Salvo imprevistos de último momento, a partir del 1° de enero y durante todo 2026 Uruguay presidirá el Grupo de los 77 y China, la alianza de 134 países en desarrollo que negocian en conjunto en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York.
La presidencia del G77 rota regionalmente cada año; en 2026 el turno es de América Latina y el Caribe, no hay otras candidaturas y ningún país se ha opuesto a que Uruguay sea su coordinador y vocero.
Los países miembros del G77 son cuatro quintos de la población mundial, dos tercios de los miembros de ONU, la mitad del comercio mundial de bienes y un tercio del de servicios. Sin embargo, tienen sólo 38% de los votos en el Fondo Monetario Internacional, contra 62% de los países llamados “avanzados” (Estados Unidos, Europa, Japón y un puñado de otros). El habitante promedio de estos países emite 30 veces más dióxido de carbono a la atmósfera que el ciudadano medio de los países de ingresos bajos y, sin embargo, son estos últimos quienes más sufren las consecuencias del cambio climático, del que no tienen culpa alguna.
Estas disparidades eran aún mayores en 1964, cuando a instancias sobre todo de América Latina, se creó la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, conocida como Unctad por su sigla en inglés, y 77 países en desarrollo, muchos de ellos recién independizados de las potencias coloniales europeas, crearon el grupo para defender sus intereses comunes. El G77 conservó su nombre aunque su membresía casi se duplicó y desde 1992 China coordina con el grupo, ahora casi siempre referido como G77+China, pero con un estatus especial por su condición de miembro pleno del Consejo de Seguridad.
Según su definición oficial, el G77 “proporciona los medios para que los países del Sur articulen y promuevan sus intereses económicos colectivos y mejoren su capacidad de negociación conjunta sobre todas las cuestiones económicas internacionales importantes dentro del sistema de la ONU y promuevan la cooperación Sur-Sur para el desarrollo”.
El G77 es muy heterogéneo, ya que incluye a la totalidad de los países de menores ingresos junto a algunos de los más ricos e industrializados del mundo, como Arabia Saudita y Singapur. Incluye los tres más poblados del mundo (India, China e Indonesia) y pequeños estados insulares con menos de 100.000 habitantes.
La presidencia del G77 rota regionalmente cada año; en 2026 el turno es de América Latina y el Caribe, no hay otras candidaturas y ningún país se ha opuesto a que Uruguay sea su coordinador y vocero.
Conciliar y representar posiciones comunes es una tarea ardua y 2026 traerá dificultades adicionales. Por un lado, la ONU debe elegir un nuevo secretario general. Por otro, los recortes y demoras en sus contribuciones de los principales donantes (Estados Unidos y China) están forzando a la ONU a recortar la cuarta parte de su personal y fusionar agencias con mandatos similares.
Según el criterio de rotación en la secretaría general de la ONU, el cargo le toca a un latinoamericano, o a una latinoamericana mejor dicho, ya que las candidaturas más comentadas son de mujeres: Michelle Bachelet de Chile, Rebeca Grynspan de Costa Rica, Mia Motley, primera ministra de Barbados. Pero el presidente Donald Trump, quien tiene derecho a veto, ya ha dicho públicamente que se opone a la rotación regional y a predeterminar el género de la persona a elegir.
En 2026, además, la Asamblea General de la ONU, donde el G77 tiene una mayoría aplastante, debe decidir cómo implementar las resoluciones de las grandes conferencias realizadas en 2025, como la Cumbre de Sevilla sobre Finanzas para el Desarrollo o la Cumbre de Doha sobre Desarrollo Social. Pero aunque estas resoluciones fueron adoptadas por consenso, el 11 de noviembre pasado Estados Unidos anunció en el Tercer Comité de la Asamblea General que “Estados Unidos no está abandonando el sistema multilateral”, pero este debe “alejarse del multilateralismo ideológico inflado y avanzar hacia reformas prácticas que hagan que esta institución sea más ágil, más eficaz y más responsable ante las naciones que la financian”. O sea, Estados Unidos, en primer lugar.
Este intento de poner a la ONU al servicio de una potencia no será visto con beneplácito por el G77, pero cada uno de sus miembros está articulando sus propias estrategias para lidiar con las imprevisibilidades trumpianas, ya sea resistir, negociar, capitular o esconder la cabeza en la arena, sin esbozar aún una táctica común del bloque.
Lejos de pasar desapercibida bajo el radar, la diplomacia uruguaya tendrá un papel protagónico y muy visible durante los próximos 12 meses. Las gambetas y juegos de cintura de la celeste no sólo se verán en 2026 en los estadios, sino también en el palacio de cristal que alberga a la ONU sobre el East River en Nueva York.
Roberto Bissio es coordinador de la red mundial Social Watch.