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Entre los adolescentes uruguayos hay miles que no estudian ni trabajan. El diario El País no los defiende.

Ayer el editorial de ese periódico (su posición institucional, sin firma) llevó como título “Sociedad en peligro” y sostuvo que Uruguay está en guerra. La “guerra entre un sistema organizado en torno a la cultura y una embestida de los extraños por destrozar los símbolos de la estructura que no integran y cuya presencia física intentan borrar”.

Los “extraños” son, según El País, los “miles de adolescentes que no estudian ni trabajan”, y a todos ellos los describe como una “legión de inservibles” formada por “jovencitos ignorantes”, convencidos de que “el uso de la fuerza bruta es sinónimo de superioridad”. Una legión a la que se señala, colectivamente, como responsable del reciente asesinato de un joven cerca de Montevideo Shopping y de la difícil situación que vive desde hace tiempo el Liceo 50, ubicado en Casabó y perturbado por actos de violencia que realiza un grupo juvenil ajeno a esa institución.

No debe sorprender, afirma el diario, “que esas bandas de iletrados incurran en actos vandálicos contra escuelas o liceos, porque a esos centros de formación se asiste para adquirir lo que a ellos les falta y se imparten las nociones que ellos consideran como algo ajeno, es decir los conocimientos que ellos no tienen y que por lo tanto pertenecen a otro mundo, cuya utilidad ignoran y cuyo valor intentan descalificar a través del ataque, el saqueo y la destrucción de material didáctico”.

“La pregunta que está en el aire”, desde el punto de vista de El País, “es si el ejercicio de la autoridad sucumbirá ante la amenaza de esa resaca juvenil de número y bestialidad ascendentes, que no sabe nada, no respeta nada ni aprende nada al margen de sus programas delictivos, o si encontrará en cambio la manera de reprimir, reeducar y rescatar el desperdicio de ese sector de una adolescencia a la deriva”.

La juventud que no estudia ni trabaja (los “ni ni”, como se ha dado en llamarlos) es parte de una problemática percibida y afrontada en muchos países. En Uruguay, según la encuesta de hogares del Instituto de Estadística, los adolescentes (de 15 a 19 años de edad) en esa situación son unos 46 mil, pero si se resta a los que declaran que están buscando empleo y a quienes realizan trabajos no remunerados en su hogar, el número desciende a cerca de 27 mil. Autoridades del Poder Ejecutivo y de la enseñanza pública han expresado su preocupación por esos jóvenes, y por unos 20 mil más que tienen de 20 a 29 años. En los últimos tiempos se han lanzado iniciativas para fomentar su reinserción en el sistema educativo (la mitad de ellos, según los datos oficiales, no ha terminado Primaria) y brindarles oportunidades de empleo, mediante la coordinación de esfuerzos entre instituciones estatales y otras de la sociedad civil. El problema es grave y no puede ser simple resolverlo, ya que 80% de la población afectada vive en hogares pobres y está inmersa en dinámicas que tienden a consolidar su exclusión.

Entre los factores que contribuyen a marginarla está la visión profundamente reaccionaria que propaga el editorial citado. La que los identifica en bloque, con desprecio y odio, como un enemigo ajeno al resto de la sociedad, casi un contingente de invasores alienígenas.

Es muy difícil ampliar los horizontes de un adolescente atrapado en la pobreza estructural, pero quizá sea aún más difícil educar a un adulto como el que expresó ayer la opinión editorial del diario más vendido de Uruguay, aunque goce de una buena situación económica y esté cómodamente inserto en el mundo de los poderosos. No está claro cuál de los dos es más peligroso para la sociedad.

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