No demoró mucho Robert Francis Prevost en trasparentar la explicación de por qué adoptó el nombre de León XIV para su papado, dando la razón a los primeros y un tanto obvios adelantos de analistas, que apuraron interpretaciones que lo vinculaban con León XIII, el autor de la encíclica Rerum Novarum (1891).
En una reunión con cardenales celebrada el sábado, justificó su opción de seguir la línea de la doctrina social desatada por su lejano antecesor diciendo que “hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y al desarrollo de la inteligencia artificial, que traen nuevos desafíos para la defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo”.
La Rerum Novarum de León XIII había constituido en su momento un quiebre histórico por abrir y ventilar la doctrina católica hacia el mundo del trabajo inequitativo de la revolución industrial rampante, signada por la postración y explotación de las masas fabriles trabajadoras, a las que animó a organizarse en sindicatos, a la vez que reconoció y marcó límites al derecho de propiedad y criticó por igual al liberalismo y a las propuestas colectivistas de la época, en una posición que se situó por fuera de este “dilema de hierro” que posteriormente atravesó casi todo el siglo XX. La temática del trabajo fue retomada y actualizada en un decurso que tuvo como eslabones las encíclicas Laborem Exercens (1981) y Centesimus Annus (1991) de Juan Pablo II y las más recientes de Francisco, Laudato Si' (2015) y Fratelli Tutti (2020).
Decantarse por el nombre de León adscribe entonces a Prevost inequívocamente a esa tradición específica -dentro de otras posibles, con foco puesto en la pura espiritualidad- configurada por un corpus teológico que ha tenido una palabra propia en medio del fuego cruzado de la política y la ideología antes, durante y después del mundo bipolar, o aún con mayor intensidad después de los hechos desencadenados desde 1989. Una doctrina social que no podía quedar al margen de ser ubicada, sin quererlo, en algún punto del eje “conservación/progresismo”, situándose así en el difícil interludio de quienes le imputan un carácter conservador del funcionamiento del mercado y quienes, por el contrario, la consideran politizada y por ello desentendida de la salvación de las almas.
El problema para su comprensión radica, en parte, en que se requiere el empleo de otros parámetros para su apreciación. Así es posible pensar que un pontífice puede ser “avanzado” en materia social y “conservador” en cuanto a la conducta de la vida privada de los fieles. O también es posible atender a la característica secular de la iglesia como institución que hace que a veces el “progreso” se sostenga o fundamente en el retorno a doctrinas de los primeros siglos de existencia del catolicismo, como ha hecho Francisco, según veremos enseguida.
Tecnología, trabajo y propiedad
Para el discurso de la doctrina social el “gran tema es el trabajo”, según declara la Fratelli Tutti (162), concepto que desata una serie de consecuencias por el valor de la dignidad de las personas que trabajan.
En primer lugar, considera la encíclica que el asistencialismo es necesariamente circunstancial y lo que en cambio corresponde es promover la autonomía de las personas: “Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo” (Laudato Si', 128).
La dignidad del trabajo impone también rechazar las teorías del “derrame” de los frutos del progreso: “El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico ‘derrame’ o ‘goteo’ (...) como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social” (Fratelli Tutti, 168).
En verdad, hay una discusión más de fondo, de actualidad evidente, pese a que también tiene origen en León XIII. Se trata de la confrontación de la doctrina social con el individualismo, que “no nos hace más libres, más iguales, más hermanos” ya que “la mera suma de intereses individuales no es capaz de generar un mundo mejor para toda la humanidad” (Fratelli Tutti, 105).
Hay una discusión más de fondo, de actualidad evidente, pese a que también tiene origen en León XIII. Se trata de la confrontación de la doctrina social con el individualismo.
¿Cómo encaja en este engranaje la pieza de la propiedad privada? Así como el trabajo se ubica en el centro de la dignidad humana y su cosificación como mercancía es vista como una negación del humanismo, la actividad empresarial es paralelamente reconocida como “una noble vocación orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos” (Fratelli Tutti, 123).
Más aún: para León XIII -no perdamos de vista, es la tradición que asume Prevost- la propiedad, siendo un derecho natural, está sujeta al “destino universal de los bienes”, lo que puede ser visto como una limitación a su disposición y ejercicio. Como se recoge en la Laudato Si' (95): “Siempre, junto al derecho a la propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, al derecho de todos a su uso”.
El derecho de propiedad es “secundario y derivado”, sigue desarrollando la encíclica, y “eso tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento concreto de la sociedad”. Y agrega, con una acertada nota de realismo: “pero sucede con frecuencia que los derechos secundarios se sobreponen a los prioritarios y originarios, dejándolos sin relevancia jurídica” (Fratelli Tutti, 120).
Es el momento en que Francisco va más atrás y recuerda el origen de la idea del destino universal de los bienes según las enseñanzas de los sabios “de los primeros siglos de la fe cristiana”, que lleva a pensar que si alguien no dispone de lo suficiente es porque otro se lo está quedando, al punto que “cuando damos a los pobres las cosas indispensables no damos nuestras cosas, sino que devolvemos lo que es suyo” (Fratelli Tutti, 119).
En una intervención de un encuentro con sindicatos italianos el argentino llegó a decir que los sindicatos tenían un “perfil profético”, ya que “el sindicato nace y renace todas las veces que, como los profetas bíblicos, da voz a los que no la tienen [...] desenmascara a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más frágiles, defiende la causa del extranjero, de los últimos, de los ‘descartes’. Su función no es únicamente proteger los derechos de los que tienen trabajo, ya que eso es la mitad de sus responsabilidades; para el fallecido pontífice la vocación de las organizaciones de trabajadores es defender los derechos de quienes todavía no los tienen, porque “los excluidos del trabajo también están excluidos de los derechos y de la democracia”.
No es posible agotar todas las dimensiones de la línea doctrinal que León XIV promete seguir.
Pero en cualquier caso, este sesgo del pensamiento teológico tiene mucho para decir sobre los problemas más graves del mundo del trabajo (y sobre todo, del no/trabajo) como son la desigualdad, la discriminación y la exclusión, que conviven con innovaciones tecnológicas impensadas y de tal magnitud, que dejan a la ciencia ficción sin tema.
Hugo Barretto Ghione es catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de la República y subsecretario del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.