Varios episodios deterioraron la imagen de Ingrid Betancourt, la mujer a la que Michelle Bachelet le prometía hacer campaña para que recibiera el Premio Nobel de la Paz. La franco-colombiana hizo un papelón cuando lloró al enterarse de que no recibiría el Nobel en 2008, y tampoco quedó bien parada cuando se supo que reclamaba a Colombia una reparación económica por su tiempo en cautiverio. Lo que más molestó a los colombianos fue que la ex rehén de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) presentara esa exigencia después de haber agradecido hasta el hartazgo por la operación militar, que calificó como “perfecta”, que terminó con sus seis años de cautiverio. Betancourt fue secuestrada en 2002, cuando competía por la presidencia de Colombia por el partido Verde Oxígeno, junto con su compañera de fórmula, Clara Rojas, y fue liberada en julio de 2008.
Una encuesta de la firma Ivamer Gallup publicada en julio concluyó que Betancourt tiene una mala imagen para 80% de los colombianos, informó Radio Francia Internacional (RFI).
La visión de una Betancourt egoísta, caprichosa y hasta cruel es la que aparece representada en el cómic “Ingrid de la Jungle”, obra de los franceses Serge Scotto, Eric Stoffel y Richard Di Martino. De acuerdo a RFI y la agencia EFE, el cómic se ríe de los gobiernos de Francia y de Colombia, pero sobre todo de Betancourt. El personaje del cómic -Ingrid Petancourt- se presenta como una mujer tan devota del papa como la Ingrid real, y tan poco querida por sus compañeros de cautiverio como parece serlo ella.
Militares estadounidenses que compartieron con Betancourt la experiencia de ser rehenes de las FARC y que fueron liberados junto a ella la pintaron en su propio libro como una mujer capaz de perjudicarlos sin culpa. También Clara Rojas se quejaba de los desplantes de ella, y de las palabras duras que su ex amiga le dedicó cuando supo que estaba embarazada. Rojas tuvo un hijo concebido en la selva, con quien se reencontró una vez que fue liberada.
Las memorias de Betancourt son publicadas bajo el título Même le silence a une fin (“Incluso el silencio tiene un final”), traducido como “No hay silencio que no termine”. El libro ayuda a conocer a la franco-colombiana y su experiencia de violencia, pero también a entender a sus críticos.
“Me encuentro serena. Este libro ha sido también mi terapia. Me dije: necesito reconstruir todas mis relaciones. Necesito reencontrar a mi familia e hijos. Muchas veces en estos meses había conseguido hablar de ello, pero era difícil incluso con ellos. El libro ha sido una cura”, dijo Betancourt al diario italiano La Repubblica.
Las memorias de Betancourt se presentaron ayer en 14 países y ya fueron traducidas a ocho idiomas. Pero ella no tiene aseguradas las ganancias que surjan de su venta. La revista colombiana Semana informó que su ex marido, Juan Carlos Lecompte, pidió al juez a cargo de tramitar su divorcio que embargue a Ingrid sus ingresos por derechos de autor. Lecompte, que vive en Colombia, hizo campaña por la liberación de su esposa, pero cuando ella fue rescatada pudo ver que la relación se había terminado. Quedó claro en el saludo frío que le dedicó Betancourt ante las cámaras de televisión y en la inmediata partida de ella hacia Francia, donde hoy reside.
Un saludo a mi amiga
Uno de los capítulos del libro fue publicado ayer por Semana. En él Betancourt cuenta un intento de escape, cómo planeaba cada detalle con cuidado para no ser descubierta y tratando de prever cada uno de los peligros que podía encontrar en la selva. La imagen de una “serpiente gigantesca” que sus captores le mostraron para disuadirla de intentar escapar le causó pesadillas por un buen tiempo.
Cuenta también los juegos de poder y de humillación que enfrentaba, las condiciones precarias en que vivía y cómo se daba ánimos para buscar algo de dignidad en esa situación.
Pero a este relato, Betancourt suma un inventario de lo que presenta como actitudes reprochables de quien había sido su amiga, Clara Rojas, palabras que terminan por poner en evidencia mezquindades propias.
“A causa de nuestra inmovilidad forzada, nuestros cuerpos habían comenzado a retener líquidos. Era muy visible en el caso de mi compañera. [...] Se lo había mencionado a ella, y esto la había fastidiado profundamente”, relata Betancourt. Ensaya una explicación para su tensión con Rojas al decir: “Medí entonces cuánto nos habíamos distanciado. Obligadas a vivir la una junto a la otra, reducidas a un régimen de hermanas siamesas, sin tener nada en común, vivíamos en mundos opuestos: ella buscaba adaptarse; yo no pensaba sino en huir”.
Pero insiste en mostrar lo difícil que era su relación con Rojas. “No tenía reloj y sólo contaba con el de mi compañera. A ella no le gustaba que le preguntara la hora. Dudé un instante y luego me lancé. ‘Son las nueve’, me respondió, comprendiendo que éste no era momento para crear tensiones innecesarias”.
Si Rojas no quería que le preguntara la hora ni que la tratara de gorda, Betancourt podría haberse hecho una idea de que no iba a recibir con gusto algunas de las afirmaciones que incluye en sus memorias, en particular, revelaciones acerca de las circunstancias en que su ex compañera de fórmula quedó embarazada.
Al poco tiempo de ser liberada, cuando en una entrevista se le preguntó a Betancourt si había sufrido abusos sexuales, ella respondió que “lo que pasa en la selva se queda en la selva”. No aplicó esta regla a su ex amiga.
Betancourt cuenta que en una ocasión visitó a un jefe de las FARC, alias Joaquín Gómez, quien le habría dicho de Rojas: “Ella reivindica sus derechos como mujer, habla de su reloj biológico, dice que no le queda mucho tiempo para convertirse en madre”. Betancourt escribió: “La petición de Clara me dejó perpleja”. También asegura que Rojas “ya no quería escaparse porque quería tener hijos” y “el esfuerzo de la huida podía perturbar su capacidad para concebir”, según citó el diario colombiano El Tiempo.
Pero además, pese a que Rojas no ha querido revelar quién es el padre biológico de su hijo Emmanuel, Betancourt da a entender que se trata de un guerrillero llamado Ferney.
“Ingrid no está diciendo la verdad” en su libro, dijo Rojas a W Radio. A continuación se preguntó: “¿Cómo se atreve a asegurar algo sin tener una prueba? Me gustaría tenerla enfrente para que me muestre esas pruebas. Lo que ella ha hecho es infame”.