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Recordando la lucha de clases

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Columna de opinión.

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La obsesión por lo militar del ministro Fernández Huidobro no es ninguna novedad. Su actitud general de superación, su realpolitik berreta y su botijeo y descalificación a todo aquel que no tenga las mismas opiniones o prioridades que él, tampoco. Es por esto que resulta casi innecesario analizar su último exabrupto, sobre todo después de la lapidaria carta abierta que la diputada Valeria Rubino publicó para responderle.

Sin embargo, vale la pena detenerse en su preocupación por el olvido de la lucha de clases por parte de la izquierda uruguaya, que según el ministro, se dedicó en su lugar a luchar por “el radicalismo de las mujeres, de los homosexuales, de esto y aquello para no hablar de lo que importa realmente”.

No se puede sino estar de acuerdo con la parte del diagnóstico de Fernández Huidobro sobre el olvido de la lucha de clases. De hecho, sus declaraciones son uno de los máximos ejemplos de ello.

Es que la lucha de clases no es un criterio para separar las luchas importantes de las irrelevantes, sino una manera de analizar a la sociedad en su conjunto. Aceptar la separación entre la lucha de clases y las otras implica aceptar las separaciones liberales entre lo público y lo doméstico, entre la economía y las relaciones sociales, y entre lo político y lo que no lo es.

La incapacidad de pensar los temas del género y la diversidad en términos de lucha de clases habla más de la capacidad analítica de Fernández Huidobro que de la importancia de las luchas de las organizaciones feministas y de la diversidad que, por ejemplo en el caso de Ovejas Negras, nunca cometen este error y mantienen relaciones muy fluidas con el movimiento obrero y los demás movimientos populares.

Ya desde Engels existe la noción de que las formas familiares, las relaciones entre hombres y mujeres y los modos de reproducción de la fuerza de trabajo son fundamentales para la comprensión del funcionamiento del capitalismo. En el caso uruguayo, numerosas luchas de tiempos recientes demuestran la importancia de los vínculos entre estos asuntos.

Los pasos dados en la regularización de las trabajadoras domésticas, su sindicalización, su participación en la negociación colectiva y el aumento de sus salarios no puede ser entendido como otra cosa que como un gran triunfo de la clase obrera organizada, que logró llevar la lucha de clases a un terreno que hasta entonces era visto como imposible de organizar, por encontrarse más allá de los muros de la casa del patrón.

Del mismo modo, la lucha por las licencias maternal y paternal son fácilmente comprensibles como parte de la lucha por la jornada de trabajo y por el tiempo del trabajador, lucha de la que Marx se ocupó en la sección tercera del primer libro de El Capital, como seguramente sabrá el ministro.

Los intentos de implantar un Sistema Nacional de Cuidados, además de aspirar a mejorar la distribución del uso del tiempo entre hombres y mujeres y de ser una enorme expansión del Estado de bienestar, permitiría salir a trabajar a mucha gente que hoy se dedica a los cuidados en su hogar, aportando más personal al proyecto de país productivo que tanto importa al gobierno.

La decisión de utilizar a la tarjeta Uruguay Social como política de acción afirmativa para la población trans, así como las políticas específicas para la inserción laboral y la no discriminación de ese colectivo, apunta a incorporar a la vida social a algunas de las personas más relegadas, humilladas y asoladas por la pobreza, la enfermedad y el odio.

Resulta difícil comprender cómo alguien puede decir que estas luchas no tienen que ver con la lucha de clases. Esto no significa negar que la política no se agota en estos asuntos y que en ellos existen ambivalencias y contradicciones. La incorporación de nuevas personas al mercado de trabajo presiona a los salarios a la baja. Las políticas focalizadas generan clientelas y pueden reforzar estigmas. Los derechos de las mujeres son usados por las potencias como excusa para sus aventuras imperialistas. La mercantilización de los cuidados y de la reproducción social puede tener todo tipo de efectos alienantes.

Pero estos peligros, más que hablar de la supuesta poca importancia de estas luchas, demuestran todo lo que está en juego en la manera cómo se decidan. Es cierto que la llamada “agenda de derechos” puede ser capturada por el liberalismo y quitar potencia a los reclamos populares, pero justamente por ello es necesario para la izquierda, en lugar de ignorarla, buscar entenderla y articularla junto con el resto del conflicto y el descontento social.

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