Cuando WikiLeaks se contactó con cinco diarios de prestigio internacional, a fines de 2010, para que trabajaran la información de miles de cables diplomáticos que había obtenido, esos medios mostraron su orgullo de haber sido los elegidos. Pero con el paso del tiempo -y el bajo interés de la información filtrada por la organización en los últimos tiempos- comenzaron a surgir diferencias entre ellos y WikiLeaks.
El primer enfrentamiento que WikiLeaks tuvo con un medio ocurrió antes de publicar esos cables, y se dio con The New York Times, en octubre de 2010, por una situación similar a la que se presenta ahora. En ese entonces, WikiLeaks había utilizado un software para suprimir los nombres propios en los cables filtrados, pero a la hora de facilitarlos a los medios, su lectura era muy dificultosa, informó el diario español El País, uno de los medios que recibieron la información de la organización.
La segunda crisis de WikiLeaks con un medio de prensa es la que se está desarrollando ahora con The Guardian. El diario británico es acusado por la organización de haber revelado en un libro sobre WikiLeaks contraseñas confidenciales que permiten el acceso al archivo completo y sin editar de los 251.000 cables de embajadas a los que accedió. En esos textos figuran los nombres de todos los informantes del gobierno estadounidense, incluso aquellos que tenían que ser protegidos, no tanto por su reputación sino por su propia vida. Ése fue el argumento más utilizado por Estados Unidos para repudiar a WikiLeaks: que ponía en riesgo la vida de los informantes. Hasta ahora, desde la organización se respondía que las fuentes estadounidenses estaban protegidas cuando corrían riesgo de vida. Ya no más.
Así, se publicó por ejemplo el nombre de un senador brasileño que reveló información sobre cómo se forman las organizaciones criminales y paramilitares en su país; también figuran nombres de activistas por los derechos humanos que trabajan en países en los que suelen ser perseguidos.
En un comunicado de WikiLeaks, se responsabiliza directamente a David Leigh, el jefe de investigación de The Guardian que escribió el libro y que, en su momento, se jactó de haber hecho el contacto con el fundador de WikiLeaks, Julian Assange. Dos fuentes cercanas al líder de la organización dijeron a la agencia de noticias Reuters que Leigh habría conseguido la clave a través del ex mano derecha de Assange, Daniel Domscheit-Berg.
Desde The Guardian se reconoció que la clave está incluida en ese libro, pero se dijo que las acusaciones son un “sinsentido”, porque si ésa fuera la causante de las filtraciones, éstas deberían haber sucedido cuando se publicó, en febrero. Se aclaró que se consideró que el conocimiento de la clave sería inútil, porque en el libro no se menciona dónde debe ser utilizada, y además, les habían dicho que “caducaba y sería borrada en unas horas”.
En todo caso, agregó un portavoz del periódico, “si alguien hubiera considerado que el libro comprometía la publicación de algunos documentos, WikiLeaks tuvo siete meses para borrarlos”.