Opinión Ingresá
Opinión

¿Qué enseña una escuela que no aprende?

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

¿Qué nos dice la disposición de las mesas sobre nuestra educación? Entramos a un aula en 2025 y todo parece familiar: filas de mesas alineadas, una pizarra al frente y una maestra intentando mantener la atención de un grupo de estudiantes que miran de reojo sus pantallas. Podría ser una escena de hace cien años, salvo por un detalle: ahora, los alumnos conviven con la inteligencia artificial (IA). Pero la escuela todavía no lo notó. El salón de clase no se ha dado por aludido, sigue viviendo en otra época, en un presente que ya no existe.

El reconocido pedagogo, psicólogo y filósofo estadounidense John Dewey comenta en uno de sus libros: “Hace algunos años iba mirando las tiendas de suministro escolar de la ciudad para encontrar pupitres y sillas que parecieran del todo aceptables por cualquier lado que se mirara –artístico, higiénico y educativo– a las necesidades de los niños. Tuvimos gran dificultad en encontrar lo que necesitábamos, hasta que por fin un comerciante, más inteligente que los demás, me hizo esta observación: 'Me temo que no encontrará lo que desea. Usted busca algo que sirva para que trabajen los niños; y todo esto es para que escuchen'”.1

En más de 100 años, una vista del interior de un salón de clase escolar del siglo XIX y del siglo XX, comparado con muchos salones escolares del primer cuarto del siglo XXI, ha cambiado principalmente en el material de mesas y sillas y la vestimenta escolar. El diseño interior y la disposición del mobiliario siguen siendo, como le decía el comerciante a John Dewey, “pensado para escuchar”.

El diseño del aula no es un detalle menor: refleja una forma de entender la enseñanza. Las mesas en fila, mirando hacia un único frente, fueron pensadas para una época industrial, donde lo importante era escuchar, repetir y obedecer. Hoy, sin embargo, vivimos en una sociedad que necesita creatividad, pensamiento crítico, colaboración y manejo ético de la información. Pero seguimos educando con la misma arquitectura mental y espacial de hace más de un siglo.

Es absurdo enseñar sobre inteligencia artificial en un entorno donde los estudiantes no pueden moverse, dialogar o crear juntos. La disposición del aula comunica lo que el currículo confirma: la escuela no confía en la autonomía de los alumnos ni en su capacidad para construir conocimiento. Sólo les pide atención y silencio, cuando el mundo fuera del aula les exige iniciativa y criterio. La forma del aula habla tanto como el contenido del currículo: una estructura que aún no cree en la capacidad de sus estudiantes para pensar por sí mismos.

La escuela que enseña lo que ya no sirve

En los últimos años, el avance de la IA ha transformado la forma en que trabajamos, nos informamos, nos comunicamos y aprendemos. Sin embargo, mientras las herramientas digitales se imponen con una velocidad que deja anticuados a los modelos tradicionales, los programas educativos —especialmente en gran parte de Hispanoamérica— permanecen inmóviles, atrapados en una estructura curricular que apenas ha cambiado en décadas.

El currículo continúa centrado en la memorización de datos y en pruebas y exámenes que poco tienen que ver con la vida real. Nadie parece preguntarse cómo enseñar en un mundo donde un algoritmo puede redactar un texto, resolver un problema matemático o resumir un libro en segundos.

El sistema educativo hispanoamericano actúa como si la revolución tecnológica fuera un rumor lejano. Las autoridades hablan de “innovación educativa”, pero lo único que cambia es la plataforma donde se suben las tareas. La estructura de fondo —los programas, la evaluación, la disposición física del aula— sigue siendo la misma que en el siglo XIX. El resultado es una educación que mira hacia el pasado mientras el presente avanza sin esperarla.

El sistema educativo sigue formando estudiantes para un mundo que ya no existe. Las asignaturas, los métodos y las evaluaciones responden a una lógica del siglo XX: repetición, memorización y evaluación estandarizada. En cambio, la realidad actual demanda pensamiento crítico, creatividad, ética digital y capacidad para convivir con máquinas inteligentes.

Paradójicamente, los alumnos ya viven inmersos en la IA antes que la escuela se digne a mencionarla. Usan ChatGPT para estudiar, YouTube y TikTok para aprender recetas o resolver ejercicios, y Google Lens para traducir o reconocer objetos. Pero el aula sigue anclada en el libro de texto, el examen trimestral y la ficha impresa. Usan IA para estudiar, traducir, resolver dudas o crear, pero la escuela no los guía para comprender ni cuestionar esas herramientas.

El mensaje implícito es peligroso: lo que se aprende fuera es más útil que lo que se enseña en el salón de clase. Y así, poco a poco, la educación formal pierde relevancia.

El silencio de los ministerios

Las autoridades educativas parecen no entender la magnitud del cambio. Mientras en países como Finlandia o Singapur se están rediseñando los programas para incluir pensamiento computacional, ética algorítmica, automatización y competencias digitales transversales, en el ámbito hispano se siguen debatiendo reformas superficiales: el número de materias, los contenidos mínimos o la carga horaria.

Pocos ministerios han abierto una discusión seria sobre qué implica convivir con la IA en la educación primaria y secundaria. Y cuando lo hacen, las medidas son cosméticas: un taller aislado, una mención en los objetivos generales o un curso optativo sin continuidad. No hay un plan integral que responda a preguntas urgentes: ¿Qué lugar ocuparán las habilidades humanas —creatividad, juicio, empatía— frente a las máquinas y los androides? ¿Cómo se evaluará el aprendizaje en un contexto en el que un algoritmo puede redactar ensayos o resolver ejercicios en segundos? ¿Quién formará a los docentes para acompañar este cambio sin sentirse reemplazados?

El problema no es solo de recursos, sino de visión. La educación hispana se ha acostumbrado a ir siempre detrás de los cambios tecnológicos, en lugar de anticiparlos.

Hoy, sin embargo, vivimos en una sociedad que necesita creatividad, pensamiento crítico, colaboración y manejo ético de la información. Pero seguimos educando con la misma arquitectura mental y espacial de hace más de un siglo.

La escuela: el único lugar donde el futuro aún no llegó

Los docentes están, en su mayoría, abandonados a su suerte. No existen programas de formación docente sobre IA, ni guías curriculares claras sobre su uso en el salón de clase. Muchos profesores sienten miedo o desconfianza ante estas herramientas, y no sin razón: se les pide adaptarse sin ofrecerles apoyo. Otros, en cambio, las utilizan con entusiasmo, pero sin un marco ético ni pedagógico que oriente su uso.

El resultado es un panorama desigual: aulas donde la IA se prohíbe, aulas donde se usa sin control y aulas donde simplemente se ignora. La mayoría de los docentes observa este fenómeno con una mezcla de curiosidad y cansancio. Saben que algo debe cambiar, pero no reciben ni formación ni respaldo institucional.

La IA ya está en las aulas —aunque a menudo escondida en los dispositivos o en los trabajos entregados por los estudiantes—, pero no existe un debate serio sobre su integración pedagógica. Se prohíbe o se ignora, como si eso detuviera el cambio.

Mientras tanto, los profesores siguen luchando con programas desactualizados y una carga administrativa que los deja sin tiempo para innovar. Lo irónico es que el futuro de la educación depende precisamente de esos docentes, pero el sistema no los prepara ni los escucha. Y las autoridades educativas siguen celebrando reformas que no reforman nada.

La educación que necesitamos (y la que seguimos evitando)

La distancia entre lo que ocurre dentro y fuera del aula nunca fue tan grande. Niños, niñas y jóvenes viven en un entorno hiperconectado donde los algoritmos influyen en su identidad, en sus relaciones y en su visión del mundo. La IA ya está moldeando sus intereses, su atención y su forma de aprender.

Sin embargo, la escuela actúa como si nada hubiera cambiado. Enseña geografía sin hablar de datos, historia sin hablar de algoritmos, lengua sin explorar los nuevos lenguajes digitales. Enseña matemáticas sin conectar con la programación, arte sin vincularlo a la creación digital, y ciudadanía sin discutir cómo se ejerce en redes sociales. El riesgo es enorme: la educación deja de ser significativa.

Cuando el conocimiento escolar no dialoga con la realidad, deja de tener sentido. Los estudiantes perciben la escuela como un museo del pasado, un espacio desconectado de su vida cotidiana. Y en esa desconexión se está gestando el fracaso educativo del siglo XXI.

La escuela que enseña sin mirar el presente

Muchos gobiernos presumen de “modernizar” la educación porque instalan pizarras digitales y se les entregan tablets y dispositivos a los estudiantes. Pero equipar no es educar. La verdadera modernización no consiste en llenar las clases de pantallas, sino en redefinir el sentido del aprendizaje en la era de la automatización.

El desafío no es tecnológico, sino pedagógico. Supone revisar los programas, la evaluación, la formación docente y hasta la forma en que organizamos el espacio de aprendizaje.

Seguir enseñando como en el siglo XIX, en aulas que parecen fábricas y con programas que ignoran la IA, es condenar a nuestros estudiantes a la irrelevancia y condenar a la escuela a su propio olvido.

La IA no debe ser un accesorio, sino un tema de estudio, de reflexión crítica y de uso responsable. Los estudiantes necesitan comprender qué hay detrás de las herramientas que utilizan: cómo funcionan los algoritmos, qué sesgos reproducen, qué riesgos implican para la privacidad o la democracia. Ignorar eso no solo es un error educativo, sino una irresponsabilidad social y una negligencia institucional.

De la pizarra al algoritmo: un cambio que la educación aún no asume

La educación debe asumir un nuevo propósito: formar ciudadanos capaces de convivir, dialogar y decidir en un mundo donde la inteligencia ya no es exclusivamente humana. Eso implica enseñar a pensar en entornos híbridos, a discernir entre verdad y manipulación, a comprender los límites de la automatización y el valor de lo humano.

La IA no reemplazará a docentes que enseñen a sus alumnos a ser críticos, creativos y éticos. Pero sí desplazará a los sistemas que le sigan pidiendo a sus alumnos/as que memoricen datos irrelevantes.

Reformular los programas educativos no es una tarea fácil, pero es inaplazable. Requiere visión política, formación docente y participación social. Seguir postergando el debate sólo agranda la brecha entre escuela y realidad. La IA está transformando el mundo, lo queramos o no, nos guste o no. El verdadero problema no es su llegada, sino la pasividad con que la recibimos.

Si la educación no se atreve a cambiar, los estudiantes cambiarán sin ella. Y cuando eso ocurra —como ya empieza a verse—, la escuela dejará de ser un espacio de aprendizaje para convertirse en una simple obligación burocrática. La escuela se transformará en una institución que certifica asistencia, pero no conocimiento. Dejará de ser un lugar donde se aprende para ser un escenario donde se simula aprender y donde se espera el recreo.

La IA no destruirá la educación. Lo hará la falta de inteligencia institucional para adaptarse a tiempo, lo hará la incompetencia para anticipar el cambio, lo hará la inercia de un sistema que se niega a evolucionar y comprender el presente junto a quienes creen que nada debe cambiar.

Aun así, el cambio llegará, no por decreto, sino por convicción: la de quienes creen que educar es anticipar el mañana, no mantener una escuela y una educación que ya no existe. El cambio llegará gracias a quienes entienden que enseñar no es preservar lo conocido, sino preparar a otros para lo que aún no existe.

Hugo Valanzano fue docente de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. Tuvo a su cargo el curso-taller Transición de Primaria a Educación Media en escuelas públicas de Montevideo.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan las opiniones?
None
Suscribite
¿Te interesan las opiniones?
Recibí la newsletter de Opinión en tu email todos los sábados.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura