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Río revuelto

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Aglomeración de conflictos gremiales y corporativos, algunos disparados por agrupaciones político-sindicales vinculadas con partidos oficialistas… Disensos dentro del oficialismo por el destino de la Ley de Caducidad y cuestionamientos a la política económica… Advertencias de la oposición… Insinuaciones sobre una posible fuga de inversores, formuladas desde grupos de presión vinculados con el empresariado… Cuando el río se agita, el líder político que puede sacar más ganancia es el que sabe más de pesca. Y el que sabe más de floricultura tendría que pedirle un par de lecciones, así aprende a darle a la caña algún uso más que sostener los tallos.

A Tabaré Vázquez se lo vio el miércoles en una de sus inusuales apariciones públicas tras dejar la presidencia. Fue en la celebración del centenario de su viejo grupo político, el Partido Socialista. Antes, había salido a escena para cuestionar las modificaciones aceptadas por el gobierno al diseño de las cajas de cigarrillos. Esas reapariciones sirven de recordatorio de que cada día que pasa falta uno menos para el fin de su año sabático.

La última ocurrió en medio de un período de convulsiones políticas, sindicales y corporativas, que dejan en entredicho el liderazgo de José Mujica sobre el oficialismo. El liderazgo del presidente sobre el gobierno está fuera de discusión, pues le fue asignado por la ciudadanía en las elecciones. Vázquez no tuvo esos problemas, a pesar de que soportó al comienzo de su período ataques desde varios flancos. Blancos, colorados y mieristas llegaron a calificarlo de autoritario. Sin embargo, finalizó su gobierno gozando, además de una altísima popularidad, del respeto de los candidatos opositores, que se promocionaban como seguidores aun más fieles de su legado que el propio Mujica.

El estilo marca diferencias. Mujica armó su equipo basado, sí, sobre el reparto partidario, pero con dirigentes del segundo, tercer o cuarto escalón de los sectores oficialistas. Además, parece no contener su reflejo de intervenir en persona ante los problemas, sean trascendentales o más bien nimios. En cambio, Vázquez vertebró su gabinete con líderes de partido, lo que amortiguó cuestionamientos de militantes, cuadros y legisladores. Después de marcar las grandes líneas políticas, dio a los ministros amplio margen de acción para trabajar. Cuando alguno se apartaba de esas líneas, reasignaba tareas: así, por ejemplo, las negociaciones con Argentina por la producción de celulosa en Fray Bentos y con Estados Unidos por un tratado comercial quedaron a cargo del Ministerio de Economía y la secretaría de la Presidencia y no de la cancillería, entonces a cargo del disidente Reinaldo Gargano.

Vázquez hablaba poco. Le gustaba aquella máxima mitterrandiana de “cuando habla el presidente, habla la nación”. Su parquedad fue una de las virtudes que le permitieron tomar su decisión más polémica (el veto a la despenalización del aborto) con un costo mínimo. Mujica, por el contrario, habla mucho. Tiene una audición de radio dos veces por semana. Responde preguntas de la prensa en casi todos los actos públicos a los que asiste. Concede entrevistas en las que se muestra como un ciudadano de a pie y no como el presidente que es. Acepta invitaciones a dar discursos. Piropea, si es que la palabra “camión” puede considerarse un piropo. Así, va construyendo alrededor suyo una jaula de palabras que no siempre puede contener las acciones de su propio gobierno y lo obliga a usar demasiado la marcha atrás.

También hay diferencias de oportunidad. La primera presidencia frenteamplista tuvo bastante de ensayo. Muchos sectores políticos y sociales dieron cinco años de changüí y ahora quieren ver los frutos de su afinidad con el gobierno o el cumplimiento de los compromisos de los grupos que lo componen. Por otra parte, el debate de la ley de presupuesto, que debe aprobarse en los nueve primeros meses de cualquier presidencia y siempre suscita reclamos de los sindicatos del Estado, se encabalgó con los Consejos de Salarios y con elecciones en diversos gremios. El gobierno tiene pocas posibilidades de incidir sobre estos factores.

De todos modos, el oficialismo sufre hoy de un vacío de liderazgo. Si Mujica se concentra en la tarea de gobernar, en cumplir con el liderazgo del gobierno, le resultará difícil llenarlo. El vicepresidente Danilo Astori, hoy dedicado a darle respaldo al jefe, tampoco podrá hacerlo. El Frente Amplio no cuenta con figuras de recambio. Las corrientes y los vientos parecen propicios para que el pescador experto, ése que espera con paciencia y callado para no ahuyentar los bichos, se quede con el tiburón.

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