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El martes de esta semana pasó bastante inadvertido el 95º aniversario del nacimiento del general Liber Seregni, a quien el Frente Amplio (FA) recordó con un acto poco concurrido en el Parque Bellán. No es extraño: siete años y pico después de su muerte, ocurrida el 31 de julio de 2004, la vida política del país transcurre a considerable distancia de las ideas seregnistas, aunque la mayor parte de ese período haya coincidido con los dos primeros gobiernos nacionales del FA.

Son tiempos difíciles, tras décadas de protagonismo, para las orientaciones batllistas que influyeron mucho en el joven Seregni, y que el Seregni maduro articuló con otras para forjar la identidad y la proyección del FA. A su vez, la concepción seregnista del frenteamplismo fue perdiendo predominio desde mediados de los años 90, en un proceso que determinó la renuncia del general a la presidencia de su fuerza política en febrero de 1996, y lo mantuvo en posiciones relativamente laterales durante el resto de su vida.

El contorno de su ausencia es vasto y abarca desde el terreno de las normas de comportamiento hasta el de las propuestas programáticas. Resistamos la tentación de utilizar al difunto para defender posibles opiniones suyas sobre cuestiones de actualidad; es menos discutible que, entre todo lo que él cultivó y le hace falta, hoy, al país y al FA, se destaca su insistencia en la dimensión estratégica de la política, sintetizada en la preocupación por “la mañana siguiente”.

No sabemos qué propondría Seregni, pero es claro cómo construía sus propuestas. Más allá de que se compartan sus planteos estratégicos, que en varias oportunidades fueron rechazados o incorporados sólo parcialmente por el propio FA, es crucial rescatar una forma de pensar la política e intervenir en ella que no se permitió nunca postergar o dejar languidecer la reflexión en el campo de la estrategia.

Esa matriz de ordenamiento racional implica un profundo respeto por los datos de la realidad; la definición de objetivos a largo y mediano plazo; la evaluación cuidadosa de las fuerzas propias y ajenas, para prever qué confrontaciones y alianzas resultan necesarias, y en qué secuencia; prácticas rigurosas de planificación y evaluación sistemática; tenacidad, paciencia y, entre muchas otras cosas, la construcción de espacios adecuados para la propia reflexión estratégica, a saludable distancia de la conducción cotidiana y en una relación cercana con las bases organizadas, para evitar el desarrollo de expectativas erróneas.

Cuando falta ese marco, debates tan urgentes como los referidos al sistema educativo, la política económica, la seguridad pública, el desarrollo de infraestructura, la matriz energética o la inserción internacional de Uruguay corren alto riesgo de empantanarse en un barullo cortoplacista de adjetivos, simplificaciones y falacias.

Para ser “obreros de la construcción de la patria del futuro que soñamos”, como dijo Seregni el 19 de marzo de 1984, desde el balcón de su casa, hacen falta también, mucha falta, esas artes de arquitectura.

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