¡Todo sería político! La extrema polarización de los debates democráticos y la política politiquera acredita esta idea extendida. Pero ¿depende hoy la política de elecciones ideológicas? ¿Las doctrinas políticas explican por sí solas las acciones de las formaciones políticas? Nada es menos seguro cuando las ideologías ya no parecen determinar las orientaciones de los gobernantes y en la época de la formación de alianzas transpartidistas en el poder en varios países.
Dominan bajo todas las latitudes presidencialismos autoritarios que limitan las coaliciones duraderas, la fragmentación partidista es intensa y hay juegos de alianzas a menudo personalizadas más que programáticas. Así, en tiempos de guerra contra Irán, cualesquiera que fueran sus tendencias políticas, el 82% de los judíos israelíes apoyaban los ataques aéreos israelíes (sondeo del 15-17 de junio para el Israel Democracy Institute). ¿Y qué decir de la actual oposición transpartidista en Francia al acuerdo Mercosur-Unión Europea?
Estos hechos no son, sin embargo, la señal de una despolitización, del apolitismo y del fin de lo político. ¿Traducen entonces de cierta manera el eclipse de las ideologías y el triunfo del pragmatismo?
En su libro La ilusión política (1965), el pensador Jacques Ellul explicaba que la política seguía siendo una especie de espejismo desde el momento en que los decisores permanecían confrontados a la potencia dominadora de mecanismos tecnocráticos de las administraciones públicas. El peso de la burocratización contemporánea lo llevaba a concluir que “lo importante es el proceso de necesidad subordinando la decisión política a la evaluación técnica”. Hoy la avalancha anunciada de las inteligencias artificiales conversacionales y agénticas parece a su vez confirmar el análisis de Ellul sobre la consagración de la sociedad técnica en su famosa obra prospectiva publicada en 1954 bajo el título La técnica o el desafío del siglo, traducida a varios idiomas.
Los trabajos científicos privilegian así problemáticas más empíricas que ideológicas concernientes al estudio de los procesos decisionales de fabricación de las políticas públicas que llevan la marca del paradigma de la especialización y de la racionalización. El sociólogo estadounidense Harold Dwight Lasswell había estudiado así en los años 1950 la cuestión de las políticas públicas, liberada de toda connotación partidista. El concepto anglosajón de policy sigue siendo, por lo demás, una manera neutra y apolítica de abordar las cuestiones de las políticas públicas. Pero donde el inglés utiliza varios términos para distinguir las actividades partidistas, el español, así como numerosos idiomas, utiliza el solo término política, lo que es reductor.
Los gobernantes, a menudo cegados por sus ambiciones personales, sus rivalidades, y a veces incluso simplemente por su ignorancia, no saben o ya no saben lo que la “política” quiere decir.
En nuestros días las políticas públicas forman un ensamblaje de elementos heterogéneos a menudo alejados de las ideologías políticas. El enfoque pragmático describe así empíricamente operaciones concretas que conducen los actores para movilizar categorías y conceptos fuera de toda elección partidista. Numerosos dirigentes intentan, por ejemplo, seducir a su base electoral en función de etiquetas partidistas que a posteriori no tienen a menudo ninguna incidencia sobre sus elecciones frente a desafíos desprovistos de toda connotación política, como, por ejemplo, es a menudo el caso en materia de protección del ambiente sostenible.
Lejos de los sustratos ideológicos, el pragmatismo otorga una importancia esencial a la manera en que los actores construyen sus análisis en el curso de interacciones repetidas con otros. El pragmatismo en política permanece así a menudo alejado de los discursos ideológicos, mientras que las prácticas discursivas entremezclan juegos de lenguaje indisociables de juegos de poder.
Más allá de los partidos tradicionales, la acción política reviste hoy otras formas modeladas por poderosas redes, foros y blogs incluidos, lobbies, fundaciones y think tanks. Es el caso, en Estados Unidos, del Proyecto 2025 de orden metapolítico de The Heritage Foundation, de inspiración nacionalista, autoritaria y reaccionaria, que promueve la colonización ideológica trumpista notablemente en Europa. A partir de una reflexión del disidente comunista italiano Antonio Gramsci, el concepto de metapolítica ha sido principalmente desarrollado por la corriente de pensamiento ultraconservadora e iliberal. Estrategia del soft power que consiste en actuar en el campo ideológico y cultural previamente a la toma del poder político efectivo.
Pero si el modo operatorio de lo político no cesa de transformarse, no todo es equivalente. En efecto, lo político no deriva de un juego neutro de suma cero, y ello mientras que la financiarización desmesurada de las economías capitalistas confirma la tesis de la plutocracia en detrimento de los regímenes democráticos. Mientras tanto, se desmorona por todas partes el poder de los intelectuales y se extienden de manera viral influencers-ideólogos sostenidos por poderosos fondos privados de inversión.
Las prácticas de una concepción empresarial de la sociedad atestiguan que los gobernantes, a menudo cegados por sus ambiciones personales, sus rivalidades, o a veces incluso simplemente por su ignorancia, no saben o ya no saben lo que la “política” quiere decir. Existir es resistir sin espíritu de resignación frente a empresarios políticos que mezclan eslóganes y “pequeñas frases”. Es refundar lo político, sin relativizarlo, desmitificándolo.
Alain Garay es abogado del Colegio de París.