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Las clases medias y los gobiernos “progresistas” del Cono Sur.

Afables y moderadamente conservadoras en tiempos de abundancia, radicalizadas hasta llegar al fascismo cuando su situación económica empeora, y políticamente intolerantes hacia los antisistema. Las clases medias o sus fantasmas han interpelado a los gobiernos “progresistas” del Cono Sur, que en ocasiones se posicionaron contra ellas, o desestimaron su importancia electoral, y en otras reconocieron la necesidad de políticas públicas que las contemplen.

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¿Qué son las clases medias? Y sobre todo, ¿cómo se posicionan políticamente? Ninguna de las dos preguntas tiene una respuesta unívoca. Hay quienes las definen por su educación, por el tipo de empleo que tienen quienes las componen, por sus ingresos o por su “seguridad económica” (ver recuadro).

Batalla perdida

Según el estudio del economista Andrés Rius sobre la reforma tributaria, difundido por El País el sábado y que se presentará hoy en las Jornadas de Economía del Banco Central, la reforma fue “un éxito” si se tiene en cuenta que el Frente Amplio fue reelecto en 2009, la economía no sufrió ningún trastorno y “cinco años después no existe movimiento social o político de significación que propugne el desmantelamiento del sistema montado en 2006-2007”. Rius cita una entrevista al ministro de Economía, Fernando Lorenzo, que hizo para su informe, en la que éste considera que la reforma se realizó “a pesar” de que se perdió “la batalla por la clase media”. Rius hace referencia a encuestas de la consultora Cifra que daban cuenta, en 2006 y 2007, de cierta “decepción” entre los votantes del Frente Amplio porque la reforma cargaba demasiado a la “clase media”.

La academia no ha llegado a una posición uniforme respecto de los valores o las posiciones políticas que tendrían quienes componen este grupo. Y en cuanto a su función política, hay quienes se ilusionan con que un país de clase media contribuirá al desarrollo y a la democracia -en esta línea se inscribe el informe del Banco Mundial hecho público la semana pasada- y quienes desconfían de la tendencia que estas clases tuvieron a alinearse con los fascismos en la Europa de mediados del siglo pasado y con los últimos golpes de Estado en América del Sur. “Los sectores medios se radicalizan cuando la acumulación capitalista tiende a estancarse. Son moderados cuando las cosas van bien, pero se pueden radicalizar terriblemente cuando sienten que se están estancando”, analizó el viernes el politólogo Federico Traversa, en una mesa sobre clases medias en el Cuarto Congreso de Ciencia Política.

Luego de un período -a partir de 1980- en que sociólogos, politólogos y economistas se preocuparon fundamentalmente por estudiar la pobreza, en los últimos años reapareció el interés por las clases medias, fundamentalmente a influjos de la importancia que empezó a cobrar China a nivel mundial, explicó el viernes el sociólogo Rolando Franco, de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), durante el Congreso. Aumentó el consumo de bienes, el tipo de bienes a los que se tiene acceso en función del nivel de ingresos, se incrementó el crédito bancario, y a influjo de las políticas de protección social crecieron las clases medias. Según el informe del Banco Mundial, denominado “La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina”, en la región este sector pasó de representar 100 millones de personas en el año 2000 a 150 millones hacia el final de la última década, convirtiéndose en 30% de la población de América Latina.

Al incrementarse la clase media, se incrementa también el peso que ésta tiene en los procesos electorales. No obstante, no puede afirmarse que las clases medias se identifiquen mayoritariamente con un partido o una tendencia ideológica, señaló el viernes durante el congreso la politóloga Rosario Queirolo. En Uruguay, por ejemplo, un estudio de Jorge Lanzaro y Gustavo de Armas llega a la conclusión de que cada partido incluye a todos los espectros sociales.

Sí podría afirmarse, según un estudio del Barómetro de las Américas de 2011, que las clases medias son menos tolerantes políticamente que las otras clases (por ejemplo, son las que estarían menos dispuestas a que una persona antisistema, definida como alguien que cuestiona la organización política de un país, llegue a la presidencia del país o incluso a que dé un discurso público). Son también las clases que menos quieren compartir determinados servicios públicos con los sectores bajos, y esto coincide con el informe del Banco Mundial. Según este estudio, las clases medias en América Latina tienden a no optar por la educación pública ni por los servicios públicos de salud, y por tanto presentan menos disposición a “contribuir al erario público”.

“En América Latina las clases medias no quieren pagar impuestos porque no usan los servicios públicos, a diferencia de lo que pasa en Europa y en Estados Unidos. Prefieren utilizar los servicios privados”, afirmó Franco el viernes.

A algo similar hacía referencia diez días atrás el presidente uruguayo José Mujica en su audición radial. Allí admitió que los principales críticos de las políticas sociales pueden ser “la gente de la calle o la clase media”. “Pueden pensar: ‘Viejo, me cobrás impuestos y después se los estás dando [a los sectores bajos]’, y no se pueden dar cuenta de qué es lo más barato”, señaló. “En lugar de criticarnos por eso deberían criticarnos que debemos buscar que la ayuda social llegue mejor. La solidaridad no es una palabra para utilizar en los discursos, es una práctica social”, sentenció el presidente en aquella instancia.

Respuestas desde el gobierno

Frente al peso creciente de las clases medias, en algunos países del Cono Sur ha primado el escenario de la confrontación en su nombre. Es el caso de Argentina, donde previo a las últimas manifestaciones opositoras, con cacerolazos de por medio, en las redes sociales la “clase media” se proclamó indignada, y los dirigentes opositores hicieron notar que no eran ellos quienes conducían la protesta sino la indignada “clase media”. Diversos analistas políticos han coincidido en que las restricciones al manejo de dólares han incidido en esta presunta molestia de la “clase media”. En setiembre, luego de uno de esos cacerolazos, la presidenta Cristina Fernández se sumó a la etiqueta y recriminó a la clase media que “tuvo desprecio hacia determinados sectores sociales que no pudieron tener mejores ingresos”. “Aquellos que son de clase media o media alta tienen que entender que otros también tienen derecho a ser de clase media, y por qué no, de clase alta”, manifestó.

Seguridad económica

El informe del Banco Mundial define como clase media aquella que tiene una probabilidad de caer en la pobreza menor a 10% a lo largo de un intervalo de cinco años. Para cumplir con este requisito, según el estudio, un hogar debe percibir entre 10 y 50 dólares por día. La clase media emergente varía de un país a otro, aunque hay un cierto número de elementos en común. Así, según el estudio, las personas que pasan a formar parte de la clase media tienen un nivel educativo superior al de los sectores de menores ingresos. También es más probable que vivan en zonas urbanas y tengan un empleo en el sector formal. En el caso de las mujeres de clase media, es probable que tengan menos hijos y que estén más integradas en la fuerza laboral que las mujeres de los grupos pobres o vulnerables.

El jueves, luego de conocido el informe del Banco Mundial, Cristina Fernández reprodujo en su Twitter el dato sobre el incremento de las clases medias y comentó: “El otro día alguien decía como que le sacaban cosas a él para dárselas a otros vagos que se beneficiaban y que tenían una gran vida”. “Qué formación tiene aquel que piensa que alguien, en lugar de tener un trabajo propio, de tener su casa, le gusta recibir y no se esfuerza. Debemos comprender que para poder progresar juntos es necesario que lo hagamos todos los argentinos y que defendamos los intereses del país”, tuiteó.

En Brasil, luego de un escenario signado por la salida de la pobreza de entre 30 y 40 millones de brasileños en los últimos años, primó desde el gobierno el interés por comprender la nueva conformación de las clases medias brasileñas -la denominada “clase C”, un grupo de ciudadanos que ingresaron recientemente a la clase media pero que en términos de valores y actitudes tienen preferencias distintas a las clases medias “tradicionales”- y la intención por formular políticas públicas que las contemplen. “Queremos un Brasil de clase media”, manifestó el mes pasado la presidenta Dilma Rousseff en entrevista con El cronista comercial. Y ante el enlentecimiento de la economía de ese país y en particular de la industria, el gobierno evaluó el año pasado implementar un programa parecido a Bolsa Familia (destinado a los sectores de menores ingresos) pero para la clase media. Su interés por comprender a este grupo también se reflejó en un seminario organizado por Presidencia a mediados de 2011, destinado a pensar políticas públicas para la nueva clase media y denominado “A média faz a diferença”.

En Uruguay, la caída electoral del Frente Amplio en 2009 respecto de 2004 se dio fundamentalmente en los sectores medios, según el estudio elaborado por Lanzaro y De Armas. Esta discusión sobre las clases medias como bases de apoyo permeó el debate en torno al IRPF durante el gobierno de Tabaré Vázquez. Según un estudio sobre la reforma tributaria que hizo público el sábado el diario El País (ver recuadro), el ministro de Economía, Fernando Lorenzo, llegó a afirmar que “se perdió la batalla por la clase media”.

Durante la mesa del viernes en el congreso, De Armas alertó que si los gobiernos “progresistas se inclinan más hacia los sectores de clases bajas” y se despreocupan por los sectores medios “minan sus bases electorales”.

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