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Después del Mundial de Sudáfrica estuvo de moda, durante algunos meses, teorizar sobre la posibilidad y conveniencia de que se aplicara en los más diversos ámbitos, desde la gestión empresarial hasta la política, un presunto “modelo exitoso” basado en la experiencia de la selección mayor de fútbol. Aquello tuvo graves carencias, por desconocimiento del proceso dirigido por Óscar Washington Tabárez y de muchos factores que impiden trasladar la experiencia a otros escenarios. Sin embargo es posible identificar, salvando las distancias con mucha precaución, algunas similitudes entre el actual momento de la celeste y ciertos problemas del oficialismo frenteamplista.

Como se indica en la página 15 de esta edición, en 40 días el vaivén emotivo de la gente ante malos resultados futbolísticos, potenciado por unos cuantos comentaristas profesionales, instala la idea de lo que parecía óptimo en realidad es -o fue siempre- atroz. Esto es lo que vale la pena pensar en términos políticos, ahora que las encuestas muestran una caída de la popularidad del gobierno y de las intenciones de voto al Frente Amplio (FA). Entre otras cosas, porque algunas de las opiniones que circulan para descalificar a la selección de fútbol podrían emplearse también contra los elencos gobernantes del FA, tanto en escala nacional como en Montevideo. Por ejemplo, las de quienes afirman que se ha postergado demasiado un imprescindible relevo generacional, que a los principales actores se les acabaron las ideas, e incluso que los logros de los últimos años se debieron a que las circunstancias favorables, o la pura suerte, ocultaron insalvables defectos del “modelo”.

Por otra parte, es interesante registrar que, cuando se intenta contrarrestar las críticas a los jugadores y el técnico de la celeste señalando que no debemos olvidar todas las satisfacciones que nos dieron, tras décadas de disgustos, el argumento resulta insuficiente para frenar la oleada emotiva. Algo semejante sucede con creciente frecuencia, en el terreno de la política, cada vez que la defensa del oficialismo se basa el recuerdo de los cambios registrados desde que el FA gobierna, y en referencias a la “herencia maldita” de períodos anteriores.

Con eso no alcanza. Como señaló en setiembre del año pasado el ministro de Economía, Fernando Lorenzo, ante el Plenario del Nuevo Espacio, es preciso tener en cuenta que cada logro aumenta las expectativas, que muchos reclamos no se planteaban cuando “no había esperanzas de que las cosas mejoraran”, y que, si no se asume un “radicalismo por los resultados”, sin apresuramientos pero con metas cada vez más altas, de poco servirán la declaración de buenas intenciones o la exhibición de copas en las vitrinas, por más importantes que hayan sido la mejora de indicadores socioeconómicos y productivos o la recuperación del grado inversor.

Por supuesto, como dice el tango, “toda carta tiene contra y toda contra se da”. Es imprudente apostar a que los resultados sean siempre buenos. Por eso importa también explicar con claridad y paciencia los objetivos, los procedimientos y los valores en que se basan, incorporar la dimensión estratégica y confiar en que la gente es capaz de valorarla, aun en coyunturas adversas.

Si el apoyo político masivo se procura sólo con planteos superficiales y efectistas, “para la tribuna”, es más fácil que se desvanezca con rapidez. Lo curioso en este sentido es que muchos dirigentes frenteamplistas han sido, en los últimos años, mucho más “tribuneros” que Tabárez.

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