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Libro sobre Villanueva Saravia intenta desentrañar sus enfrentamientos con Lacalle y con grupos económicos.

Con 23 años obtuvo ocho mil votos en Cerro Largo y casi llega a ser diputado. A los 26 era director de OSE, con 30 fue electo intendente de su departamento y con 33 adelantaba su reelección y posterior postulación a la presidencia de la República. Sin embargo, el 12 de agosto de 1998 Villanueva Saravia apareció muerto en su cama.

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Lejos de la “versión oficial” de un suicidio, quien fue asesor legal de Saravia, Mario Burgos, asegura que a Villita lo mataron. Entre los posibles móviles aparecen su enfrentamiento con Luis Alberto Lacalle y el Herrerismo, y con intereses de grupos económicos y corporaciones. En el libro Complot a la uruguaya. ¿Quién mató a Villanueva Saravia? (Planeta, 2010), Burgos desgrana el expediente judicial de la causa abierta tras la muerte del caudillo arachán, archivada en 1999 por el juez Ricardo Míguez, que tomó por buenas las pericias que concluyeron que la causa había sido el suicidio. Pesaba el antecedente de su madre, que se suicidó cuando Saravia tenía once años.

Tal como son relatados los hechos, el intendente volvió en la madrugada del 12 de agosto a su domicilio, en el Vivero Municipal, a dos kilómetros de Melo, luego de estar en el cumpleaños de la jefa de Contaduría de la comuna. Su esposa, Verónica Bejérez, que tenía ocho meses de embarazo, estaba en Montevideo. A la mañana siguiente, y tras varias llamadas a su celular y a la casa, las dos secretarias del intendente -una de ellas su amante- fueron “al vivero”. Pensaron que dormía y se fueron, pero pasadas las 13.00 volvieron y, luego de romper un vidrio para entrar, encontraron a Saravia muerto en la cama con un tiro en la cabeza. La escena era de un suicidio: tenía una de sus manos sosteniendo la cabeza, y de la mano derecha pendía su arma. Esa tarde, cuando Burgos llegó a la casa, escuchó un dato que luego lo convencería de que no había sido un suicidio: Villita era “zurdo cerrado”.

Burgos asegura que “la conjura del poder operó para imponer la Razón de Estado”, y detalla un cúmulo de errores, omisiones y actitudes que demuestran “desidia e ineficacia” durante el proceso. Además de su condición de zurdo, otro indicio investigado por Burgos es la preocupación que tenía el intendente, un mes antes de su muerte, por instalar un sistema de seguridad sofisticado y el aumento de las horas de la guardia policial que hacía la vigilancia. Burgos reivindica el testimonio de un testigo que vio entrar y salir dos autos en la madrugada de la finca de Saravia y reiteradas contradicciones entre los testimonios de Adriana Carbón, secretaria y amante del intendente, y otros testigos. También, el ánimo de Saravia, que en la fiesta de la noche anterior le había comentado a Burgos y a otros sus planes a futuro.

Líos varios

El autor recoge una frase de Saravia, de junio de 1998, publicada en Búsqueda: “Acá no va a pasar nada porque todos podemos tener nuestros odios, nuestros rencores y nuestras pasiones, pero no se me ocurre pensar que alguien piense dirimir las diferencias contratando a alguien en Brasil para que me mate”. Burgos define a Saravia como “un hombre joven, combativo y amenazado”, con varios frentes abiertos a nivel político. El principal contra Lacalle, que en la época era minoría en relación con el sector Manos a la Obra de Alberto Volonté, al que pertenecía Saravia, pero también otro en la Junta Autónoma de Río Branco, donde siete ediles del Frente Amplio y del PN, junto con el ex intendente Rodolfo Nin Novoa, lo denunciaron por difamación. Los ediles blancos pidieron, en julio de 1998, la intervencion del Directorio del PN frente a una seguidilla de investigaciones administrativas y auditorías externas pedidas por Saravia desde la comuna, y en la nota se afirmaba que si eso no pasaba “iba a correr sangre”.

El libro pinta también la personalidad de Villita: “No era un hombre de partido. Tenía un proyecto personal, al que todo lo demás estaba sometido y supeditado. [...] En pos de ese objetivo utilizó las herramientas que entendía adecuadas: la confrontación y la creación de una eficaz red de intereses y dependencias personales”. Burgos recuerda que Saravia era admirador de Hitler (su libro de cabecera era Mi lucha) y de Perón, y que no le hacía asco a medidas que aseguraran su triunfo: “Si algún voto o respaldo le hacía falta, él encontraba la forma de lograr su incorporación: un cargo o empleo para algún familiar o amigo, el pago de ‘viáticos’ para los ediles, y todos los mecanismos que su campaña había demostrado que eran terriblemente eficaces”.

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