-En qué medida el conflicto estudiantil en Chile revela una crisis en los partidos tradicionales?
-El problema de la educación persiste desde hace 20 años. Por muy de derecha que sea este gobierno, y más allá de que me guste o no, lo que hay que decir es que la educación es una fractura de la sociedad chilena que evidencia -más allá de la calidad de la educación, más allá de si hay lucro o no- una profunda desigualdad y una profunda injusticia. A diferencia de algunos colegas que dicen que el movimiento estudiantil es una "revolución", "un nuevo movimiento social que se extiende", yo sería más cauto. Este movimiento gira en torno a un tema que es recurrente en Chile.
-¿Esto va más allá de los partidos?
-Va mucho más allá de los partidos, que están absolutamente institucionalizados. Uno podría empezar a cuestionarse si esa institucionalización y el exceso de consenso no habrán generado la situación que tenemos ahora, porque quedan fuera de esa política institucionalizada muchos jóvenes.
-El domingo el Partido Comunista se sumó a un acuerdo sobre educación que incluye también a la Concertación, a los partidos Movimiento Amplio social y Movimiento Amplio de Izquierda. ¿Cómo lo ve?
-El acuerdo es bueno porque tiene un espectro más amplio: incluye al partido Comunista, que es el de dos principales líderes del movimiento, Camila Vallejo [presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile] y Camilo Ballestero [presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Santiago]. Pero sólo sirve para tirar líneas sobre un conflicto que ya lleva seis meses. El otro día Vallejo dijo que no iba a aceptar ningún arreglo entre los partidos. Primero pensé que estaba equivocada, porque estamos en una democracia de partidos. Pero ella tiene razón: este acuerdo no está incluyendo el debate que los estudiantes han mantenido, aunque tampoco van a poder decidir sólo ellos, porque se trata de decisiones políticas. Pero ojo, se empieza a evidenciar un agotamiento de la opinión pública.
-¿Cómo explica la baja del respaldo a los estudiantes?
-El movimiento está perdiendo apoyo en la población [según la encuestadora Adimark, ese respaldo popular cayó 12 puntos porcentuales en un mes y quedó en 67%]. Ahora, una cosa es que todos estemos de acuerdo con las demandas y otra cosa es que la población comience a estar en desacuerdo con la manera en que las impulsa el movimiento. Si empiezas a llamar a manifestar todos los jueves... Ya es como ir a lo de la abuelita todos los domingos, es una institución.
-¿Cómo es el problema de la represión que denuncian los estudiantes?
-Es bastante inexplicable: los sondeos indican que la institución en la que los chilenos tienen más confianza son las Fuerzas Armadas y los Carabineros. Por este conflicto su apoyo ha bajado, por la represión contra los jóvenes. Pero no es tan raro si uno tiene en cuenta el hecho de que esa Policía está militarizada, no cumple un rol de contención de la ciudadanía. De hecho nuestras Fuerzas Armadas son "Fuerzas Armadas y de Carabineros". Hay una violencia excesiva. El ambiente está bastante enrarecido. En estos 20 años de democracia la Policía ha cambiado muy poco. De hecho no entiendo por qué se la sigue armando como si fuera a la guerra. Si queremos ir al fondo del problema, eso implica una discusión acerca de la Constitución que tenemos. Enarbolar la frase "hagamos asamblea constituyente" no es sólo una fantasía, ya es una necesidad.
-¿Cambiar la Constitución es un reclamo que hacen los estudiantes?
-Sí, ha surgido. Pero cuando en un movimiento aparecen muchas cosas de por medio la gente comienza a perderse. Si yo pido educación de calidad y fin al lucro, nadie puede estar en desacuerdo.
- ¿En qué medida se puede instrumentalizar este movimiento a nivel político?
-Es un caldo de cultivo para que aparezca un partido outsider como el de Marco Enríquez [Ominami]. La ciudadanía comienza a percibir que la Concertación es más que nada una desconcertación que no lleva a ningún lado y que la derecha no lo hace mucho mejor. No me extrañaría si Marco Enríquez se presentara a la presidencia y ganara: así pasó con Carlos Ibáñez del Campo en 1952 y con Jorge Alessandri en el 1958. Esos dos presidentes -manteniendo las distancias de contexto, tiempo y espacio- tenían un discurso muy similar [al de Ominami]: anti política, anti políticos, de reestructuración económica, etcétera.
-¿Se puede cambiar el sistema educativo? ¿Las demandas de los estudiantes son viables?
-Tendría que decirte que no, porque hay universidades que son privadas pero que no lucran y son excelentes. La discusión es muy compleja. Habría que tener un organismo que, dentro del sistema privado, se preocupe de la calidad de la educación para evitar que algunas universidades sean mercantilistas. La educación es un negocio redondo: cuando un estudiante termina su carrera, el banco lo va a tener pescado por lo menos 20 años, cobrándole intereses de usura. A lo sumo lo que se puede hacer es reformar un poco el modelo, pero no cambiarlo. Cuando [desde el gobierno] dicen que van a "desmunicipalizar" los colegios, no significa que van a pasarlos a la órbita del Estado, van a implementar una superintendencia de la educación para que los controle. Pero en Chile ya se implementaron por lo menos dos superintendencias y ninguna funciona.
- ¿Los seis meses de movimiento estudiantil arrojaron algún logro?
-No. Salvo que se puso el tema en la palestra y hay conciencia de que es un tema que hay que solucionar. Pero eso no se va a hacer aquí y ahora, tiene que ser un proceso largo. Este movimiento tiene que durar.
-Sin embargo, con el tiempo se institucionaliza y pierde apoyo.
-Los estudiantes tienen que transformarse en ente fiscalizador del cumplimiento de sus demandas. Al fin y al cabo el marco que impone el Estado implica que te institucionalices para poder hacer algo. Fuera de las caras visibles, hay toda una organización para abajo, que tiene una lógica distinta, que tiene mucho que ver con los colectivos anarquistas. Todo se hace en base a asambleas y discusiones. En realidad los estudiantes chilenos adhieren poco a las federaciones. Es un milagro que exista una Confech [Confederación de estudiantes de Chile, que reúne a las tres federaciones principales], sus líderes discuten hacia abajo con asambleas de universidades y esa lógica es muy compleja. Lo políticamente correcto sería que te dijera que es un movimiento ciudadano que va a cambiar Chile, pero la verdad es que no. La sociedad chilena es muy dada al statu quo.
-¿Los estudiantes no quieren saber de partidos políticos?
-No, no quieren. Chile tiene 12 millones y algo de electores potenciales. La inscripción es voluntaria y el voto es obligatorio. Hay cuatro millones y algo de personas que no se anotaron, de los cuales unos tres millones son jóvenes. Pero los políticos no saben quiénes son esos millones de jóvenes. Se trata de calidad y no de cantidad de votos: ¿son progresistas? Según las encuestas de juventud, no lo son. En realidad son bastante conservadores. No participan de partidos, no participan de federaciones, no participan de orgánicas estructurales. He estado analizando el tema de la desafección política: ¿Será que los jóvenes son apáticos y desinteresados? ¿O será que finalmente el Estado no se ha preocupado en proporcionarles herramientas para que tengan opinión? ¿O que esta democracia no les corresponde? Cuando digo en clase que la Constitución fue generada en un gobierno militar y de facto, preguntan: “¿Por qué no la cambiamos?”. Me ponen en un apuro horrible. Es una pregunta demasiado fácil con una respuesta demasiado complicada. ¿Cómo les explico que las bases de mi sociedad son bases espurias?
-¿A esta altura el movimiento estudiantil es molesto para el gobierno?
-Si los obreros del cobre paran un día, les solucionan el problema ipso facto, porque no puede estar parada la producción de cobre en Chile ni un día. Sin embargo los estudiantes llevan seis meses de conflicto.