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Los señores del campo

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Primero, vale aclarar: la Asociación Rural del Uruguay (ARU) es un gremio. Un gremio que defiende los intereses de los empresarios del sector agropecuario, bajo la consigna: “Libertad de empresa, economía de mercado y sana competencia”. No parece una obviedad recordarlo cuando algunos discursos y titulares de prensa se empeñan en utilizar el “campo” como si fuera un sinónimo de la ARU. Y no lo es. El “campo”, o una parte fundamental de él, no se sienta en un palco junto con el gobierno. No celebra el cierre de una exposición de vacas y ovejas opinando sobre cualquier aspecto de la política nacional, despotricando contra la “débil penalización de los delitos”, contra las políticas sociales del gobierno, contra la pérdida de valores, e incluso contra el proyecto de ley de medios. El “campo” son también quienes cuidan las Hereford y las Holando de los señores del palco, los que hasta hace poco no tenían límites en su jornada ni otros derechos laborales. La Unión Nacional de Asalariados, Trabajadores Rurales y Afines también forma parte del “campo”, y el sábado tuvo que quedarse afuera de la Expo.

El presidente de la ARU, Ruben Echeverría, repitió en su discurso apocalípticas consignas -sin el más mínimo fundamento, y a veces sin la más mínima lectura- contra el proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Es la misma iniciativa que incluye, como un concepto central, la reserva de espacios para el sector comunitario. ¿Sabrá Echeverría que su gremio aspira a usufructuar un canal? Echeverría advirtió el sábado que “si empezamos a cercenar la libertad de expresión vamos por un mal camino que lentamente nos conducirá a la pérdida progresiva y silenciosa de otras libertades y derechos”. Su advertencia sería de recibo si efectivamente el proyecto afectara estos derechos. En cambio, el señor debería encauzar su alarma ante prácticas como las de su propio gremio, que priva a los trabajadores sindicalizados del campo de ingresar a un evento que debería ser público, pero se convirtió en una fiesta privada en la que la casa “se reservó el derecho de admisión”. Los derechos y las libertades son para todos. Y el “campo” es mucho más que los señores del palco, aunque hoy sean los que cierren las porteras.

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