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Mercado en Kawale, Malawi. archivo agosto de 2009

Foto: Dusan Petkovic

Mujer enferma, país enfermo

12 minutos de lectura
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El 70% de la producción agrícola de Malawi está a cargo de mujeres, pero la ley no reconoce su derecho a la tierra.

En un país agrícola cuya población sufre malnutrición y sida en proporciones alarmantes, las más castigadas son las que producen la mayor cantidad de alimentos: las mujeres de Malawi. Michelle Remme trabaja para la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación asesorando al gobierno de Malawi en cuestiones claves para la agricultura de ese país: las mujeres y el sida. La economista dialogó con la diaria sobre los desafíos de este país.

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Malawi es un pequeño territorio del sureste africano, sin salida al mar, enclavado entre tres gigantes: Zambia, Tanzania y Mozambique. A lo largo de 560 kilómetros de su frontera este se extiende el inmenso lago Malawi. El paisaje también está compuesto por montañas, bosques y, sobre todo, por mucha gente. Son 13 millones de personas en menos de 118.000 kilómetros cuadrados. La superficie de Uruguay es una vez y media más grande.

La gran mayoría de los malauíes vive en el campo. En su pasado colonial, el país era proveedor de mano de obra para Zimbabwe y Zambia, otros países del imperio británico.

La economista Michelle Remme, de 26 años, trabaja en ese país, uno de los más pobres del mundo, y donde el sida afecta al 12% de su población adulta; en particular a las mujeres. Esta asistente técnica de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, según sus siglas en inglés) asesora desde hace casi tres años al Ministerio de Agricultura del país sobre asuntos de género y VIH-Sida. Creció en Burkina Faso y en Francia, es holandesa y tanzana por parte de madre. Antes de llegar a Malawi estudió Economía y Finanzas Internacionales en los Países Bajos, trabajó en el Banco Mundial en Mali y para la Organización Mundial de la Salud en África del Oeste y en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Holanda en temas de VIH-Sida y salud. En diálogo vía Skype con la diaria, la economista repasó su trabajo en Malawi, uno de los países del mundo en los que el sida y la malnutrición van de la mano y afectan, en primer lugar, a las mujeres.

-¿Cuál es la situación alimentaria en Malawi? Malawi era conocido por sus problemas de hambruna crónica hasta hace unos años. Se habían dejado de lado las ayudas a la agricultura, siguiendo las directivas del Banco Mundial que reflejaban el pensamiento mayoritario de los años 80. [Se refiere a la visión según la cual, para ayudar al desarrollo y superar las crisis, los países debían equilibrar su presupuesto, reducir la cantidad de funcionarios y las políticas sociales. En Malawi, se eliminaron funcionarios locales, que aseguraban un apoyo comunitario para la salud y la alimentación, por ejemplo. En la agricultura, eso causó problemas para transmitir los avances tecnológicos y la capacitación técnica.] Hoy el 13% del presupuesto del país va al sector agrícola, al riego y al agua. Un 20% va a la educación -algo bastante destacable- y se dedica a la salud un 15,5%. Eso muestra que casi la mitad del presupuesto del país se destina a los principales sectores sociales. Lo que sigue siendo difícil es aumentar la cantidad de funcionarios. Como se había recortado la inversión en educación, no se obtendrán recursos humanos calificados de la noche a la mañana.

-¿Cómo se terminaron los problemas de hambruna crónica? Desde 2004 la agricultura es prioridad del gobierno y también lo son los pequeños agricultores, responsables del 70% de la producción agrícola. El objetivo es darles herramientas para que puedan asegurar su propia alimentación. Desde 2005, un programa estatal facilita el acceso a los fertilizantes y Malawi ya no sufre de hambre; incluso exporta maíz. En 2004 y 2005, el país aún necesitaba ayuda alimentaria; era un problema crónico. Cuando se habla de seguridad alimentaria en Malawi, se hace referencia, sobre todo, al maíz, que es la base de la alimentación local desde que lo introdujeron los ingleses. En la FAO, cuando hablamos de seguridad alimentaria, hablamos de nutrición: no sólo de cantidad, sino de variedad de alimentos. En Malawi, cerca de la mitad de los niños menores de cinco años sufren de malnutrición crónica y cerca de la cuarta parte de los adultos están malnutridos. Ahí entra en juego el VIH-Sida, porque tres cuartas partes de los adultos mal alimentados contrajeron el virus. La buena alimentación también es prioridad del gobierno y ahora hay campañas de educación alimentaria.

-Usted trabaja sobre género y VIH-Sida. ¿Cuál es el vínculo entre mujer y VIH en Malawi?

-En Malawi, como en África en general, hay más mujeres que hombres viviendo con VIH. Aquí, entre 57% y 59% de los portadores del virus son mujeres. Pero en el conjunto de la población, las mujeres son el 52%. ¿Por qué ocurre esto? Hay muchos factores socioeconómicos que las hacen más vulnerables y el sector agrícola tiene que ver con ellos. La agricultura es el motor de la economía malauí, representa cerca del 39% del PIB del país. Además, 85% de la población vive en zonas rurales y depende de la agricultura para subsistir. Al estudiarse en qué tipo de relaciones de pareja ocurría la mayoría de los casos de transmisión del VIH en Malawi, se detectó que la mayoría de los contagios ocurre en relaciones estables. Aun si una mujer malauí sospecha que su esposo tiene relaciones sexuales con otras personas, no puede reclamar el uso del preservativo. Eso no se hace. La poligamia, en algunas regiones del país, es otro factor que favorece el contagio. La posición social de las mujeres es otro problema que las pone en riesgo. Las mujeres son llevadas a practicar “sexo de transacción”. Esto ocurre, por ejemplo, en la pesca, donde los pescadores son hombres pero quienes preparan el pescado para consumirlo y lo venden son mujeres. Para su actividad, estas mujeres dependen de los pescadores, y en los períodos de poca pesca el sexo se convierte en un pago extra para poder comprar el pescado. Estas prácticas son de alto riesgo frente al VIH. Estudios locales demostraron que las mujeres que carecen de seguridad alimentaria tienden a tener comportamientos de alto riesgo para poder comer, entre ellos el sexo de transacción.

-¿Cómo trabaja desde su cargo de asistente técnica de la FAO para ayudar a enfrentar estos problemas?

-Trabajo con el Ministerio de Agricultura y también tenemos algunos proyectos comunitarios de la FAO. Mi principal tarea es aconsejar técnicamente al sector sobre las medidas y estrategias que deberían adoptarse para reducir los riesgos de transmisión del sida, su impacto en las comunidades rurales y para promover la igualdad entre mujeres y hombres. Tengo una muy buena relación con mis contrapartes locales encargadas de los problemas de género y sida en la agricultura. Pero cuesta lograr que algunos economistas y especialistas del ministerio tomen en cuenta los problemas de género. Para ellos son secundarios, abstractos. Para interesarlos debemos hablar de toneladas de alimentos o de cantidad de cabezas de ganado. Intentamos facilitarles la mayor cantidad de cifras que puedan ilustrar la baja de productividad que representan estos problemas. Pero esas cifras no siempre son adecuadas. Por ejemplo, si hay un hombre liderando un hogar, en general las estadísticas no toman en cuenta a las mujeres que integran ese hogar y que representan la mayoría de la mano de obra. Cuando se dice que una mujer lidera un hogar es que no hay allí un hombre. Se dan subvenciones a hogares liderados por mujeres, pero no se piensa en las mujeres de los demás hogares. En este tema aún falta generar datos. Trabajamos en eso. Si no respondemos a las necesidades del 70% de la mano de obra del sector, que es femenina, no lograremos un aumento de la productividad.

-¿Por qué tantas mujeres se dedican a la agricultura en Malawi?

-Las mujeres trabajan mucho en la agricultura, es algo cultural. Trabajan más en el hogar y para la comunidad. Trabajan más en general. El sector debería reaccionar, porque la mujer tiene un poco menos de fuerza física y si tuviera a disposición nueva tecnología que requiera menos fuerza física, respondería a sus necesidades específicas y aumentaría la productividad. Eso se está intentando hacer.

-¿Cómo se refleja esa falta de respuesta a las necesidades de las mujeres en el sector de la agricultura?

-En la aplicación de políticas gubernamentales se tiende a asumir que el agricultor es un hombre fuerte. Por ejemplo, cuando se distribuyen fertilizantes o se dan consejos técnicos, se va hacia los hombres, aunque no sean los que hacen la mayor parte del trabajo. Podríamos contribuir al desarrollo económico de la mujer dándole más subvenciones para evitar comportamientos que contribuyen a la expansión del sida y darles los consejos que necesitan. Los funcionarios de cercanía deberían poder hacerlo. En las comunidades y en los hogares hay mucha gente enferma de sida y la división por sexo de las tareas hace que sean las mujeres quienes se ocupan de los enfermos. Por eso tienen menos tiempo para ocuparse del cultivo y de las demás actividades agrícolas; el hogar produce menos alimentos y la seguridad alimentaria se ve afectada. Por eso es necesario llegar a las mujeres y, a su vez, integrar a los hombres en el proceso.

-¿Se puede revertir esta situación?

-Respecto a la evolución de mentalidades y al cambio en las prácticas culturales, la tarea corresponde, sobre todo, al Ministerio de Igualdad de Género. Cada ministerio debe hacer lo que puede. En la agricultura hay que trabajar el empoderamiento económico de las mujeres y el Ministerio de Género debe considerar las cuestiones culturales. El Ministerio de Educación también tiene un papel enorme que desempeñar, porque las mujeres reciben mucho menos educación que los hombres. Malawi se destaca positivamente en muchas áreas, pero en cuanto a igualdad de género aún hay mucho camino para recorrer. Vamos a estar cerca de lograr la mayoría de los objetivos del milenio pero en cuanto a igualdad de género no se van a alcanzar. La representación de las mujeres en el Parlamento y la educación femenina son dos puntos de los que estamos lejos.

-¿En qué medida se puede trabajar en estos temas junto a la agricultura y la alimentación?

-Además de la asesoría al Ministerio de Agricultura, tenemos proyectos comunitarios, de seguridad alimentaria y desarrollo rural. Estoy encargada de asegurarme de que esos proyectos tomen en cuenta las cuestiones de género y el VIH-Sida. Trabajamos con agricultoras, damos fertilizantes, animales y toda clase de elementos para aumentar su capacidad productiva, así como capacitaciones en métodos de agricultura, sobre cómo brindar una alimentación equilibrada a su hogar. También ayudamos a que sepan mejorar sus ingresos económicos, vendiendo la producción excedentaria.

-¿Cuáles son los desafíos que plantea el sida en relación a la agricultura?

-En Malawi los dos recursos principales son las tierras y la mano de obra. A causa del VIH, la mano de obra está disminuida, por la alta tasa de mortalidad. El 12% de la población adulta es portadora del virus y muchos niños también. Pero éste es otro punto en el que el gobierno avanzó: se aumentó el nivel de acceso al tratamiento para las mujeres embarazadas y así disminuyeron los casos de transmisión vertical, de madre a hijo. La terapia con medicamentos es gratuita, el tratamiento es gratis en los servicios públicos. La amplia mayoría de los tratamientos la financia el fondo mundial contra el sida, pero también, en menor proporción, el gobierno de Estados Unidos y otros actores. Malawi se vuelve dependiente, pero por ahora el país no tiene opción. Realizó esfuerzos y mejoras enormes a nivel del acceso al tratamiento. En 2003 comenzamos con 10.000 personas que accedían a los medicamentos. Era muy difícil llevarlos hasta las clínicas rurales. Pero ahora hay un programa nacional por el cual unas 200.000 personas reciben tratamiento. En 2009, esto era un 65% de quienes lo requerían. Para un país que tiene enormes dificultades de recursos humanos en la salud es una gran mejora. Pero los demás tratamientos, para las enfermedades oportunistas que aparecen con el sida, el transporte para llegar a la clínica y los gastos de sepultura en caso de muerte implican un enorme sacrificio, no sólo para el hogar, sino para la comunidad, que muchas veces asume los gastos. El hogar debe vender sus animales y los niños ya no van a la escuela…

-Así surgen entonces nuevos problemas económicos vinculados al sida.

-Sí. También se pierde el saber agrícola. Cuando los padres están enfermos o mueren, no pueden transmitir sus conocimientos, no enseñan cómo producir su alimento a los hijos. Los huérfanos tienen más dificultades para asegurar su alimentación. [Se calcula que en Malawi hay un millón de huérfanos.] La FAO no sólo trabaja en relación a la alimentación y la agricultura, sino también con los recursos naturales. Observamos en Malawi que cuando un hogar tiene enfermos, van a buscar otras maneras para sobrevivir, a cortar árboles para hacer carbón, por ejemplo. Eso, en un país en el que hay 2,8% de desforestación por año y 13 millones de habitantes, afecta el ecosistema. Otro problema ligado al sida es el debilitamiento de las redes sociales, que son muy importantes en África porque sustituyen la seguridad social. Los adultos fallecidos dejan niños y personas mayores a cargo. Existe un nivel de dependencia más elevado en los hogares, hay más gente que no trabaja o que no tiene la edad para hacerlo. Hay hogares encabezados por niños; el hijo mayor debe asumir el papel de padre. La cantidad de huérfanos supera las capacidades de los vecinos y de las familias. Para la producción agrícola, esos hogares tienen menos mano de obra y menos capital para invertir. Son más vulnerables a la inseguridad alimentaria y a cualquier imprevisto. Incluso en las instituciones públicas el sida también tuvo repercusiones. El Ministerio de Agricultura perdió muchos funcionarios y esto generó un fuerte desgaste en los recursos humanos. Gente que tenía muchos conocimientos, memoria institucional y que representaba una inversión de recursos importante del sector falleció o se enfermó. Hay gente que ya no puede trabajar porque cuida un familiar enfermo. En 2004, el Ministerio de Agricultura perdía 29 funcionarios por mes. No se sabe si esas pérdidas están todas relacionadas con el sida, pero fue en el período más fuerte de la epidemia. Es un problema grave, porque faltan recursos humanos en ese ministerio. Ahora, gracias al tratamiento, la última cifra que me transmitió el ministerio es una baja de cinco funcionarios cada mes.

-En Malawi se registraron grandes mejoras a nivel de alimentación. Esto se explica por el hecho de que el país dejó de aplicar las directivas del Banco Mundial y optó por aportar ayudas a los productores. ¿Cuál es la posición de la FAO al respecto?

-La FAO no tiene una política única al respecto y no está ni a favor ni en contra de las políticas del Banco Mundial. Diferentes soluciones pueden funcionar según las especificidades de cada país. Mientras que las medidas obtengan resultados, nosotros las apoyamos. En el caso de Malawi, es un hecho que la política gubernamental fue un éxito. Además a ese programa de subvenciones a los fertilizantes, se sumó un período de lluvias que fue favorable para que esa política tuviera los resultados deseados.

-Un problema específico en Malawi es el “robo” de tierras a las mujeres que pierden a su esposo. ¿Puede explicar este fenómeno?

-Es un problema bastante común en África en general, pero voy a hablar del problema en Malawi, que tiene sus especificidades y existe desde hace mucho tiempo. Coexisten dos sistemas: el matrilineal y el patrilineal. En el sistema matrilineal, al que pertenece la mayoría de las culturas en Malawi, la tierra pertenece a la mujer y se transmite por esa línea. Uno tiende a pensar que ese sistema supone más seguridad para las mujeres, pero no es tan así. Si se habla de una organización matrilineal, el control no lo tienen las mujeres. Cuando la mujer se casa, el marido va a vivir a la aldea o a la casa de la mujer, pero no es ella la que controla esa tierra, es el hermano de la mujer, el tío de los niños. Si la mujer muere, quien hereda es su hermano y no el marido. Cuando muere el marido, se puede pensar que la mujer va a conservar sus tierras y su alojamiento, pero lo que ocurre es que el hermano u otros miembros de la familia de la mujer reclaman y toman el control de las tierras. Muchas veces, la mujer y sus hijos quedan en una situación muy precaria, privados de sus modos de subsistencia, de su tierra. La mujer, sin un esposo, pierde su estatus social. En el caso de un sistema patrilineal, si el marido muere, la mujer se queda sin nada y debe regresar a su lugar de origen. Con la expansión del sida, se incrementó la mortalidad de los adultos a fines de los años 90 y en el 2000, y aumentó la cantidad de casos de desposesión de tierras.

-¿Cómo se explica que sean más las mujeres que los hombres quienes enviudan, cuando son ellas las más afectadas por el VIH?

-Es mayor la proporción de mujeres infectadas, pero también son más las mujeres que van a hacerse el examen de VIH y por lo tanto reciben diagnóstico y tratamiento en una proporción mayor que los hombres. Los huérfanos de padre son más numerosos que los huérfanos de madre, según las estadísticas. En general, cuando fallece la mujer, los hombres no tienen mayores problemas. Los estudios muestran que los sistemas que debían proteger a las mujeres ya no lo hacen y que favorecen al hombre en el hogar. Desde la década de 1990, los hogares liderados por mujeres llegan al 25%. Las últimas estadísticas indican un crecimiento y las cifras estarían en 30%.

-¿Qué hace la FAO respecto al robo de tierras?

-Es la ley de sucesiones vigente que desprotege a la mujer. Una comisión legislativa estudió la ley actual, de 1967. Hizo propuestas para elaborar otra nueva y permitir que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres. Ese proyecto está listo desde 2004, pero desde entonces no fue examinado por el Parlamento. La FAO y el Unfpa, el fondo para la población de la ONU, junto con la sociedad civil, hicimos campañas en distintos medios para sensibilizar a la población rural, a los parlamentarios sobre la importancia de esa ley, no sólo para las mujeres, sino también para los hombres y, sobre todo, para sus hijos. Muchos parlamentarios veían esa ley como una desventaja para ellos. Pero no es así. Esa ley apunta a proteger a sus hijos, a su familia y a su mujer después de su muerte. Todo parecía encaminado, pero hubo elecciones en 2009 en el Parlamento y hay que retomar el trabajo con los nuevos representantes. Ahora parece que se está tomando en cuenta el problema y que la ley podría ser tratada. Pensábamos que sería discutida en junio, en la última sesión del Parlamento. No lo fue, pero espero que se discuta en la próxima sesión.

-¿Qué ocurre con esas mujeres que quedan sin tierras?

-Tienen que volver a su aldea o a su hogar de origen, o puede que sean tomadas a cargo por algún familiar que las aloje. Pero en general, se encuentran en una situación muy precaria. Hay pocos estudios; tenemos alguna estadística sobre cuántas mujeres fueron desterradas, pero no se hace un verdadero seguimiento de lo que pasa con ellas luego. En general, como consecuencias de este fenómeno se puede hablar de trabajo infantil, abandono de la escolaridad e inseguridad alimentaria.

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