-¿Qué puede cambiar en las relaciones internacionales de Brasil si Dilma Rousseff no fuera reelecta presidenta?
-No vamos a ver grandes cambios, no importa quién sea el nuevo presidente. Desde el punto de vista de la política exterior y de la defensa, América del Sur y el Atlántico Sur van a seguir siendo prioridad. La idea es promocionar el desarrollo inclusivo de estas dos regiones. [El ex presidente brasileño] Lula da Silva [2003-2011] optó por el sur, por acercarse más a los países en desarrollo, sobre todo a los menos desarrollados que Brasil, para compartir experiencias y presentarse como una especie de líder fraterno. Brasil está algo así como en el medio entre los más y los menos desarrollados, y ésa fue su opción política, aunque no necesariamente la correcta. Hay gente que tiene muchas dudas, por ejemplo cuando se trata del desarrollo de la economía y de los procesos de innovación. Para mucha gente sería más inteligente mantenerse más cerca de los países desarrollados. No fue ésta la opción de Lula; y no es ni va a ser la de Dilma. Si el próximo presidente es Aécio [Neves, el candidato del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña] puede ser que amplíe un poco más el espectro.
-¿Y en cuanto a la integración regional?
-Las prioridades también van a ser las mismas en cuanto a ver a América del Sur como la construcción progresiva de un proceso de integración, que no se va a dar de forma lineal, sino que vamos a observar algunos retrocesos. Hay que tener paciencia. Lo que diferencia a Brasil de muchos de los países de la región es que tiene una visión un poco más a largo plazo, pero la idea es promocionar la integración regional, transformar a América del Sur en un mercado integral, incluso para que los países del Pacífico puedan tener acceso al Atlántico y viceversa. La integración también pasa por hacer a los países menos desiguales dentro de ellos mismos y entre ellos. Es una visión muy clara de que es insostenible un modelo de desarrollo que concentre la renta y la riqueza de una manera permanente y progresiva. Esto es así desde la dimensión moral, ética, pero también desde la pragmática y la de la seguridad, si se comprende que la estabilidad política depende de eso.
-Esa promoción de desarrollo en el Cono Sur también se reflejó en inversiones en infraestructura del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) en África y América Latina, que además de ser un aporte para los países receptores favorece a Brasil en su comercio exterior. En este marco está la posibilidad de que invierta en el puerto de aguas profundas en Uruguay. ¿Esa política de inversión en infraestructura se mantendría?
-Sí, a Brasil le interesa que los países vecinos se desarrollen. Desde comienzos del siglo pasado se repite, con más o menos énfasis, la idea de que a Brasil no le interesa destacarse de la región sino que toda la región crezca. Otra cosa que favorece la continuidad es que esas inversiones están empezando a fructificar y ahora es más fácil convencer a los opositores de la idea, porque se pueden percibir los resultados concretos. Pero no es sólo por el comercio, es una visión bien a largo plazo de construcción en un espacio económico integrado en América del Sur. Esta opción fue muy costosa desde el punto de vista político para Lula, porque tuvo que lograr que el Congreso permitiera al BNDES hacer inversiones en otros países, y lo logró transmitiendo la idea de que no lo estamos haciendo sólo por los países vecinos sino también por Brasil. No es sólo una posición solidaria o altruista.
-Acerca del otro sur, el africano, ¿cómo maneja Brasil esto de tener relaciones con algunos gobiernos de África que no se caracterizan por ser democráticos ni por respetar los derechos humanos?
-Con mucha cautela. En primer lugar está el principio de no intervención en asuntos internos. Brasil no es un país perfecto y no está en posición de criticar a los otros o decirles cómo hacer, sí de compartir una experiencia. Un segundo aspecto tiene que ver con que la política exterior de Brasil tiene la tradición de promover el diálogo: es mejor tener a los otros en la mesa de negociación para intentar influenciarlos que arrinconarlos, porque eso sólo va a fortalecer a los más radicales. Si excluimos, estamos aislando y haciendo mucho más difícil un proceso de cambio que tiene que venir desde dentro de los países. Las democracias más avanzadas tuvieron 150 o 200 años para desarrollarse, hay países que tienen 20 o 30 años de independencia y se pretende que sean perfectos. No lo son. Éstos son cambios de generaciones, cambios de culturas políticas, no se hacen en cinco o diez años.
-Usted mencionaba que Brasil está como en el medio entre los más y los menos desarrollados. ¿Cómo se lleva con los otros?
-Hay cosas que ponen a Brasil en un escalón muy respetable desde el punto de vista de la estabilidad política y económica. Lula no habría obtenido los logros de su gobierno si no hubiera habido una continuidad con la administración de Fernando Henrique Cardoso, que permitió la estabilidad económica. Tenemos como 20 años de experiencia en perfeccionamiento de este progreso socioeconómico, en los que Lula fue muy importante. Sobre todo por dos cosas: por un lado, puso en el centro del debate político el tema de la pobreza, eligió tomar acciones para reducir las disparidades dentro de Brasil, que eran una cuestión casi técnica durante el gobierno de Cardoso; y por otro, tomó una decisión muy democrática, en el sentido de fortalecer las instituciones al final de su mandato, cuando tenía más de 80% de popularidad y una fuerte presión del Congreso para intentar cambiar la Constitución para tener un tercer mandato. En Brasil las cosas son difíciles, las leyes son confusas, hay mucho problema, el costo burocrático de administrar una empresa es alto, pero hay mucha más seguridad que en otros países de la región. Eso, en un país emergente, es importante.
-La situación internacional también cambió un poco durante la última década.
-Hubo una especie de cambio mientras Lula estaba en el poder, eran momentos de mucha inestabilidad. Con las reacciones de Estados Unidos y de la comunidad internacional por el ataque a las Torres Gemelas y a la crisis de 2008, se abrieron muchos espacios para que hubiera un reacomodo político importante en el escenario internacional. Lula tiene una intuición política muy depurada y pudo desplazarse muy inteligentemente en estos cambios. Ahora las cosas están más rígidas en el escenario internacional y creo que la presidenta tiene una inclinación hacia los problemas domésticos de Brasil. Hay una diferencia de percepción del rol del país en el escenario internacional, pero mucho de lo que Brasil hace ahora es la continuidad de lo que hacía antes. De nuevo, es una visión de largo plazo que empieza con Cardoso, pasa por Lula y sigue con Dilma, y no va a cambiar.
-¿Qué papel juega en esto de la integración y el desarrollo de la región la Unión de las Naciones Suramericanas (Unasur)?
-La Unasur es el foro para negociar reglas comunes, creo que es un poco la apuesta de la mayoría de los países de la región. Brasil tiene la visión de que las reglas de juego tienen que ser aceptables, los contratos con el sector privado tienen que ser mantenidos, si hay que hacer cambios que se hagan como estaban previstos en los contratos. En la importancia de la estabilidad en las reglas de juego también hay diferencias de percepción entre los países de la región, la visión de Brasil lo acerca a Uruguay y a Chile, por ejemplo.
-Lo aleja de otros países un poco más “desprolijos”, si se quiere.
-El tema es cómo la Unasur va a lograr arreglar estas diferencias, algo que se va a resolver en los próximos diez años, en el largo plazo. La Unasur es un avance muy importante, mucho más importante de lo que se percibe. Infraestructura y defensa, por ejemplo, son temas muy sensibles que la mayoría de los procesos de integración dejan para un segundo momento, pero la Unasur decidió empezar por ellos. Creo que hay una gran sabiduría allí. La Unasur logró intervenir de una manera constructiva en temas que eran internos de los países. Varias crisis recientes de la región se resolvieron de forma pacífica en el ámbito de la Unasur [pone como ejemplos la destitución de Fernando Lugo en Paraguay y la tensión entre Ecuador y Colombia tras el ataque de esta última a un campamento de la guerrilla en suelo ecuatoriano]. Eso es muy relevante, fortalece la idea de integración. Si mantenemos esta idea de construir en conjunto la integración, incluso de reglas de juego, vamos a lograr buenos resultados.
-¿Qué avances permitirá la Unasur en materia de defensa?
-La Escuela Suramericana de Defensa, que se creó en la última reunión de los ministros de Defensa, va a crear un intercambio de experiencias y fraternidad entre los oficiales. Esto genera confianza entre las personas y es muy importante, va a dar otra dinámica en la relación. Hay algunos proyectos de inversión en la industria de defensa, como el avión de entrenamiento, que también une y permite la percepción de un objetivo común. Por primera vez tenemos una visión clara de una estrategia conjunta, que pasa por un proceso de institucionalización que no va a ser perfecto, que no va a realizarse según los libros de texto, que no va a estar listo en diez años, pero que está en la dirección correcta. Eso yo creo que es extraordinario en este momento que vivimos.
-Brasil ha estado un paso adelante. La Estrategia Nacional de Defensa de 2008 y el Libro Blanco de la Defensa de 2012 ya hacen hincapié en aspectos que usted menciona: integración regional y coordinación para la defensa común de los recursos naturales. ¿Brasil intenta llevar a los demás países por ese camino?
-Sin duda la idea es defenderse en forma común. Brasil tiene fronteras con diez países, y la última guerra fue con Paraguay hace casi 150 años. Si se compara el mapa de América del Sur con el de Europa, en los últimos 200 años nuestro mapa casi no cambió. Eso es extraordinario y está generado por una comprensión común de los países de que la solución más barata y más inteligente a las controversias -que van a existir siempre- es la pacífica. Existe la idea de que la defensa es para proteger y existe el reconocimiento de que solos no vamos a poder disuadir amenazas externas relevantes. Cuanto más se promocione la cooperación entre los países de Suramérica y con África, más capaces seremos de disuadir amenazas, que por ahora no existen, pero si las dinámicas del sistema internacional hacen que se generen, nosotros estaremos mucho más seguros juntos que separados. La idea de Brasil no es liderar, pero puede ser que tenga más condiciones, porque su economía y su industria están más desarrolladas, y en el área de defensa hay un desequilibrio muy grande con los países de la región.
-Más allá de las potenciales amenazas a futuro, Estados Unidos abrió en febrero un centro de operaciones en Paraguay que es mirado con recelo por algunos sectores en la región. ¿Eso preocupa a Brasil?
-Estados Unidos está presente en la región y lo va a seguir estando, pero nadie lo ve intentando ocupar territorios, ya no tiene sentido. Hasta Colombia, que tiene una relación muy cercana con Estados Unidos, ahora se ve más como un país sudamericano. Hay una relación muy respetuosa entre Brasil y Estados Unidos, pero el tema del espionaje fue muy duro y generó una imagen muy negativa de Washington en Brasil, mucho peor de lo que el gobierno estadounidense imagina, sobre todo por cómo trató el tema Estados Unidos, que fue peor que el hecho en sí. También existe una visión clara de que Estados Unidos ha perdido un poco su conocimiento de América Latina, porque eligió otras prioridades, no invierte lo que invertía en los 70 u 80 en esta región y perdió a una generación de expertos. Se vio que la región supo arreglar sus problemas de una manera muy tranquila, pacífica, mejor que cuando Estados Unidos estaba más presente. Ése es un gran desafío para Washington si quiere volver a tener una influencia más grande en la región, va a tener que reconocer los cambios que sucedieron para poder lidiar con ellos.
-Cuando se supo que Estados Unidos había espiado a Rousseff, a algunos ministerios brasileños y a Petrobras, se dijo que Brasil había crecido mucho y que ese crecimiento no se había acompañado con un desarrollo cibernético para proteger la información. ¿Considera que esa apreciación es correcta?
-Es cierto, pero eso no es exclusivo de Brasil. La canciller alemana, Angela Merkel, también fue espiada y si hay un país que ha invertido en innovación en Europa es Alemania. La Estrategia Nacional de Defensa de 2008 establece al sector cibernético como uno de los prioritarios. Tenemos una gran capacidad de formación de cuadros, pero no tenemos muy claro cómo aprovecharlos. No es un problema solamente de ese sector; Brasil exporta cerebros porque no tiene un acercamiento entre la industria y la universidad o los centros de investigación, por eso se van a Europa. Tenemos que aprender a crear estos clústers de vinculación de los intereses de la industria, la investigación y la formación. Por otro lado, hubo un avance muy significativo desde el punto de vista de la relación público-privada. Los militares aceptan más al sector privado porque entienden que los necesitan, porque allí ocurre la innovación. Éste es un cambio cultural muy profundo, sobre todo en Brasil. Vamos a crear un Comando Cibernético que tendrá la misma importancia que los otros comandos, como hizo Estados Unidos hace algunos años. Hay una transformación del sector de defensa en general, y el tema del espionaje dejó más claro a los liderazgos brasileños que es importante estratégicamente construir un sector cibernético. Está en proceso, pero requiere la construcción de las capacidades, incluso con la cooperación de los países vecinos, para colocar esto al servicio de la integración.