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De las cavernas a las comunidades agrarias, y de ahí al feudalismo. De la monarquía a la democracia, y de ahí a las dictaduras populistas. Del éxito económico a la crisis de crecimiento, y de ahí a la debacle. Del imperio a la decadencia, la guerra independentista, la guerra civil y la dispersión. Y volver a empezar. Nada va en línea recta. El pensamiento político, inspirado en el religioso, instaló la utopía como meta. Ante el embate de la realidad, los cerebritos utópicos han debido encajar un montón de peajes en la carretera infinita. La Revolución Francesa parió a Napoleón, a sus cinco repúblicas, a su Pétain y a su Vichy. La Revolución Rusa trajo a Stalin, la derrota del nazismo, los gulags, el imperialismo, la opresión religiosa, la glásnost, la perestroika y la caída del muro de Berlín.

El tiempo transcurrido desde esos procesos facilita su estudio. Más complicado es pronosticar. Los antecedentes no sirven con un panorama internacional tan convulsionado como el actual. Es más prudente trabajar sobre el pasado. La historia uruguaya aguarda al 1º de marzo de 2015 para inaugurar el estudio de la (¿primera?) década frenteamplista, iniciada en 2005. Pero, transcurridos 3.226 de los 3.652 días de este aún no concluido período, ya se pueden trazar algunas luces y sombras.

Al Frente lo eligieron para tomar las riendas cuando el país salía del pantano de una crisis regional. Ganó por cansancio, no porque la mayoría de la ciudadanía se hubiera convertido al frenteamplismo. En 2008 explotó una crisis peor, de alcance mundial. Pero como Uruguay diversificó sus destinos comerciales, no sufrió como los mercados atados a Estados Unidos -entre ellos, México, el Caribe y América Central-. Uruguay y otros países en desarrollo prolongaron un ciclo de gran crecimiento, remolcados por China, India, Brasil y otras grandes economías emergentes.

Al mismo tiempo, los gobiernos de Vázquez y José Mujica atendieron como nunca antes las emergencias sociales y las inequidades. Asistieron a un alto costo las necesidades de los más sumergidos; redujeron la desocupación al mínimo histórico mientras subían el consumo y los salarios de varios sectores; implementaron reformas en la recaudación fiscal y en el sistema de salud; e ilegalizaron la esclavitud y la servidumbre que regían en el campo y en el servicio doméstico.

Parte del auge económico se atribuye al alza de precios de los productos exportados. Los gobiernos frenteamplistas redoblaron la apuesta de sus predecesores por el complejo forestal-celulósico y el cultivo de grandes extensiones de soja y maíz transgénicos, apuesta cuestionada por sus riesgos ambientales, al igual que proyectos como la mina a cielo abierto de Aratirí y el puerto de aguas profundas en Rocha.

Según las encuestas, las grandes fallas del Frente Amplio tienen que ver con la seguridad y la educación. La inseguridad real es obra de los gobiernos anteriores, que agravaron la marginación social, aumentaron las penas para determinados delitos y crearon otros -lo cual atestó las cárceles- y presenciaron impasibles la introducción de la pasta base de cocaína. Pero en la década frenteamplista las reformas penal, policial y carcelaria han marchado lentamente. Hay otra inseguridad, la imaginada, que responde a ciertos medios de comunicación, dedicados a sembrar el terror y a capacitar delincuentes. En cuanto a la educación, la calidad avanzó más despacio que la bienvenida masificación del ciclo medio, iniciada en los años 90 sin una adaptación adecuada de los recursos humanos y de la infraestructura. Por otra parte, si policías y educadores reciben sueldos indecentes, cualquier plan está condenado al fracaso.

En materia de derechos humanos, hay progresos y estancamientos. La presión de la sociedad civil fue decisiva para encarcelar a un puñado de represores de la dictadura y hallar algunos cuerpos de desaparecidos. También para que se aprobaran leyes sociales de avanzada, como el cambio de identidad según el género, el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la despenalización de la marihuana. Todo eso contrasta con las gangrenas que supuran en las cárceles, con cierta criminalización de las protestas, con la persecución de personas por ropa, domicilio o edad sospechosa, y con la invasión de barrios enteros por la Policía.

Lo que parece atravesar todas las décadas -ésta también- es la soberbia que les impide a los gobernantes advertir sus propios errores. El caso Pluna es en estos días una muestra de eso. Otra muestra fueron los insultos en este período a colectivos enteros, como el de los empleados del Estado, el de los educadores, el de los ambientalistas y hasta el del conjunto de la oposición.

Entonces, ¿cómo viene esta década? Quince meses antes de que termine, se podría decir que es una década ganada tras una larga sucesión de décadas perdidas. Se avanzó a los tumbos. Se corrigieron y se repitieron errores. El Frente Amplio mostró similitudes y diferencias con los partidos fundacionales. Si fue mucho o poco lo ganado, se verá con la distancia que sólo el tiempo da.

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