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Thomas Piketty, durante la lectura de su libro, el 18 de abril de 2014 en Cambridge, Massachusetts (Estados Unidos). / Foto: Sue Gardner, DIFUSIÓN

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El riesgo de una vuelta al capitalismo patrimonial es revisado por una investigación que analiza siglos de la desigualdad.

Thomas Piketty, un economista francés nacido en 1971, acaba de publicar un libro que aborda la evolución histórica de la desigualdad y manifiesta que las promesas del capitalismo posguerra no se cumplieron, al menos para la mayoría. El capital en el siglo XXI, un libro cuya versión en inglés tiene 700 páginas y una portada que emula los clásicos de Ricardo y Marx, encabeza la lista de libros más vendidos desde hace 20 días en el sitio Amazon.com. El trabajo, que según el malicioso periódico inglés The Guardian todos llevan debajo del brazo porque es “una nueva herramienta de conexión social”, ha despertado entusiastas defensas y ataques ideológicos en los grandes medios internacionales.

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Editar

Según el propio autor, la importancia del libro no radica tanto en la conclusión, que indica un aumento en la concentración del ingreso en pocas manos en los países desarrollados, sino en que retoma la desigualdad como tema de debate desde el punto de vista ideológico.

En la introducción, Piketty se pregunta qué es lo que realmente sabemos acerca de la distribución de la riqueza en el largo plazo. En particular se plantea si, tal como Marx entendía, es la propia dinámica de la acumulación de capital la que lleva inevitablemente a la concentración de la riqueza o, por el contrario, a largo plazo la competencia y el progreso tecnológico reducirían las desigualdades y traerían armonía entre las clases sociales. Entre quienes creen que la desi
gualdad siempre está en aumento y por ende visualizan un mundo cada vez más injusto, y los que, al revés, ven una tendencia natural a que prime la armonía, existe espacio para la investigación. El diálogo de sordos, “en el que cada campo justifica su propia pereza intelectual señalando la del adversario”, busca ser superado por Piketty a partir de la base de datos más extendida que se conozca, ya que cubre un período de tres siglos y más de 20 países.

Una de las principales conclusiones a las que llega es que el crecimiento económico y la difusión del conocimiento lograron sortear el “apocalipsis marxista”, pero no lograron modificar la estructura del capital y la desigualdad, al menos como el capitalismo posguerra auguraba. Argumenta que cuando la tasa de retorno al capital es mayor a la del crecimiento del producto y los ingresos, como parece que está sucediendo en el siglo XXI -al igual que sucedió en el XIX- el capitalismo socava de manera radical los valores meritocráticos en los que se basan las sociedades democráticas. Según escribió en The New York Times Paul Krugman, premio Nobel de Economía en 2008, las sociedades están retornando a un “capitalismo patrimonial” en el que los altos escalones de la economía están dominados por la “riqueza heredada” y en donde el origen tiene más importancia que el esfuerzo y el talento.

Un tema de medios

Algunos han hecho decir a Piketty que la desigualdad sólo puede ser revertida por medio de la intervención estatal. Sin embargo, el investigador plantea soluciones más complejas, como la existencia de medidas tributarias de carácter global. Lo que es claro es que para Piketty son urgentes nuevas políticas que hagan que la democracia retome el control sobre el capitalismo y se coloque el interés general por encima de los intereses privados.

En una entrevista con el diario madrileño El País, Piketty recordó que las bajas tasas de crecimiento -como las que existen hoy en Europa- propician un aumento de la desigualdad, porque el rendimiento del capital tiende a ser mayor que el aumento del PIB. Señala que en países como Francia, Reino Unido, España o Italia la riqueza neta del sector privado equivale a cinco o seis años de renta nacional, datos que no se registraban desde 1910.

Sin embargo, considera que la distribución de la riqueza actual es menos desigual que la que existió en la Gran Depresión de los años 30, básicamente porque la clase media posee buena parte de esa riqueza. Por eso se pregunta: “¿Vamos a aumentar esa clase media y el proceso histórico de redistribución de la riqueza o vamos a provocar un aumento de la desigualdad y de reducción de la clase media?”.

Como un eco del pensamiento del desarrollo por etapas, Piketty entiende que los países emergentes -que tuvieron tasas de crecimiento mayores que las de Europa en los últimos años- se enfrentarán a los mismos problemas. Al fin y al cabo, para muchos analistas del primer mundo sigue siendo difícil pensar los problemas del mundo subdesarrollado a partir de una lógica propia. Según Piketty, a largo plazo el ritmo de crecimiento económico y el de la población va a ralentizarse en todo el mundo, incluidos los países emergentes, y el rendimiento de la riqueza va a ser mucho mayor que el crecimiento del PIB. Esta tendencia ya se ve y por eso el patrimonio de los más ricos creció dos o tres veces más que el PIB global durante los últimos 20 o 30 años.

La senda no está trazada

Picketty es optimista. En la medida en que existieron períodos históricos de disminución de la desigualdad, “hay varios futuros posibles” y todo depende del tipo de políticas e instituciones que elijamos. En este sentido, Piketty se aparta radicalmente de Marx, ya que la conclusión fundamental del libro es que no hay un determinismo económico que lleve inevitablemente en una sola dirección. “Tanto Marx como Kuznets estaban equivocados. Sus predicciones eran opuestas pero el nexo común es que creían en que el futuro era inexorable, y no comparto esa conclusión”, aclara.

En este sentido, es necesario apostar fuerte por la fiscalidad progresiva sobre las rentas y la riqueza neta de los individuos. Pero su propuesta es bastante ambiciosa, no sólo porque se plantea tasas impositivas de hasta 80% para las más altas franjas de ingresos y riqueza, sino porque se imagina aplicarlas de modo global, apostando a una coordinación internacional. Sobre las dudas acerca de la factibilidad de este tipo de políticas globales en un marco de proteccionismos y cierta vuelta a la autarquía, Piketty destacó que “la reducción de los impuestos para quienes acumulan poca riqueza es fácil de aplicar”. Indicó que en los países de la Unión Europea y en Estados Unidos se encuentran las principales fortunas, por lo que si existe el interés de “batallar contra los paraísos fiscales e imponer sanciones a los países que no cooperen [esos bloques] son suficientemente poderosos para lograrlo”. Agregó que “Estados Unidos acabó con el secreto bancario de los bancos suizos”.

La cuarta vía

Picketty insiste en repensar el tipo de instituciones fiscales, y más generalmente la política económica de izquierda, en aras de regular el capitalismo actual y lograr una distribución moderna de las rentas y la riqueza. Recordó que la tercera vía que impulsó el ex primer ministro laborista Tony Blair en los años 90 rechazaba la progresividad fiscal, lo que consideró un error, no sólo porque ésta disminuye las desigualdades, sino porque es el tipo de regulación más favorable al funcionamiento del mercado. “Si queremos preservar la apertura de los mercados y la globalización, creo que es mejor tener una fiscalidad progresiva que imponer barreras comerciales o controles de capital”, dijo. De todas maneras, Picketty insiste en que el objetivo principal del libro no es brindar una conclusión política sino facilitar herramientas para que cada uno adopte su propia posición. El mensaje final es conocido: “La economía no es una cuestión reservada a los expertos, sino que es algo que atañe a todo el mundo”.

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