El segundo tramo del gobierno de Luis Lacalle Pou estará pautado por el resultado del referéndum del domingo 27 de marzo. Además del posible efecto derogatorio sobre los 135 artículos de la ley de urgente consideración (LUC), todo indica que el mapa político uruguayo se reordenará en torno al pronunciamiento ciudadano de esa jornada.

Como suele pasar con los comicios “de medio término”, los datos del referéndum se evaluarán en comparación con el ciclo electoral de 2019-2020 y serán un termómetro para 2024.

Rafael Porzecanski, sociólogo, director de Opinión Pública y Estudios Sociales de la consultora Opción, considera que el referéndum será un “nuevo testeo” para la “marca de la coalición multicolor” y también que el resultado de la LUC determinará cuánto se activarán otros mecanismos de democracia directa en este período, por ejemplo ante una reforma de la seguridad social.

¿Hay más indecisos en esta elección que en las anteriores?

Hay un poco más de indecisos respecto de un mismo punto de tiempo, a diez días para las elecciones. No me atrevería a decir que es un cambio dramático. En general, nos hemos topado con una base mínima a esta misma altura de 15% de indecisos [en la última encuesta de Opción, del 3 de marzo, fue de 22%]. O sea, vemos, efectivamente, un crecimiento respecto de hitos electorales previos recientes, de entre 5-7 puntos porcentuales.

¿Elecciones en general o en comparación con otros referéndum?

En general, porque específicamente de referéndum es difícil hacer comparaciones históricas, ya que el anterior fue hace casi 20 años [Ley de Ancap, en 2003], en un contexto totalmente diferente y con un resultado que estaba más cantado. Ahí hay una diferencia, es altamente probable que este sea el referéndum más parejo de los cuatro que se han celebrado desde la recuperación democrática. Dejo de lado los plebiscitos, que son otro cantar. Los cuatro están asociados a la movilización de izquierda como actor principal. El de 1992 (Ley de Empresas Públicas) tiene un matiz importante, el apoyo de Julio María Sanguinetti, que habilitó ese triunfo tan holgado a la opción por la derogación.

Pero es muy difícil comparar. Si comparamos con el último plebiscito, la consulta de la campaña de Vivir sin Miedo, vemos que había bastante menos indecisos que ahora. Pero era un plebiscito en el marco de una elección, sobre un tema específico, con medidas muy concretas y que estuvo mucho tiempo arriba de la mesa. Era más fácil asumir una posición valorativa en esa ocasión. ¿Los policías tienen que ser apoyados por la guardia militar? ¿Es necesaria o deseable la cadena perpetua para delitos muy graves? ¿Habilitar los allanamientos nocturnos? La gente tiende a tener una opinión bastante más definida sobre este tipo de cuestiones, que son mucho más tangibles y contundentes.

¿Pensás que en esta elección el número de indecisos es significativo por la complejidad del tema (la cantidad de artículos de la LUC que se intentan derogar) o por un desinterés más general?

No son alternativas excluyentes, puede haber un combo de cosas. La complejidad es uno, pero también cuán determinante son los capítulos para la vida cotidiana de las personas. No parece, hasta el momento, que aparezca un elemento que divida a la población con nitidez o que genere un interés especial. Es diferente a cuando se habló sobre las empresas públicas, que es un tema con un valor fuerte en la sociedad uruguaya, que mueve posiciones hacia un lado y hacia otro. O lo que pasa con los temas de seguridad más duros, que implican cambios drásticos en la legislación.

Dentro del conjunto variado de leyes de la LUC que se quieren derogar no hay ninguna que por sí sola haya acaparado la atención principal o que haya movilizado fuertemente al sentimiento ciudadano. Eso de alguna forma lleva a que una parte de la población termine resolviendo a partir de una mirada más general sobre el gobierno; es evidente que la LUC representa la postura del gobierno en diferentes ejes, resume su línea de acción. Por lo tanto, seguramente en la decisión terminará predominando una mirada general sobre el gobierno, y en función de esa mirada se rechazará o no la ley. ¿Hay casos más sofisticados? Sí, también hay gente que mirará o miró en detalle todos los temas de la LUC, analizará qué proponen y cómo impactará cada tema. Una visión más sofisticada podría incluso hacer una especie de planilla de balance: vivienda, seguridad, portabilidad numérica, derechos laborales, y resolver con puntuaciones de todos los temas. Pero estamos hablando de casos muy específicos y sofisticados. La mayoría de los electores van a elegir según atajos.

¿Cuáles serían esos atajos?

Pueden ser varios, y sobre ese tema hay investigación electoral pasada. Uno muy importante son las identidades políticas. Mucha gente resolverá su posición sobre la LUC basándose en lo que expresan sus referentes políticos o a partir de lo que señala su partido. Sin embargo, hay que recordar que en la actualidad la mitad de la población de Uruguay no se identifica con ningún partido político, al menos no claramente. Ese núcleo va a tener que buscar otras señales y ahí sí entran en juego la mirada sobre el gobierno y el humor general sobre la situación del país. También puede haber segmentos específicos que se sientan afectados o beneficiados por algún tema puntual de la LUC, pero tampoco es algo mayoritario.

En síntesis, creo que la mayoría definirá el voto a partir de dos grandes atajos: la cuestión partidaria y la mirada sobre el gobierno. Otro tema importante, vinculado a los indecisos, son los entornos. Para muchos electores la decisión es individual, pero en otros casos el efecto de lo que pase en su grupo de pares también es un factor importante. Pienso en indecisos que charlarán con otras personas en los próximos días, que hablarán con sus amigos por Whatsapp más cerca de la fecha o en una cena de familia. Eso también juega un rol, y ahí tendrán relevancia los militantes de ambas campañas y su capacidad tanto de llegar como de conectar con esa gente.

Hablando de las identidades partidarias, en 2020 publicaste una columna en El Observador sobre esa idea de que Uruguay avanza progresivamente hacia un bipartidismo. ¿Cómo se analiza esta elección desde esa perspectiva?

En realidad, esta elección más que bipartidaria es “bibloquista”. En aquella columna decía que el bipartidismo todavía está lejos porque al interior de uno de los bloques falta el empuje para crear un modelo de oferta electoral al estilo Frente Amplio [FA]. En todo caso, este referéndum es un nuevo testeo para la “marca” de la coalición multicolor.

¿Qué resultado empujaría a la coalición multicolor a avanzar hacia un esquema más similar al del FA?

No creo que el resultado del referéndum por sí solo pueda empujar hacia eso. Veo estrategias o concepciones que no parecen ir en la dirección de conformar un bloque que compita entre sí ya en las internas de junio y que luego presente una candidatura común contra el FA en octubre, y eventualmente en noviembre. Me refiero, por ejemplo, a la estrategia de Cabildo Abierto [CA]: es un partido que ha sido socio de la coalición y ha votado los proyectos principales, pero que también ha marcado diferencias relevantes y que no parece estar dando señales de querer avanzar hacia un camino de este tipo. El Partido Colorado [PC] tampoco ha enviado señales de este tipo, aunque ha marcado sus disidencias programáticas con el Partido Nacional [PN] con menos fuerza.

CA es el partido que más ha mostrado un perfil propio como socio minoritario de la coalición (con la ley forestal quedó claro, pero no fue el único episodio), es el que ha tenido más rispideces desde el punto de vista programático. Porque puede haber rispideces de corte más personal, por ejemplo los ministros del PC que han sido cambiados.

En resumen, no creo que el resultado de la LUC vaya a generar efectos inmediatos en términos de transformar o conducir este bibloquismo hacia un auténtico bipartidismo.

Los posibles escenarios para después del 27

Te planteo un primer escenario para un ejercicio prospectivo. ¿Qué pasa si el Sí queda en los niveles que tuvo el FA en octubre de 2019, en el entorno de 40%?

Primero que nada hay que enfatizar que hay una baja probabilidad de que en esta elección se repita el modelo de octubre de 2019, al menos juzgando por nuestras encuestas de opinión pública, en las que el No sostiene una ventaja pero de menor magnitud.

Si este escenario de baja probabilidad ocurriera, obviamente sería un triunfo contundente del gobierno. No diría que sería un escenario congelado respecto de 2019, porque la lógica es diferente, no es una competencia entre varios partidos sino entre dos bloques. Esta es una competencia estrictamente binaria y sospecho que para la lectura política posterior será importante quién gana, pero también por cuánto. Un escenario como el que planteás creo que sería leído como un triunfo político muy importante para la coalición, que generaría incentivos y también un viento a favor en el oficialismo. El viento es algo interesante en la política, forma parte de esos elementos emocionales que son importantes para la profundización de una línea de gobierno y en sus reformas. En contrapartida, y aunque esta no es una elección estrictamente partidaria, la posibilidad de votar en torno a esa barrera de 40% generaría un escenario complejo para la izquierda social y política. Sería un golpe duro y también una advertencia de cara a 2024.

Pero me gustaría agregar algo más: si no ocurriera un escenario en modo octubre pero el triunfo del No fuera relativamente cómodo, digamos superior a los 7-8 puntos, también ameritaría una lectura favorable al oficialismo, pues vería respaldada la ley, que es un símbolo claro de su gestión, por un margen importante, y además mejoraría su posición con relación a la última contienda en la que los dos bloques se enfrentaron en lógica estrictamente binaria, que fue el balotaje de 2019.

Siempre en el terreno de las hipótesis, ¿pensás que un escenario de victoria contundente del gobierno, con el Sí por debajo de 45%, aceleraría las definiciones en la interna de la coalición hacia 2024? ¿Consolidaría la idea de que el actual gobierno repite otro período y el eje pasaría a estar en su definición de candidaturas?

Un escenario de ese tipo naturalmente dejaría a la coalición en una situación de ventaja para 2024; arrancaría mejor hacia esa elección, después de dos años de gobierno. Pero creo que todavía hay mucha tela para cortar. Faltan tres años y estos dos que pasaron fueron especialmente particulares, con un gobierno que se apoyó con mucha fuerza en un ítem de gestión que no sabemos si va a seguir teniendo, como es la gestión de la pandemia. También hay que ver el tema de los liderazgos y cómo procesa cada uno la victoria y la derrota en un escenario de ese tipo. No sacaría conclusiones lapidarias en términos de 2024 con los resultados de la LUC.

Otro dato que deja esta campaña es que la dependencia de la coalición con la figura de Lacalle Pou es muy alta.

La imagen del presidente es uno de los atributos más importantes del gobierno, es uno de sus principales activos. En general, eso sucede. Le pasó al PC con las presidencias de Sanguinetti, le pasó al FA en la última elección presidencial, sin Vázquez y sin Mujica. Generar liderazgos potentes que se posicionen como herederos del actual presidente es uno de los mayores desafíos que tiene la coalición y en particular el PN. De hecho, está estudiado en ciencia política que la reelección inmediata es un factor explicativo estadísticamente significativo de la probabilidad de un gobierno de renovar el poder. No es el único, pero es un factor que ayuda a los gobiernos que quieren renovar el poder. Por las normas electorales uruguayas, la coalición oficialista tiene ahí el desafío de buscar nuevas figuras, en un escenario que para el PN es necesariamente de renovación, de figuras nuevas que no han estado en ese lugar.

Te planteo otro escenario: ¿qué pasa si el Sí y el No mantienen niveles similares al resultado del balotaje de 2019? Por ejemplo, que la LUC no se derogue pero por un margen bien estrecho. ¿Es posible pensar que eso dispare una disputa de relatos para definir quién ganó y quién perdió?

Esa es la razón por la cual he dicho alguna vez que las derrotas y victorias en este referéndum no son simétricas. Si el No gana en modo noviembre de 2019 (por un margen estrecho de votos) es una cosa, pero en caso de que el Si ganara por ese mismo margen estrecho, la cosa es muy diferente. Eso es bastante clave. Si el No triunfa por poco, tiene una buena noticia indiscutible, porque la ley se sostiene, y esto es algo muy importante para el gobierno. ¿Cuál es el gran paquete legislativo que tiene hasta ahora el gobierno? ¿Qué tiene para presentar en vidriera en términos legislativos o de reformas? Lo principal que tiene el gobierno para presentar es este gran paquete de la LUC. En términos futbolísticos, para el gobierno mantener la LUC es como la necesidad de ganar en casa. Eso por un lado.

¿Pero qué clase de perdedora sería la izquierda social y política en ese escenario? Trato de no decir FA porque acá el movimiento sindical ha sido muy importante para empujar la campaña de firmas y para esta campaña electoral. Bueno, creo que para la izquierda sería una especie de derrota dulce, porque mantiene la competitividad intacta de cara a 2024 y en la construcción explicativa quedaría otra vez a muy poco de haber podido dar vuelta la historia. Hay que recordar que estamos en un contexto de un gobierno con fuerte respaldo y un saldo positivo claro de gestión, y en un contexto económico de cierta recuperación, más allá de algunos problemas. No sería una derrota tan dura como la que hablábamos antes, es decir, algo en modo octubre 2019.

El término “derrota dulce” ya se usó después de la segunda vuelta de 2019.

Es que tendría algo de eso, sin, por cierto, ser una victoria. Y esto no es simétrico con relación al gobierno, para el cual perder (no importa el margen) sería un muy duro golpe.

Volvamos al escenario en el que gana el Sí, aunque sea por una diferencia mínima, y se derogan los artículos. ¿Qué pasaría con Lacalle Pou en términos de gobernabilidad o imagen pública? ¿No toma demasiados riesgos con su protagonismo en la campaña?

Es algo muy personal. Como decía antes, en la decisión sobre la LUC va a pesar la mirada sobre el gobierno y la mirada sobre el presidente. Por lo tanto, creo que resulta entendible que el presidente participe tan activamente en la campaña, sobre todo pensando en ese segmento de la ciudadanía que todavía no definió qué votar. Obviamente, cualquier escenario de derogación tendría costos políticos para la imagen del presidente y para su liderazgo. Sería sí una derrota política para él y para el gobierno, pero eso no quita que, por otro lado, resulte absolutamente entendible el protagonismo que ha asumido en la campaña.

¿Y ese escenario de derogación qué implicaría para el FA? ¿Se impondría un clima de “alternancia inminente”, acelerando las definiciones de candidaturas?

Sería un gran envión, pero no sé si aceleraría los tiempos. No tengo claro que eso dependa necesariamente de la dinámica de la LUC. Sí está claro que dejaría al FA con una esperanza diferente al mostrarse victorioso en un escenario que, en el contexto, es más favorable al oficialismo. Pero no sé si una eventual victoria del Sí aceleraría los tiempos de las definiciones de candidaturas, me cuesta hacer futurología sobre eso.

¿Pero qué tipo de oposición pasaría a ser el FA en ese escenario? ¿Una oposición más en la barricada o una que se presenta como opción de gobierno porque la alternancia es un hecho?

El FA ha jugado los dos partidos simultáneamente. Históricamente. El referéndum de 2003 fue previo a que el FA ganara por primera vez las elecciones. Ya estaba planificando su llegada al poder y al mismo tiempo seguía siendo una oposición, por momentos, muy dura. Pienso que una victoria en el referéndum podría incentivar al FA a una creciente movilización en temas de alta sensibilidad ciudadana. Por eso creo que el resultado de la LUC también puede llegar a impactar en cuánto se activen nuevamente los mecanismos de democracia directa de acá a 2024.

Ante una reforma de la seguridad social, por ejemplo.

Ese sería un caso muy claro. Y es un tema muy importante, que toca fibras íntimas de la ciudadanía. Para saber qué puede pasar con ese caso o con otros, es importante el resultado de la LUC. En ese terreno, para la izquierda no es lo mismo una derrota clara, una derrota corta y ni que hablar un triunfo del Sí.

Recién hablabas de la capacidad de la izquierda de jugar dos partidos simultáneos. Ese desdoblamiento sólo es posible porque coexisten una pata social y otra política.

Sí, es una ventaja que tiene la izquierda. Lo que pasó en 2003 de alguna manera se repite ahora, porque el motor de la campaña lo enciende la izquierda social. Hay figuras históricas de la izquierda que han jugado muy bien con esa realidad. Tabaré Vázquez es un caso clarísimo. Por un lado, consolidaba una figura con imagen de seguridad y gobernabilidad y, por otro lado, si la disyuntiva lo ameritaba (por ejemplo, cuando el juego de posiciones era con Danilo Astori), Tabaré jugaba en la línea más intransigente. Después su perfil fue cambiando, pero ya con él como presidente.