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La imagen pública del proceso de aprobación de la Ley de Presupuesto pone en primer plano conflictos por la asignación de recursos y los remite, directa o indirectamente, a una presunta ofensiva, dentro del Frente Amplio, por parte de quienes procuran que el gobierno encabezado por José Mujica realice un “giro a la izquierda” en relación con el de Tabaré Vázquez. Pero esa apreciación de la coyuntura omite algunos datos de gran importancia.

En realidad, el alineamiento de los sectores frenteamplistas detrás del proyecto presupuestario es notoriamente mayor que el registrado en 2005, cuando la cuestión de los recursos para la educación pública causó un cortocircuito gubernamental y el entonces titular de Economía, Danilo Astori, llegó a poner sobre la mesa la posibilidad de renunciar a su cargo, luego de que Carlos Viera, que dirigía la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, presentara una propuesta alternativa para avanzar hacia el emblemático 4,5% del Producto Interno Bruto.

Es interesante recordar, además, que en primera instancia Vázquez recibió con simpatía la iniciativa de Viera y enfatizó que consideraba necesario alcanzar ese porcentaje, prometido en la campaña electoral, aunque Astori lo considerara inviable. Y también que Mujica fue a pedirle al ministro de Economía que no renunciara.

En los primeros años del gobierno de Vázquez, las resistencias a la política económica impulsada por Astori (y a la proyección política de Astori desde el Ministerio de Economía) surgieron, por diversos motivos, desde una amplia gama de sectores frenteamplistas, con participación de dirigentes del Partido Comunista, el Movimiento de Participación Popular, el Partido Socialista (PS) y la Vertiente Artiguista. Luego, en las internas del FA, los dos primeros sectores apoyaron a Mujica, mientras que los otros dos afrontaron importantes dificultades internas para definir sus posiciones, que en el caso de la VA desembocaron en el impulso a la precandidatura de Marcos Carámbula y en el del PS terminaron con un respaldo no muy homogéneo a Astori, desde fuera del Frente Liber Seregni.

Hoy la situación es muy distinta. Mujica se relaciona con los dirigentes del FA a una distancia mucho menor que la mantenida por Vázquez, articuló una alianza sólida con Astori y no asoma nada parecido a un agrupamiento de descontentos. Entre los sectores frenteamplistas con representación parlamentaria, sólo el PCU trata de articular un discurso alternativo sobre la política económica, pero no va mucho más allá de lo declarativo. Una de las consecuencias de esto es que los reclamos sociales, y entre ellos la demanda de mayor presupuesto para la enseñanza -el mismo asunto que precipitó una situación crítica en 2005-, se desarrollan sin que los sectores en conflicto cuenten con aliados o portavoces potentes dentro del partido de gobierno. Y como hay un movimiento sindical que ha crecido mucho en cantidad de afiliados, pero no tanto en lo referido a la formación de sus dirigentes, suele librar sus batallas sin una perspectiva política viable.

Esto no significa que el FA tenga asegurado un futuro apacible. Indica, simplemente, que no está para nada claro -en términos teóricos y estratégicos, mucho más allá de alguna propuesta programática aislada- qué puede significar un “giro a la izquierda”. Pero sí existe un malestar, en cierta medida agravado por esa indefinición, que no ha encontrado cómo expresarse ni a quiénes tomar como referentes. Y eso puede ser más riesgoso que la puja entre dos proyectos contrapuestos.

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