“Beijing prepara un sistema de validación que permitirá filtrar qué empresas de Estados Unidos podrán comprar tierras raras, insumo especial para las industrias tecnológica y militar”. En un artículo de Foreign Affairs, la economista Lael Brainard señala que el gobierno de Donald Trump aplica una estrategia contraria a sus “fortalezas estructurales” y favorece al gigante asiático. Según su visión, los aranceles y las políticas de presión tecnológica terminan elevando los costos internos, debilitan la industria nacional y deterioran las alianzas con Europa, Corea del Sur y Japón.
Estos errores de la política de Trump se cometen sobre una China que fue integrada al comercio mundial por Occidente creyendo que eso la llevaría a una apertura política sobre la cual se podría producir un cambio de régimen.
China integró al capital extranjero y construyó un modelo de industrialización con subsidios, barreras y control tecnológico. “El resultado: una China dominante en manufacturación avanzada, energía, baterías y tecnología digital, frente a un Estados Unidos que pierde terreno en sectores clave”, expresa Brainard. También denuncia el impacto del aumento de la deuda y la presión sobre la Reserva Federal que debilita progresivamente la posición internacional del dólar.
Advierte que China avanza con estrategia y planificación, mientras Trump y su equipo responden con tácticas cortoplacistas que agravan su pérdida de liderazgo económico y político. Esta descripción se ajusta a una percepción generalizada en el mundo sobre la conducción del gobierno de su país. Este ha optado por una improvisada estrategia global de exhibición de su poder militar para intentar negar la evidencia de su fin de ciclo. No se resignan a entender que el siglo XXI comenzó con una progresiva pérdida de su hegemonía y actúan en una actitud negacionista del proceso de afirmación de la multipolaridad.
Estados Unidos ha optado por una improvisada estrategia global de exhibición de su poder militar para intentar negar la evidencia de su fin de ciclo.
Sólo así se puede entender lo que está sucediendo en el Caribe y su conducta repudiable e ilegal sin un fin claro y calculado. Tanto es así que Reino Unido (por primera vez) no sólo no lo acompaña en su temeraria aventura, sino que se separa claramente de su posición, señalando que están cometiendo asesinatos extrajudiciales.
Trump y su gobierno podrían terminar arrastrando a su país a un “nuevo Vietnam”, cuyas características podrían alcanzar dimensiones mayores que involucren a la región en una crisis de impredecibles consecuencias.
Venezuela tiene una gran población, una geografía muy grande y compleja y una alianza consolidada con Rusia, China e Irán que le otorgan una disponibilidad de asistencia tecnológica, de inteligencia y de armas que requerirían una fuerza de Estados Unidos mucho mayor a la desplegada y aun así tendrían un costo de incalculables dimensiones humanas, económicas y políticas, poniendo al mundo al borde de una conflagración.
Esta situación tiene como alternativa un camino diplomático. Un diálogo y una negociación siempre son posibles. Lula ha planteado este camino. Yamandú Orsi también lo ha hecho.
Este es un punto de inflexión de una etapa histórica en la que la gran potencia emergente, junto a Rusia, deberían actuar para consolidar una nueva forma de convivencia y evitar una catástrofe de la cual quizás no haya salida.
Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.