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Luiz Inácio Lula da Silva, José Dirceu y Dilma Rousseff en el IV Congreso del Partido de los Trabajadores, el viernes, en Brasilia.

Foto: EFE, Fernando Bizerra Jr

De Dilminha a Rousseff

4 minutos de lectura
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La presidenta brasileña comenzó su gestión como la delfina de Lula, pero con los meses se ha independizado en su modo de gobernar.

A Rousseff no le tembló el pulso cuando tuvo que despedir, en distintos momentos, a cuatro de sus ministros, que además ocupaban esos cargos por indicación de su antecesor Lula da Silva. La independencia que la presidenta alcanza respecto a su padrino político no se limita a estos asuntos, sino también a las relaciones internacionales, y hasta a la relación del gobierno con los medios.

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Estilos, cualidades, actitudes, ésas son las diferencias que saltan a la vista cuando se compara al ex presidente brasileño, Lula da Silva, y la que fue su delfina, Dilma Rousseff. Siempre se supo: Lula es carismático; Dilma no tanto, suele dar discursos técnicos y hasta apagados, que no pocas veces aburren a los oyentes que antes se entretenían con las improvisaciones de Lula.

Rousseff, economista, gobierna más como una directora de empresa que como una sindicalista, como lo hiciera su antecesor, que se ocupaba de negociar con las distintas facciones dentro de la alianza y con los diferentes sectores sociales que incidían en las decisiones de gobierno. Dilma no negocia. Ella escucha, atiende, anota, y toma una postura de la cual no cede, aseguran los más cercanos a la mandataria. Así, cuando a Lula le propusieron un proyecto de ley para crear una Comisión de la Verdad, negoció con los sectores militares y el entonces ministro de Defensa, Nelson Jobim, la modificación de la propuesta inicial. En cambio, Rousseff acordó un texto con algunos miembros de su gabinete y tiene una estrategia para acelerar su aprobación en el Congreso Nacional.

Pero las diferencias no son sólo de estilo. En marzo se votó en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas una resolución propuesta por el gobierno estadounidense contra Irán. Lula se había negado durante sus dos mandatos consecutivos a votar a favor de sanciones o resoluciones contra ese país, pero Rousseff, la primera vez que tuvo que decidirlo, marcó su independencia respecto a su antecesor y cambió el voto. Se dice que cuando el fin de semana anterior a la votación en la ONU el mandatario estadounidense, Barack Obama, visitó Brasil -y fue recibido por Rousseff, pero no por Lula-, sugirió a la presidenta que cambiara la postura de su país. Cuando la prensa consultó a Dilma acerca de ese cambio, ella aseguró que el tema en cuestión no era la actitud de Brasil frente a Irán, sino frente a los derechos humanos, y marcó así otra manera de enfocar el tema.

Un 7 de setiembre

Brasil conmemora hoy 189 años del Grito de Ipiranga -"Independência ou Morte!"-, el suceso que condensa a nivel simbólico el proceso independentista del país. La proclama fue realizada en 1822 por el príncipe regente Pedro de Braganza, hijo del entonces rey Juan VI de Portugal, mientras regresaba de San Pablo a Río de Janeiro. "Por mi sangre, por mi honor, y por Dios: haré a Brasil libre", dijo tras pasar revista a sus tropas quien luego sería ungido Emperador (un título que implicaba la aclamación popular y no el derecho divino).

Las diferencias entre independentistas y leales a la corona portuguesa se habían intensificado un año antes, cuando el rey Juan VI debió volver a Portugal, desde donde se restauraron las restricciones al libre comercio de la colonia brasileña. Estas habían sido modificadas cuando la corte de Juan VI decidió establecerse en Brasil, ante la invasión de Portugal por parte de Napoleón en 1808. El traslado del gobierno a la colonia -que en cierto modo se convirtió en metrópoli- mantuvo unidas a las distintas provincias del territorio brasileño, a diferencia de lo ocurrido en Hispanoamérica, que a partir de 1810 se fragmentó en una serie de distintos estados independientes tras la debilitación de España por causa de la invasión francesa.

Cuando comenzó el gobierno de Rousseff, la figura de Lula aparecía constantemente: opinando en los medios, en los discursos de Dilminha -como él la llamó alguna vez-, en los lanzamientos de políticas “continuistas”. Cuando en febrero se votó el aumento del salario mínimo, Lula se pronunció públicamente a favor de la cifra impulsada por su delfina; cuando se ausentó del recibimiento a Obama -en el que participaron otros ex presidentes- Lula dijo a la prensa que no quería “eclipsar” a Dilma. Un mes después comenzó la primera crisis política del gobierno, cuando el ministro de Presidencia, Antonio Palocci, se vio involucrado en denuncias de corrupción publicadas por la revista Veja, y Lula salió a los medios a decir cómo iba a reaccionar el gobierno, y a repetir el que fue su discurso mientras gobernó: “hasta que no haya pruebas...”.

Pero Dilma armó su propio discurso: Palocci y otros dos ministros fueron alejados de sus cargos por versiones de prensa de que estaban vinculados a prácticas corruptas. Un cuarto integrante de su gabinete, Jobim, también tuvo que renunciar tras declarar que no votó a Rousseff en las elecciones y criticar a otros funcionarios del gobierno.

La imagen de Lula fue esfumándose mientras Dilma se independizaba. El ex presidente se ocupa actualmente de la estrategia del Partido de los Trabajadores (PT) para las elecciones municipales de 2012, mantiene una agenda cargada de viajes, pero en lo interno tiene un bajo perfil.

Hay otro discurso en el que Dilma se diferenció, pero en el cual ahora el PT parece querer incidir como partido político: los medios. Ya desde antes de asumir, Rousseff había sostenido que los medios deben ser independientes y prometió que no se enfrentaría con ellos en público -tal como hacía Lula, le faltó señalar-. Su antecesor le había dejado tres prioridades, entre ellas una nueva Ley de Medios, pero el proyecto todavía está en preparación, a cargo de una comisión interministerial, viene lento y aún no ha ofrecido novedades.

Lula nunca opinó sobre esta tardanza, al menos públicamente, pero el PT sí lo hizo. En una resolución emitida el fin de semana, en su cuarto congreso -que se deshace en elogios hacia Lula y reserva unos pocos para Rousseff-, incluyó un pedido de aceleración de ese proceso que incluye algunas directrices. Para el PT “y para los movimientos sociales” es “urgente” que se debata en el Congreso sobre una necesaria democratización de los medios. Además, “el periodismo (...) debe ser responsabilizado cada vez que falsea los hechos o distorsiona la información para calumniar, injuriar o difamar”. El documento agrega que “la creciente partidización, la parcialidad, (...) preocupa a todos los que luchan por medios de comunicación que sean efectivamente democráticos”, y pide medidas que amplíen el acceso a la información, “quiebren monopolios” y garanticen la efectiva pluralidad de contenidos.

Ayer, los medios brasileños reflejaban que ni Dilma ni el ministro de Comunicación, Paulo Bernardo, se habían manifestado de acuerdo con el texto.

Porque Rousseff no es sólo independiente de Lula, sino también del PT, que se esmera en reducirla a una “compañera que viene cumpliendo dos misiones fundamentales y vinculadas entre sí: dar continuidad y profundizar las reformas iniciadas en el gobierno de Lula”.

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