Una encuesta reciente de Factum aportó evidencia para situar mejor el análisis de la coyuntura política, e incluso su evolución en los últimos años.
Según explicó en la diaria Radio Eduardo Bottinelli, la inquietud inicial fue indagar sobre la “frialdad” de la ciudadanía durante la campaña del año pasado. Con esa intención, se apuntó a cuantificar las actitudes de desinterés y descreimiento ante la política, y se registraron las actitudes hacia los actores partidarios: desde el rechazo o la aprobación de antemano hasta el reconocimiento de valores en los adversarios electorales. Se incluyó en esa gama a quienes no se consideran alineados y esperan que el diálogo dé resultados positivos. Además de la consulta clásica sobre la valoración del gobierno, se pidieron opiniones acerca del desempeño de la oposición y de la comparación entre ambas partes.
A partir de los resultados del estudio se abren posibilidades de interpretación inusuales y surgen nuevas preguntas relevantes.
Belicosos y defraudados
En primer lugar, queda desacreditada una percepción extendida de la conversación pública sobre política, que destaca los discursos más beligerantes e instala la noción de que en Uruguay hay una creciente “grieta” entre dos grandes polos. De acuerdo con esta visión, la franja intermedia resulta decisiva en las elecciones, y por eso ambos bloques buscan conquistar su apoyo, pero es una porción menor de la ciudadanía.
Lo que surge de la encuesta es que apenas el 7% de las personas consultadas apoyan al gobierno en cualquier circunstancia, y una proporción aún menor, del 3%, lo critica en cualquier circunstancia. Predominan quienes reconocen valores en los dos bandos y desean que estos logren acuerdos beneficiosos: estas posiciones sumaron 55% del total. O sea que, si bien la mayoría de la población se inclina sistemáticamente por uno de los dos bloques en las elecciones, no existe una “grieta”.
En segundo lugar, el estudio realizado por Factum registró porcentajes de desinterés (11%) y descreimiento (20%) ante la política que, sumados, se acercan a un tercio de las personas consultadas. Probablemente hay cierta superposición entre el deseo de diálogos fecundos y el distanciamiento, que podría deberse a la percepción de que los dirigentes partidarios no responden a esa expectativa.
En tercer lugar, la comparación entre los desempeños del oficialismo y la oposición muestra que la mayoría de quienes respondieron (un 54%) no ve que una parte esté actuando mejor que la otra. Entre los votantes del Frente Amplio, esta evaluación es compartida por el 35%; entre quienes votaron a los partidos que formaron la Coalición Republicana, llega a un sorprendente 68%. Además, un 6% de las personas encuestadas manifestó que no sabía o prefería no contestar.
Tratemos de pensar qué nos dicen estos tres datos y cómo se relacionan entre sí.
Tengamos cuidado
Todo indica que los medios de comunicación en sentido amplio, incluyendo las redes sociales, están contribuyendo desde hace tiempo a propagar una visión distorsionada. Aceptemos que el interés ante un hecho tiene que ver con su carácter inusual: no es noticia, como se les dice a quienes estudian periodismo, que un perro muerda a un ser humano, y sí lo es que un ser humano muerda a un perro. Sin embargo, parece que la exposición a mensajes sobre la política ha difundido, en los últimos años, la creencia errónea de que cada vez más personas andan por la vida mordiendo a canes (o agrediéndose a dentelladas, como Suárez a Chiellini).
Sabemos que ese relato es construido de forma intencional por algunos actores políticos, en el marco de una estrategia polarizadora que consideran conveniente para sus intereses, pero corresponde tener en cuenta que además se crea un círculo vicioso. Tanto en la dirigencia partidaria como en el resto de la población, muchas personas buscan llamar la atención sobre sí mismas y asumen que los mensajes agresivos e incluso las canalladas son formas eficientes de alcanzar tal objetivo. La encuesta de Factum sugiere de modo convincente que ese tipo de comunicaciones atrae interés, pero no logra la aprobación de la gran mayoría.
Por otra parte, el estudio pone sobre la mesa dos datos muy preocupantes, sobre sendos peligros de otros círculos viciosos. El primero, vinculado con la distancia entre las prácticas políticas y las aspiraciones de la mayoría, puede generar crecientes sentimientos de ajenidad y decepción. El segundo tiene que ver con las expectativas ciudadanas: cuanto menos se aprecie una respuesta de los partidos a las preocupaciones cotidianas de la gente, más tenderán a disminuir las esperanzas de cambio mediante las elecciones.
No parece que el desinterés y el descreimiento ante la política nos estén aproximando por ahora a un clima de indignación y repudio como el que propició el triunfo de Milei en Argentina, y quizá el envejecimiento de la población uruguaya es un triste resguardo, pero sería insensato creer que estamos a salvo.