El 17 y 18 de junio tuvo lugar el Primer Encuentro Nacional de Mujeres del Comercio y los Servicios, que contó con dos instancias: una abierta al público y otra exclusiva para trabajadoras del sector. La jornada pública, con una participación destacada, se desarrolló en la sede central del PIT-CNT.
Este encuentro reunió a mujeres provenientes de distintos puntos del país, consolidando la necesidad de espacios propios para reflexionar colectivamente sobre las condiciones laborales, las tareas de cuidado, el vínculo con el medioambiente y las estrategias sindicales, desde una mirada feminista, interseccional y profundamente transformadora.
Garantizar la participación de trabajadoras de todo el territorio nacional demandó un intenso trabajo organizativo y un despliegue logístico que implicaron una cuidadosa planificación, coordinación y el compromiso permanente de las organizadoras.
Crónica de una emoción compartida
Resumir en pocas líneas la intensidad de este encuentro no es tarea sencilla. Desde la mirada de alguien que ha habitado el movimiento sindical, aunque ajena a este sector en particular, esta nota busca transmitir algo de la emoción y la fuerza colectiva que allí se vivieron: ese momento compartido en el que mujeres diversas se encuentran para construir futuro desde la lucha, el pensamiento crítico y el cuidado como práctica política.
La primera jornada se estructuró en torno a tres mesas con la participación de mujeres con sólida trayectoria sindical, profesional, política y militante. En la primera mesa participaron la vicepresidenta de la República, Carolina Cosse; Favio Riverón, presidente de la Federación Uruguaya de Empleados y Empleadas del Comercio y los Servicios (Fuecys); Viviana Barreto, directora de Proyectos de FeSur; Carolina Spilman, responsable de la secretaría de género y diversidad y actual vicepresidenta adjunta del PIT-CNT, y Marcela Barrios, directora nacional de Trabajo.
La segunda mesa estuvo integrada por Natalia Carrau, politóloga integrante de Redes-Amigos de la Tierra; Soledad Salvador, economista representante del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo (Ciedur), y Soledad González, militante feminista y politóloga especializada en violencia de género. La tercera mesa estuvo conformada por Karina Núñez, feminista popular defensora de derechos humanos y trabajadora sexual; Josefina González, licenciada en Comunicación y activista transfeminista; Ada González Alcoba, afrofeminista activista por los derechos humanos, y Tania Ramírez, licenciada en Relaciones Internacionales, activista afrofeminista cofundadora de Mizangas.
Un rasgo distintivo del encuentro fue la manera de presentar a cada oradora: junto a su trayectoria pública y profesional, se destacaron aspectos personales como ser madre, joven, afrodescendiente, trabajadora sexual, activista trans o proveniente del interior del país. Esta práctica rompe con el enfoque androcéntrico que reduce las presentaciones a lo institucional, como si lo político pudiera separarse de lo vivido. Visibilizar estas dimensiones personales y diversas constituye una forma poderosa de hacer feminismo, reconocer historias reales y construir representaciones más humanas, cercanas y colectivas.
Algo del camino recorrido
El encuentro también permitió reconocer el camino recorrido por las mujeres sindicalistas dentro de Fuecys. Tamara García señaló el proceso que comenzó sin institucionalidad formal, sin secretaría de género, impulsado por mujeres que promovieron el primer encuentro y abrieron nuevas perspectivas en la federación: mayor visibilidad, participación y representación en actos y espacios sindicales. Ese impulso permitió la conquista de la cuota de género y la llegada de compañeras de Fuecys a cargos de relevancia en el PIT-CNT. Sin embargo, se alertó sobre los retrocesos recientes: actualmente, hay una menor participación de mujeres en la dirección que la que existía incluso antes de implementarse la cuota. Ante esta situación, se expresó la necesidad de abordar este tema colectivamente y de incorporarlo como eje central en los próximos congresos del movimiento sindical.
El sindicato como una casa segura
Una frase que se repitió en varias de las mesas fue “una casa segura”. Las mujeres sindicalistas volvieron a poner en el centro una demanda histórica: la necesidad de contar con espacios seguros donde habitar, construir vínculos y tomar la palabra. ¿No debería ser ya el movimiento sindical una casa segura para todas las compañeras? En muchos momentos lo ha sido, sin duda, pero en otros claramente no, y es justamente en esa tensión donde aparece la urgencia de seguir construyendo espacios verdaderamente seguros. Es probable que muchos compañeros también imaginen un sindicalismo seguro, pero su noción de seguridad no siempre coincide con la nuestra, y eso debe discutirse colectivamente, con honestidad y profundidad. El movimiento sindical en Uruguay ha sido históricamente un espacio de protección para la clase trabajadora, pero en la última década esa tradición ha sido interpelada desde una mirada feminista que pone en debate la necesidad de reconocer las violencias, los silencios y las exclusiones que aún persisten.
Transformar es también nombrar lo que duele
Se trajo con claridad una preocupación que atraviesa muchas experiencias: la falta de una condena firme ante situaciones de violencia de género dentro del movimiento sindical. La persistencia de la cultura del “pero” –“es mi compañero”, “lo conozco”– sigue funcionando como un escudo para los agresores y limita la posibilidad de avanzar hacia el intento de erradicar la violencia de género en los espacios de militancia. En este marco, se reafirmó que la interpelación feminista no es una amenaza, sino una herramienta necesaria para transformar. Encuentros como este permiten pensar juntas, construir conciencia crítica y asumir los desafíos que implica seguir apostando a un sindicalismo que sea, verdaderamente, una casa segura para todas, todes, todos.
Feminismos populares, sindicalismo y territorio: construir alianzas frente a emergencias colectivas
Las intervenciones hicieron foco en la necesidad de fortalecer un feminismo internacionalista, antiimperialista y comprometido con la justicia social y ambiental, capaz de mirar el mundo desde el Sur y desde abajo. Se habló de la clase trabajadora como una categoría universal y, al mismo tiempo, universalizable, con potencial de articulación en la diversidad.
Una preocupación que atraviesa muchas experiencias: la falta de una condena firme ante situaciones de violencia de género dentro del movimiento sindical.
Entre las preguntas que incomodan –y que, según las panelistas, es necesario sostener– surgieron debates sobre el rumbo de la economía: “¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia una sociedad del cuidado o sólo hacia una adaptación?”. Se mencionaron aportes como los de Cristina Carrasco, al plantear que el cuidado debe ser objetivo político en sí mismo y el lucro un medio, no un fin. Se subrayó la necesidad de incluir cláusulas de cuidado en las negociaciones colectivas y de colectivizar las responsabilidades que hoy recaen mayoritariamente en las mujeres.
Unidad feminista: aceptar nuestras diferencias, no marcarlas
Soledad González, politóloga especializada en violencia de género, interpeló desde una mirada crítica la dificultad para construir espacios feministas colectivos dentro del sindicalismo: “Nosotras no aprendemos a hacer lo que los compañeros sí saben: abroquelarse. Tenemos herramientas, experiencia y formación, pero estamos más preocupadas por marcar diferencias que por tejer unidad. La división sólo fortalece al fuerte”. Preguntó abiertamente qué pasó con la Intersocial Feminista, una experiencia potente que se desarticuló con el tiempo: “La dejamos caer. ¿Por qué creemos que vamos a avanzar solas, individualmente?”.
Las trabajadoras sexuales y la lucha por el reconocimiento sindical
Karina Núñez relató que su primera llegada a la central sindical fue marcada por la exclusión: “Me dejaron en la vereda”. Sin embargo, su recorrido militante y sindical la llevó a conquistar transformaciones, como lograr que los medios y documentos oficiales dejaran de usar la palabra “prostituta” y comenzaran a decir “trabajadora sexual”. “Ese fue mi primer hito de orgullo como sindicalista. Luego vinieron muchas más conquistas”. Mujeres dirigentes sindicales, como Tamara García, tendieron una mano para apoyar a las trabajadoras sexuales en su proceso de organización dentro del sindicato. En 2017 nació Otras, el sindicato de las trabajadoras sexuales.
Militar los cambios: más allá de las leyes
Josefina González recordó el ingreso organizado de mujeres trans y travestis al PIT-CNT en 2010, en el marco de la lucha por la Ley de Cambio de Nombre. En su intervención subrayó que las leyes, por sí solas, no garantizan cambios reales si no se militan, si no se discuten y defienden en el espacio público. Las conquistas legales requieren presencia y voz colectiva. Señaló la necesidad de construir alianzas reales y profundas, pero también reconoció que, en torno a la interseccionalidad, “a veces nos hemos embretado en disputas sectoriales que fragmentan y desgastan”. Reconoció una dificultad para generar sinergias: las urgencias son ineludibles, pero las luchas particulares terminan restando energía si no se logran articular.
Las panelistas coincidieron en que el contexto actual demanda claridad política y valentía para nombrar aquello que muchas veces se evita. “La crueldad es explícita”, señalaron, haciendo referencia, entre otros hechos, al genocidio en Gaza. En este marco, sostuvieron que muchas de las formas políticas que circulan hoy no son nuevas. No se trata de propuestas nuevas, sino de herencias recicladas de los años 90 que vuelven a aparecer bajo distintas formas y nombres.
Feminismo desde el territorio: pobreza, racismo y redes de cuidado
Ada González Alcoba es integrante de la Coordinadora de Mujeres de Asentamientos, colectivo que nuclea hoy a 90 mujeres organizadas desde la militancia territorial y sindical, con fuertes vínculos con la Central Única de Favelas (CUFA). Desde su condición de mujer afrodescendiente, jefa de hogar y habitante de un asentamiento, describió una realidad: “Hay más de 650 asentamientos donde viven más de 200.000 personas en pobreza extrema. Por eso impulsamos una renta básica universal con enfoque interseccional, que no sea asistencialismo ni parche de emergencia, sino una política estructural para garantizar la vida”. Sostuvo la necesidad de una reconfiguración profunda de la inversión pública y la urgencia de cambiar las narrativas dominantes: “La pobreza tiene color de piel. Rompamos el tutelaje sobre la pobreza”.
La deuda histórica con los pueblos indígenas
Noelia, integrante del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha), tomó la palabra para señalar una ausencia que atraviesa muchas de estas instancias: “No pude evitar notar que en esta mesa tan linda faltaba una mujer indígena. Hablamos de racismo, pero seguimos siendo invisibilizadas. Eso también es discriminación”.
Recordó que la primera huelga en Montevideo fue protagonizada por afrodescendientes e indígenas. “A los indígenas se les pagaba con tabaco, y a los afro no les pagaban”. También denunció la destrucción actual de cementerios ancestrales a manos del negocio inmobiliario: “A nadie se le ocurriría tocar el Cementerio Central, pero sí los lugares donde están nuestros ancestros”. Cerró su intervención con una pregunta que incomodó, y con razón: “¿Hasta dónde reconocemos el racismo? ¿Sólo cuando viene de afuera, o también cuando está dentro nuestro y no lo queremos ver?”.
Hacia una práctica política que sostenga la vida
El encuentro no sólo visibilizó tensiones y desafíos, también reafirmó una certeza: la transformación social requiere organización colectiva, unidad en la diversidad y valentía para incomodarse entre compañeras. El feminismo popular, sindical y territorial se piensa desde la urgencia, pero también desde la esperanza activa: poner la vida –toda la vida– en el centro y construir desde abajo una nueva forma de habitar la política. Quedó latente un deseo compartido: que estas instancias de reflexión, encuentro y debate no sean excepcionales, sino parte de una práctica política más habitual y sostenida en el tiempo. Espacios para escucharse, reconocerse y tejer alianzas reales.
Como se dijo durante la jornada: “No alcanza con resistir. Tenemos que crear algo distinto. Y hacerlo juntas”.
Tamhara Darriulat es licenciada en Ciencia Política y militó varios años en el movimiento sindical. Las reflexiones aquí expuestas forman parte de una investigación más amplia desarrollada en su monografía de grado sobre feminismo y sindicalismo “De regalar flores a marchar juntas. El movimiento sindical en el nuevo ciclo feminista”.