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Ilustración: Federico Murro

El drama boliviano, de MAS a menos

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El domingo, los resultados de la elección boliviana pusieron fin al predominio del Movimiento al Socialismo (MAS) durante la mayor parte de este siglo, desde la victoria de Evo Morales en 2005. Fueron tres presidencias sucesivas de este y una de Luis Arce, interrumpidas menos de un año por el gobierno de facto que encabezó Jeanine Áñez. El 19 de octubre habrá una segunda vuelta entre el centroderechista Rodrigo Paz y el derechista Jorge Quiroga.

El gobierno de Áñez, instalado con violencia y revanchismo, terminó con una victoria electoral del MAS en 2020, aunque antes del derrocamiento de Morales había duros cuestionamientos a sus políticas y a su obstinación en postularse para un nuevo mandato. Arce ganó en primera vuelta, con un fuerte respaldo superior al 55% y mayoría parlamentaria propia. Sin embargo, cinco años después, es uno de los presidentes con menor aprobación de América Latina y su candidato, Eduardo del Castillo, apenas superó el 3% de los votos el domingo.

Esto se debió en buena medida, sin duda, a la grave crisis económica que sufre Bolivia, pero también al proceso de enfrentamientos internos y fragmentación, en el período de gobierno que termina, del movimiento social y político que había gestado y respaldado al MAS.

Luces y sombras

Las presidencias de Morales dejaron un saldo netamente positivo en términos de crecimiento del producto, redistribución y democratización, con grandes avances en infraestructura, educación, salud y derechos indígenas, pese a la enorme fuga de capitales y al hostigamiento derechista desde la rica región de la “media luna” oriental. Hubo un muy buen manejo de la macroeconomía, encabezado por Arce desde 2006, pero también un cuantioso flujo de dinero proveniente de prácticas extractivas, sobre todo en el sector del gas natural. Este fue intervenido por la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos, en asociación con empresas privadas extranjeras que vieron reducida su participación en los beneficios.

El proceso fue paradójico. En el pueblo boliviano hay una profunda herida histórica por la pérdida de sus riquezas desde la época colonial, y antes de que el MAS llegara al gobierno nacional la retórica contra el “saqueo” se convirtió por momentos en oposición a la idea de exportar recursos naturales. Sin embargo, el “milagro económico” de Bolivia tuvo esa base no renovable, sin que se consiguiera reconfigurar la matriz productiva, hasta que varios factores se sumaron para que el auge se convirtiera en crisis.

Cayeron los precios internacionales de las materias primas, los yacimientos argentinos en Vaca Muerta eliminaron gradualmente la necesidad de importar (revirtiendo incluso el flujo, con exportaciones de Argentina a Brasil que utilizan gasoductos bolivianos) y, para peor, el volumen de reservas manejado por especialistas parece haber sido muy exagerado.

En los últimos años, la prospección de yacimientos no ha dado resultado, muchos estiman ahora que no hay más y Bolivia se volvió importadora de combustibles. Todo lo antedicho ha consumido divisas estatales, los dólares escasean, su cotización sube junto con el riesgo país y es difícil el acceso al crédito. El avance del agronegocio no contrapesa las dificultades y falta mucho para saber si las esperanzas de una nueva bonanza extractivista con el litio tienen fundamento.

Ama sua, ama llulla, ama quilla

La máxima indígena del subtítulo (“no robes, no mientas, no seas flojo”) se vio incumplida en casos de corrupción, despilfarro e incompetencia que contribuyeron a la crisis, pero esta se habría producido sin ellos. De todos modos, un oficialismo unido podría haber ganado las elecciones del domingo o por lo menos haber atenuado las consecuencias de la derrota.

Morales va a cumplir 66 años en octubre y gobernó casi 14. Se ganó un lugar destacado en la historia, pero quiso más. No son santos sus principales lugartenientes de antaño a quienes hoy llama “traidores”, pero era suya la responsabilidad mayor, como abanderado de un movimiento de cambio social que tiene viejas raíces y sobrados motivos. Hace tiempo que inició una deriva hacia el clientelismo, la tolerancia ante los ilícitos o la complicidad con ellos, la ambición desbocada y la persecución autoritaria a opositores y disidentes.

El expresidente promovió ahora el voto anulado, que fue la tercera opción, con más de 19%, y en un país donde el sufragio es obligatorio resulta difícil evaluar cómo se repartió ese alto porcentaje entre quienes siguen alineados con Morales y quienes están meramente decepcionados. Él sigue recluido en su bastión del Chapare, con una orden de captura incumplida por el gobierno de Arce para evitar confrontaciones imprevisibles, pero parece poco probable que el ganador de la segunda vuelta tenga la misma actitud.

De cualquier forma, la cuestión principal no es qué hará Morales, y confundir su futuro personal con el de las causas que lo han tenido como líder es, precisamente, un error que cometió y que no debería repetirse.

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