Con la parquedad habitual en las comunicaciones oficiales y más aún en el represivo régimen policial que imperaba en la RDA, Schabowski comunicó que las personas podían ir libremente adonde quisieran, que todas las restricciones de circulación en Berlín habían sido retiradas y ante la pregunta de un periodista acerca de cuándo entraría en vigor dicha disposición, respondió lacónicamente “unverzüglich” (de inmediato). Ésas fueron las palabras que sirvieron de contraseña para que miles y miles de personas se lanzaran a los puestos fronterizos más próximos, aun con la incertidumbre de no saber qué les esperaba. Los guardias, ante el agolpamiento de gente y sin órdenes de disparar ni de detener a nadie, empezaron a dejar pasar a la multitud hacia el lado occidental de la ciudad, donde fueron recibidos por otros miles de berlineses, pero occidentales.
El hecho marcó el comienzo del ocaso del enfrentamiento ideológico que signó la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX. Además, hacia el interior del territorio alemán, puso fin a la división del país, que se extendió desde la instauración de la RDA, en 1949, hasta octubre de 1990, cuando finalmente se concretó la reunificación germana.
Poco tiempo después de la caída del muro, por todo el mundo comenzaron a circular a manera de souvenirs pequeños fragmentos -simples piedras grises cargadas de simbolismo- que alguna vez formaron parte del inmenso bloque que dividió mucho más que una ciudad.
La ciudad partida
El origen lejano de lo que las autoridades de la RDA llamaron oficialmente Muro de Protección Antifascista se remonta a 1945, año en el que finalizó la Segunda Guerra Mundial. En ese momento las fuerzas aliadas -Unión Soviética, Estados Unidos, Reino Unido y Francia- se dividieron el control del territorio alemán y lo mismo hicieron con la ciudad de Berlín, capital del país y último bastión de la resistencia nazi. A partir de la creación de la RDA en la parte del territorio alemán controlado por las fuerzas soviéticas, y particularmente desde 1953, cuando se agudizó una profunda crisis económica, miles de personas empezaron a huir desde allí hacia la vecina República Federal de Alemania (RFA).
Las autoridades de la RDA habían impuesto trabas a la salida del país de sus ciudadanos, pero fue en el comienzo de la década de 1960 que el proyecto de la construcción de un muro que separara a Berlín occidental tomó fuerza y el 13 de agosto de 1961 la idea comenzó a plasmarse.
En total, se estima que hasta ese momento, más de dos millones y medio de personas habían emigrado desde la RDA hacia la RFA. El muro, que cerró la última frontera no definida entre el este y el oeste europeo, se extendía por 155 kilómetros y 43 de ellos dividían en dos a la ciudad de Berlín. Pero además, la enorme construcción separaba a la parte occidental de la ciudad de las fronteras con el territorio de la RDA. En su recorrido, el bloque contaba con 302 puestos de control, además de un complejo sistema de seguridad que incluía alarmas y alambres de púa. En los múltiples intentos de franquearlo, muchos alemanes perdieron la vida y al no haber datos oficiales al respecto es difícil determinar una cifra precisa. De acuerdo a las diferentes estimaciones, el número de víctimas fluctúa entre 125 y 280.
Veinte años después
Hoy con una gran celebración se cerrarán en Berlín los actos conmemorativos de la caída del muro. La Puerta de Brandemburgo, ícono de la capital germana, será el lugar en el que finalizará una serie de actividades en las que participarán líderes de todo el mundo, entre ellos el ex primer ministro soviético Mijail Gorbachov, el mandatario estadounidense, Barack Obama, y el ex presidente George Bush (padre). La anfitriona del evento será la canciller alemana, Angela Merkel. En el inicio de las actividades previstas para hoy, la mandataria, junto con Gorbachov y el ex presidente polaco Lech Walesa, pasarán simbólicamente por el antiguo puesto de control de la calle Bornholmer, el primero que se abrió hace exactamente 20 años, y recorrerán una parte del antiguo trazado del muro.
La conmemoración tendrá un final alegórico cuando se derrumbe una construcción de un dominó de un kilómetro y medio de extensión. Para la canciller alemana, la celebración tendrá un sabor especial, porque ella fue habitante de la RDA y una de las tantas personas que pasaron hacia el lado occidental de Berlín, en la República Federal de Alemania, durante la noche que hoy se recuerda.
La semana pasada, en el marco de una visita oficial a Estados Unidos, Merkel dio un discurso en el Congreso y en su alocución agradeció el papel de ese país en la caída del muro berlinés y contó que, cuando sólo era una joven que vivía en la RDA, miraba hacia Estados Unidos en busca de inspiración. Por otra parte, la líder demócrata cristiana recordó que en la noche del 9 de noviembre de 1989, celebró la caída del muro tomando una cerveza junto con unos desconocidos berlineses occidentales, en el marco de la espontánea fiesta que se vivió entonces.
Aquella jornada también permanece muy presente en la memoria de Gorbachov, mandatario soviético en aquel momento, quien destacó el hecho de que la caída del muro no haya costado ni siquiera una vida y se declaró “orgulloso” por ello. En una entrevista concedida hace pocos días a una radio moscovita, el último líder de la Unión Soviética recordó que en las inmediaciones del muro había cerca de dos millones de soldados que, en caso de intervenir para evitar la caída, podrían haber generado un conflicto bélico de enormes proporciones. “Una intervención de nuestras tropas podría haber provocado una nueva guerra mundial”, declaró.
El cambio
El derrumbe del cerco berlinés fue uno de los hechos más trascendentes de 1989, año decisivo en el desmoronamiento del bloque socialista en Europa del Este, proceso que tendría su colofón definitivo en 1991 con la desintegración de la Unión Soviética. De hecho, la destrucción del muro fue seguramente el mojón más significativo en el final de la Guerra Fría y en la caída de la llamada Cortina de Hierro.
Las imágenes de la destrucción del muro de Berlín simbolizaron el final de una época, y para algunos, la demostración de la victoria del liberalismo económico y político sobre el régimen comunista. Uno de los principales exponentes de esta posición fue el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, quien en 1989 escribió el artículo El fin de la historia, que sería la base de su libro de 1992, El fin de la historia y el último hombre. Según Fukuyama, con el colapso del socialismo real en Europa, la lucha ideológica en el mundo finalizó y el único camino que podía seguir la humanidad en el plano político era el del liberalismo democrático. Para Noam Chomsky en cambio, la caída del muro constituyó “una pequeña victoria para el socialismo”. En una reciente entrevista con la BBC, el analista estadounidense consideró que la debacle del socialismo real, que a su entender se había transformado en una mera “dictadura sin elementos del socialismo”, dejó abierta la puerta para el advenimiento de nuevas formas de socialismo. El historiador inglés Eric Hobsbawm, que adhiere a la teoría política y económica de Karl Marx, señala en su obra Historia del siglo XX que “la gran tragedia de la revolución de octubre radica en que sólo pudo dar lugar a un tipo de socialismo rudo, brutal y dominante”, tres adjetivos que encajan perfectamente en la calificación del muro derribado hace veinte años.