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Un líder de la Mara 18 (M18) en una celda en el penal Sampedrano, en San Pedro Sula.

Foto: Stringer, Efe

Cansados de guerra

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Como antes en El Salvador, hubo acuerdo en Honduras para poner fin a décadas de violencia entre pandillas.

La medida está en vigor en El Salvador desde hace casi un año. En ese país el compromiso de las pandillas juveniles para poner fin a la guerra que las enfrentaba desde hace años redujo los homicidios hasta alcanzar el promedio latinoamericano. Honduras sigue el mismo camino con un acuerdo entre las dos principales maras.

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Los líderes de la Mara Salvatrucha 13 (MS-13) y de la Mara 18 (M18) hicieron pública ayer, ante los medios de comunicación presentes en el penal en el que están recluidos, su voluntad de paz y reinserción. Pidieron perdón a la sociedad, pero también oportunidades de trabajo y programas de rehabilitación dentro y fuera de las cárceles, reclamos que piensan hacerle también al gobierno del presidente Porfirio Lobo y a las empresas privadas. Las dos principales organizaciones delictivas de ese país suscribieron desde la cárcel un primer acuerdo de principio, con la mediación del obispo auxiliar de la Diócesis de San Pedro Sula -donde se encuentra el centro de detención-, Rómulo Emiliani, y de la Organización de Estados Americanos (OEA), organismo que también auspicia el acuerdo alcanzado por las maras de El Salvador hace un año y sigue las negociaciones en Honduras desde hace ocho meses.

“Le pedimos perdón a Dios si hemos hecho algo malo, nosotros queremos tener la conciencia tranquila”, dijeron ayer los dirigentes de la MS-13, que aclararon que la tregua alcanzada ayer significará “cero crímenes, cero violencia” y que lo único que quieren es tener oportunidades de “ganarse la vida”, “enseñarles a trabajar” a sus hijos y que “los jóvenes tengan lugares, puestos de trabajo, [puedan] aprender un oficio”, indicó el diario hondureño La Prensa. Además, uno de los voceros dijo, de acuerdo al diario local El Heraldo, que el pacto firmado implica poner fin a “todo lo que puede perjudicar al ser humano” y que “la tregua es ante Dios, ante nuestras autoridades y ante la sociedad”.

En tanto, los líderes de la M18 no se comprometieron a detener los asesinatos de inmediato, aunque sí dijeron que buscarán reducir los niveles de violencia, porque, según afirmaron, su deseo es que no mueran más inocentes. “Queremos escuchar al gobierno, no los queremos escuchar a ustedes, porque todo esto es en serio, todo el mundo quiere vivir en paz”, dijeron a los periodistas, dando a entender que el alcance del acuerdo dependerá de las propuestas que puedan hacer las autoridades.

Otro tema que preocupa a los hondureños respecto de las maras, grupos surgidos en las décadas del 80 y 90 que tienen alcance transnacional, es la extorsión que éstas imponen a la población y a los comerciantes en las zonas que controlan. Cuando la prensa los consultó al respecto, uno de los voceros de la M18 precisó: “Pedimos fuentes de empleo; si nos escuchan y nos atienden podemos seguir hablando sobre su pregunta”.

Desde la pandilla rival coincidieron en que “sólo pedimos trabajar, la manera de subsidiarnos con el sudor de nuestra frente; lo que más queremos es cambiar la imagen de nuestra Honduras”.

Sin milagros

El país centroamericano es el más violento del mundo, con 85,5 homicidios cada 100.000 habitantes. Las maras están infiltradas en la sociedad, mantienen peleas de territorio, cobran “impuesto de guerra”, tienen vínculos con cárteles del narcotráfico, robos de vehículos y sicarios.

Emiliani y el secretario de Seguridad Multidimensional de la OEA, Adam Blackwell, estuvieron presentes ayer durante la firma del acuerdo en el penal de San Pedro Sula, casi 300 kilómetros al norte de la capital Tegucigalpa, cuya tasa de homicidios es la más alta del país.

Luego de que la inminencia del anuncio se diera a conocer durante el fin de semana, el lunes el obispo intentó calmar las expectativas y advirtió que será un proceso “lento y doloroso” y que para que se pueda ver un cambio verdadero deberán pasar dos generaciones.

Las mismas dos pandillas firmaron una tregua en El Salvador, en junio de 2012, también auspiciada por la Iglesia Católica y la OEA. De acuerdo a la agencia de noticias AFP, analistas estiman que la lucha en Honduras es más dura que en El Salvador, por lo que el éxito de tal acuerdo puede parecer más difícil.

“Llamé a monseñor Emiliani para expresarle mis felicitaciones y mi agradecimiento, en nombre del pueblo hondureño, por lo que él ha iniciado, desearle el mejor de los éxitos y decirle que estoy dispuesto a colaborar en todo lo que sea posible”, dijo Lobo el lunes, cuando se supo que la firma se concretaría ayer. Sin embargo, al igual que en El Salvador, el gobierno se mantiene a distancia de las negociaciones. No es fácil defender un cambio de política pasando de la mano dura a la negociación, por eso resulta más sencillo abrir el paso a actores externos, sin perder la responsabilidad de mantener el orden. Lo que sí se acordó en El Salvador fue una mejora de las condiciones de detención para los líderes de las pandillas.

Blackwell, que participó el lunes en una entrega de armas por parte de las maras salvadoreñas, dijo que hay ocho países del continente que buscan seguir el “ejemplo” de El Salvador, pero no aclaró cuáles. “En cualquier lugar donde haya maras o pandillas vamos a tratar de ayudar a los países a buscar soluciones a esta delincuencia, porque sin esto no hay paz”, agregó.

En El Salvador la tregua permitió reducir el número de homicidios diarios de 15 a cinco o seis, y la tasa de muertes violentas pasó a ser de 30 cada 100.000 habitantes, similar al promedio latinoamericano, cuando antes era de 68 cada 100.000. Sin embargo, aún se le atribuyen asesinatos a las pandillas. “No tenemos una varita mágica. En unos pocos meses no es posible hacer desaparecer todos los males”, dijo a la BBC uno de los líderes salvadoreños de la M18, Carlos Mojica Lechuga. Un reciente estudio realizado por el Ministerio de Justicia y Seguridad salvadoreño arrojó un aumento de las personas vinculadas a esas organizaciones, pero sus dirigentes aseguran que, más allá de las actividades delictivas que puedan seguir manteniendo, son organizaciones sociales a las que es muy difícil dejar de pertenecer, no sólo porque muchos de sus miembros lo tienen tatuado en todo el cuerpo, sino porque para muchos sustituyen a la familia.

En Honduras, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística, la violencia dejó más de 200.000 huérfanos menores de edad.

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