El Cladem publicó en 2011 el libro Grietas en el silencio. Una investigación sobre la violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado. Ese trabajo y las acciones ante la Justicia impulsadas por el Cladem y otras organizaciones pusieron en evidencia el carácter masivo que tuvieron esos delitos durante la dictadura argentina y sirvieron de base para que la Procuraduría General de la Nación instruyera a sus fiscales sobre la -aún escasa- jurisprudencia que existía sobre el tema en el país y la necesidad de tratar los delitos de violencia sexual ya no como “tormentos” sino como crímenes de lesa humanidad, acorde a las figuras específicas que hay para la violencia sexual en las normas argentinas, y tomando en cuenta la legislación internacional que se aplica a estos casos.
La abogada argentina Analía Aucía que participó en la investigación del Cladem, es también profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Rosario y asesora en materia de género y diversidad sexual de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la provincia de Santa Fe. Visitó Montevideo la semana pasada con motivo del taller subregional del Cladem “Construyendo puentes para saldar las deudas de los Estados: La violencia sexual contra las mujeres en terrorismo de Estado y situaciones de conflicto armado interno”. En ese marco, dialogó con la diaria.
-¿Cuánto se sabe de la violencia sexual en el terrorismo de Estado? Las propias víctimas hablan poco del tema.
-Están empezando a hablar, por lo menos en Argentina. Cuando hablamos de terrorismo de Estado no hablamos de un conflicto armado sino de un contexto represivo, que es diferente. En los países del Cono Sur que estuvieron bajo la égida del Plan Cóndor no hubo ningún conflicto armado, ninguna guerra, sino terrorismo de Estado. Es decir que el Estado aplicó, utilizando agentes de policía, militares y civiles de derecha, en alianza y con el apoyo económico y logístico de Estados Unidos, mediante la CIA, métodos terroristas para combatir lo que consideraban el enemigo interno: las fuerzas sociales de izquierda que de muchas maneras se oponían a la implantación de determinado modelo político. La represión, en su sentido amplio, usa diferentes métodos para atacar a diferentes víctimas, mostrar lo que el Estado puede hacer e infundir temor, lo que le permite docilizar al resto de la sociedad y controlarla. La violencia sexual hacia las mujeres siempre fue un instrumento de represión, de conquista, siempre estuvo presente en cualquier conflicto y contexto represivo, como en la Segunda Guerra Mundial, en los Balcanes... Es moneda corriente el querer apropiarse del cuerpo de las mujeres.
-¿A qué se debe esto?
-Los contextos represivos no son neutrales al género. La desigualdad de género que existe en cualquier momento no conflictivo se recrudece en estos períodos por diferentes razones o quizá con diferentes objetivos. Por lo general las mujeres somos vistas como un cuerpo apropiable, somos objetificadas por una mirada patriarcal tanto por parte del Estado como de la sociedad en general. Tanto nuestro cuerpo como nuestra sexualidad parece que estuvieran disponibles, en el imaginario social, para satisfacer los deseos masculinos que serían irreprimibles. En el marco del terrorismo de Estado hubo un especial ensañamiento con las mujeres vinculado a su participación social y política. Las que pertenecían a determinados movimientos sociales y políticos, que tenían una adscripción sindical, etcétera, eran vistas como mujeres que transgredían el rol vinculado a lo doméstico, al de ser esposas y madres, que la cultura y la sociedad les atribuye.
-¿Eran doblemente castigadas?
-Claro, porque eran doblemente transgresoras. Transgredían los valores occidentales y cristianos que las Fuerzas Armadas querían preservar; para eso se instalaron todas las dictaduras en América Latina, para imponer un modelo occidental y cristiano que rechazara la invasión comunista. Además de transgredir esto, de ser ciudadanas irrespetuosas de la ley y el orden, transgredían su espacio propio, construido culturalmente. Para los represores, los varones militantes eran un par, por supuesto con una desigualdad de poder que les permitía torturarlos, violarlos también, y una serie de cosas que tienen que ver con los métodos represivos.
-Los abusos sexuales a los hombres son todavía menos conocidos.
-Porque el tabú es mucho mayor. Las cuestiones de estereotipos y características de género que se juegan en la violación son distintos para mujeres y varones. Lo que pasa es que, si bien los varones también sufrieron violencia sexual -por lo menos es lo que muestran los testimonios que hemos relevado en nuestra investigación-, la violencia sexual hacia las mujeres fue masiva, sistemática y tuvo especial ensañamiento. Había mensajes de género, los represores daban lecciones a las mujeres, las sermoneaban por haber transgredido sus roles. Cuando estaban siendo torturadas y les decían “¿viste lo que te pasó, puta de mierda?”, hay una connotación clara: una mujer que se sale del rol tradicional de estar revolviendo la olla de guiso es una puta. Lo es si sale a la calle, si va al sindicato o a un partido político, y mucho más en los años 70. Estas relaciones de género también estaban presentes en las propias organizaciones sociales y en la guerrilla, que las reproducían.
-¿El abuso sexual era una manera de conseguir información?
-A muchas mujeres las violaban y las penetraban con picana sin que hubiera ningún tipo de interrogatorio. Esto demuestra que los objetivos del terrorismo de Estado a la hora de torturar o de aplicar violencia sexual no eran sólo obtener información sino también quebrar a las víctimas, mandar un mensaje a la sociedad, destruir un sector social de juventud, de gente comprometida, militante, con ganas de cambiar las cosas. Por eso muchas de esas personas fueron luego liberadas.
-Hoy se empieza a hablar un poco más de la violencia sexual. ¿Cómo se traslada esto a la Justicia? No debe de ser fácil para un juez preguntar sobre el tema.
-La mayor invisibilidad proviene del propio Poder Judicial. Eso es lo más complicado. Preguntar sobre una violación sexual no es lo mismo que preguntar sobre un simulacro de fusilamiento o sobre la aplicación de picana en los talones. Cualquier persona puede decir con facilidad que la torturaron, que le hicieron submarino, el plantón…
-Tampoco es tan fácil hablar de eso.
-Claro, pero es más fácil que decir “fui violada”. Desde el Cladem se empezó el trabajo de a poco, con un recurso, un Amicus Curiae [http://www.cladem.org/index.php?option=com_rokdownloads&view=file&Itemid=115&id=1179:cladem-argentina-amicus-curiae-causa-riveros] que presentamos en una primera causa, en la provincia de Buenos Aires [en febrero del 2010, en la causa “Riveros”, en un tribunal de San Martín]. Un Amicus Curiae significa en latín “amigo de la corte”; es alguien que no es parte del proceso -no somos ni representantes de la víctima ni del Estado- sino una parte externa interesada en cuestiones que se están dilucidando en el juicio y que tiene algo para decir por su experticia, su trayectoria. De esa forma se presentó una serie de argumentos, jurídicos, sociológicos y el Amicus Curiae fue tomado por un fiscal de la provincia de Santa Fe, que usó esos argumentos. Alguna prensa amiga, que se interesa por el tema de los derechos humanos -estoy hablando de Página 12- le empezó a dar difusión, en el marco de una serie de charlas y entrevistas en los periódicos. Al poner el tema en agenda -no sólo fue obra del Cladem- se logró que la Procuraduría General de la Nación, a cargo de todas las unidades fiscales de derechos humanos, emitiera [en octubre de 2011] un instructivo destinado a todos los fiscales [ver adjunto] en el que se indica cómo tienen que investigar y sancionar la violencia sexual. Ese instructivo cita los trabajos de todas las organizaciones que en estos últimos dos años estuvimos trabajando el tema, retoma otro Amicus Curiae nuestro presentado en Mendoza el año pasado y declara que los delitos sexuales deben ser juzgados como delitos autónomos, no subsumibles al delito de tortura, porque es claro que violar con picana es tortura, pero también es violación. Además de la tortura, hay que agregar otro delito, porque si no, se invisibilizaba la violencia sexual.
-La violencia sexual en el marco del terrorismo de Estado se considera crimen de lesa humanidad.
-Claro. Si no estaría prescripta. Te lo digo como si fuera claro, pero no es tan claro. Uno de los objetivos de nuestra investigación fue demostrar que son crímenes de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptibles.
-¿Todos los jueces aplican el instructivo? ¿Hay medidas de acompañamiento para el personal judicial?
-Todavía es un problema el de cómo sensibilizar a los jueces. Tienen muchas resistencias aún a la hora de aplicar lo que la sociedad mayoritariamente acepta: que hubo tortura, que hubo persecución y desaparición forzada. El propio Estado debería capacitar a sus funcionarios, a sus jueces y juezas, pero no lo está haciendo. Que haya emitido ese documento es un primer paso. Que haya jueces en Argentina que hayan condenado por violencia sexual como un delito autónomo es otro paso importante y va teniendo efecto en el resto. No tenemos una Justicia, ni una sociedad, que esté preparada para tratar este tipo de delitos, para que las víctimas puedan declarar en un espacio de intimidad y de privacidad. No se trata de exponer a las víctimas en un espacio de revictimización, si es que no quieren denunciar. La idea es que las mujeres se sientan acompañadas; que la Justicia no haga oídos sordos; que cuando una mujer diga “cometieron fechorías conmigo”, sepa entender que no está diciendo “me aplicaron picana en la sien”, está diciendo otra cosa. Tiene que ser una Justicia con mirada de género, que sepa que la desigualdad de género está presente en todos lados y que comprenda que forma parte de las relaciones entre mujeres y varones. Una Justicia con mirada de género debe saber respetar cuando no se quiere hablar, pero cuando sí se tira alguna información, avanzar y apoyar a la víctima a que declare, hacerla sentir contenida, respetada.