundo de planilandia: no hay paz en el control internacional de drogas
Un ejemplo de rigidez mental y científica es el Sistema Internacional de Control de Drogas, que ha causado guerras y violencias duraderas, y violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Este sistema ha permanecido impávido a los avances y descubrimientos científicos que vienen ocurriendo desde 1909, año en el que se reunió la Comisión de Shanghái –luego formalizada en la Convención del Opio de La Haya, en 1912– a instancias del embajador de Estados Unidos en Filipinas, el obispo episcopal Charles Brent. En 1915, Albert Einstein publicó los cuatro artículos sobre la teoría de la relatividad general. Ni se enteraron. En 1927, el físico alemán Werner Heisenberg publicó el principio de indeterminación, que establece que no se puede conocer con exactitud y simultáneamente la posición y el momento (velocidad) de una partícula subatómica. No pasó nada. En el mundo del problema de las drogas no se ha hecho nada.
Elaborada por representantes de todo el mundo con diferentes antecedentes jurídicos y culturales, la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948. Tómense un ratito y sometan al buscador de palabras las tres convenciones (salvo el artículo 14b de la Convención de 1988). Nada.
Ondas de colectividad
Contera apuesta a esta posibilidad casi al final de su artículo: “En una época marcada por la fragmentación, la guerra y la obsesión por el rendimiento, estos premios apuntan hacia otra forma de esperanza: una ciencia guiada por el optimismo creativo y el bien común, que mire más allá del cálculo y se atreva a imaginar un mundo compartido. Porque, como nos reveló la hoy tan vigente Hannah Arendt, sólo cuando pensamos y actuamos con los demás, la inteligencia se convierte en humanidad”.
Quizás –y sin quizás– cambiar nuestro pensamiento y admitir la verdadera complejidad nos salve a nosotros y también al mundo; nos dé algo de paz entre las naciones y en nuestra convivencia, para poder atravesar los duros muros desde un túnel cuántico. ¿Por qué no?
Milton Romani Gerner es licenciado en Psicología. Fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas. Es integrante del colectivo El Taller.