El artículo 10 de la Constitución uruguaya establece que “las acciones privadas de las personas que de ningún modo atacan el orden público ni perjudican a un tercero están exentas de la autoridad de los magistrados” y que “ningún habitante de la República será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. Pero los legisladores a veces hacen la vista gorda y les dan permiso a las autoridades para meterse en tu vida, en tu cuerpo o en tu casa. Así terminan construyéndose cárceles para alojar a decenas, cientos o miles de personas que no deberían estar ahí.
Las leyes que reprimen el uso, producción y comercio de drogas psicotrópicas son un ejemplo de esta perversión. En teoría, fumar un porro o tomar un saque ya no es delito, pero las normas facultan a los jueces a meter a un drogaficionado o a un drogadicto en cana o a encerrarlo en el loquero. Plantar marihuana está prohibido, aunque el cultivador pretenda fumarse él solito los habitantes de todas sus macetas, convidar a alguien por cortesía o porque se lo pide, adornar el jardín o el living o fabricar telas y papel. Vender drogas incluidas en la lista de la Convención de Viena a quien quiere comprarlas está penado por la razón que conoce cualquiera que haya visto un par de películas de gángsters: los narcotraficantes son gente muy mala.
En las últimas tres semanas cayeron una mujer y un hombre por plantar cáñamo en la intimidad de sus hogares. Capaz que cayeron más. Ojalá que no. Los dos fueron denunciados por vecinos anónimos a los que nadie encañonó para obligarlos a dar una pitada. A los dos los procesó la jueza letrada de Atlántida, Adriana de Aziz. A los dos los llevaron a la cárcel de Canelones.
Primero fue la psicóloga y escritora argentina Alicia Castilla, de casi 70 años, líder de opinión del movimiento internacional por la liberación del faso. Más de un lector y más de una lectora de la diaria se sorprenderán por saber que la autora de dos best-sellers de la comunidad fumeta como Cultura cannabis y Cultivo cannabis vive en Salinas. Mejor dicho, vivía ahí hasta que la Justicia dictaminó su mudanza forzosa a la capital departamental canaria por tener 15 plantines. Si no la conocías, googleá el nombre. Vale la pena.
Después fue Mauricio B, de 39 años, artesano y padre de dos hijos chicos. Cuando la Policía llegó a su casa en Pinamar el martes a las 9.00 ya había empezado a armar las pantallas de lámpara que vende a distintos comercios. Ni siquiera intentó ocultar sus plantas: señaló dónde estaban y explicó que las plantaba para fumarlas. La jueza de Atlántida lo procesó el miércoles y lo mandó a la cárcel de Canelones sin verlo siquiera, según informaron a la diaria allegados suyos. Tampoco tuvo asistencia legal.
Ninguno de sus siete plantines había sexuado, o sea que no se sabía cuáles eran machos o hembras. Tampoco los 15 de Alicia, a los que se pudo ver por el noticiero de Canal 10. Así que los dos están en cana por cultivar cáñamos de los que aún no se sabía si harían el efecto deseado al fumarlos. Las cantidades plantadas por Alicia y Mauricio no dan para alimentar sospechas. Hay cultivadores que suelen plantar 50 y para el tiempo de la cosecha, entre las pestes y los machos, les quedan una decena cuyos cogollos rinden para fumar durante el año. Además, quemar el cáñamo no es su único uso posible. Se puede hacer galletas, pascualinas o infusiones con leche, sin contar que con ese material se hizo el papel con que se imprimieron los primeros dólares.
Mientras el aroma del porro encendido se vuelve cada vez más habitual, mientras decenas de miles de uruguayos prueban el porro y se dan cuenta de que no es para tanto (y muchos descubren que les da placer y les hace bien, incluso), mientras el gobierno hace piruetas para acomodar presos en cárceles que se incendian sin que nadie se haga responsable, mientras el Estado sigue produciendo bebidas alcohólicas, mientras aumenta la alarma por el consumo de pasta base, mientras sucede todo esto hay vecinos que parten vidas al medio con denuncias anónimas, hay jueces que condenan a personas por acciones que “de ningún modo atacan el orden público ni perjudican a un tercero” y hay legisladores que duermen la siesta.
Pero como los únicos que se mueven para imponer la solución posible (despenalizar el autocultivo) son ciudadanos organizados en movimientos casi obligados a operar en la clandestinidad, militantes de juventudes partidarias y un diputado conservador, nadie toma esta tragedia en serio. Alicia y Mauricio la quedaron. No son los primeros y si no pasa algo pronto no serán los últimos. Esta cárcel sigue así y estos presos son políticos.