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Leilane Assunção. / Foto: Natasha Collins

Desde el jardín

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“¿Qué estás haciendo para que Brasil no se transforme en el Irán católico de América?”, pregunta la activista Leilane Assunção.

La historiadora y socióloga transexual Leilane Assunção recibió a la diaria en su casa en Natal. Como profesora de la Universidad Federal de Río Grande del Norte (UFRN) y activista social, se refirió a la corrupción política, el fundamentalismo religioso, el activismo LGBT y la situación de los usuarios de drogas en Brasil, entre otros temas.

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Tras una larga caminata bajo el sol de la ciudad de Natal, Leilane respira aliviada: llegamos a su refugio de plantas, brisa y sombra. Dentro de su casa, nueve gatos me miran recelosos. Antes de comenzar, arma un porro, me convida, pone un disco de Clara Nunes y me explica que es la artista más sincrética que tuvo Brasil.

-Formás parte del movimiento antiprohibicionista de drogas. ¿En qué consiste?

-Es una discusión que en Brasil tiene unos 15 años. Yo estoy desde el nacimiento del movimiento de Natal, fundado hace cinco años y cuya actividad se resume en dos grandes acciones: una marcha anual y un evento académico que discute la cuestión en el plano político. A pesar de esto, daba la sensación de que aún no había una representatividad real de las personas que usan drogas, sino que eran los intelectuales hablando en su nombre. Por ejemplo, existen académicos que son antiprohibicionistas pero que no se asumen públicamente como usuarios de drogas. Hay otro sector que las consume como acto político de desestigmatización, dentro del cual me posiciono. En ese sentido, surge la Red Latinoamericana de Personas que Usan Drogas [Lanpud], que busca integrar a usuarios y activistas en el plano regional. Yo represento a Brasil en esa red.

-¿Por qué prohibir es un error?

-Existe una amplia literatura científica sobre este tema, tanta que no sería honesto de mi parte discurrir sobre ello. Se entiende que es la prohibición la que genera la violencia, ya que reproduce un circuito perverso de criminalización de la pobreza y de creación de marginalidad. Este punto se ve claramente en América Latina, supuesto escenario de la guerra a las drogas, que en realidad es la guerra contra las personas que usan drogas, en general personas de la periferia y de clase social baja. Las drogas en general tienen efectos terapéuticos, homeopáticos o medicinales, como es el caso de la marihuana. No es del interés de la industria farmacéutica que vos tengas marihuana en tu jardín y que te puedas tomar un té de marihuana cuando tengas dolor de cabeza en vez de comprar comprimidos. Como historiadora te puedo decir que la marihuana fue una de las primeras plantas protagonistas de la revolución agrícola neolítica, junto con el trigo. Es totalmente absurdo: la prohibición tiene cerca de 80 años, mientras que la historia de las civilizaciones tiene 10.000. Y las evidencias técnico-científicas son todas a favor de la legalización y ninguna a favor de la prohibición.

-¿Cuál es la situación actual del movimiento?

-A pesar de que el Mundial de fútbol no da esa impresión, gracias a los gobiernos de izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) tenemos desde 2003 un avance del diálogo entre el Estado y los movimientos sociales. Cada cuatro años se hacen conferencias nacionales de movimientos LGBT, movimientos de mujeres y movimientos negros, que es el marco para dialogar directamente con el Estado. Y se ha evolucionado: Brasil corrigió una injusticia histórica al aprobar cuotas para afrobrasileños en servicios públicos y universitarios. También tenemos la posibilidad de la unión civil homosexual, aunque todavía no la religiosa. El objetivo actual es hacer que nuestros pensadores adquieran una visibilidad suficiente para conseguir influenciar en el juego político y que la discusión migre del prohibicionismo al antiprohibicionismo. En ese sentido, también tenemos el apoyo de los partidos de la izquierda radical, como el Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) y el Partido Socialismo y Libertad (PSOL). El Partido Verde (PV) también integrará en su agenda la legalización de las drogas, del aborto y de la unión homosexual civil y religiosa.

-¿Cuáles son los desafíos para lograr poner estos temas en la agenda?

-El problema es que el Poder Legislativo brasileño es el más reaccionario de los tres. Esto es así porque los representantes se eligen por medio de gentilezas electorales dispersas por los confines más recónditos del país, y corresponden a oligarquías centenarias. En muchos lugares el voto todavía está subordinado a una relación patriarcal: se vota al candidato que regala una bolsa de cemento, una dentadura, una consulta de salud en la capital. Y ese tipo representa lo peor del Poder Legislativo. Pero el votante humilde del interior, que no tiene educación, no lo sabe.

-¿De qué manera el colectivo LGBT se ve afectado por esta realidad?

-En Brasil existen legisladores cristianos hablando de la cura para la homosexualidad. Para nosotros esto equivale a los campos de concentración de los judíos: capturar a los homosexuales, internarlos en locales, aplicarles electroshock, inyectarles hormonas… Eso es lo que se está discutiendo en nuestro Congreso, como si fuera algo discutible. Es aterrador. Los fundamentalistas religiosos hacen mucho ruido en los medios de comunicación, que para muchos ciudadanos son el único educador, y que además son controlados por aristócratas. Es muy complicado, porque Brasil es el país más católico del mundo. Tenemos legisladores que quieren poner al candomblé, que es una religión, en la ilegalidad. El estado laico brasileño está amenazado. En mis alocuciones siempre pregunto: ¿qué estás haciendo para que Brasil no se transforme en el Irán católico de América?

-¿Cuál es la posición del movimiento LGBT en este contexto?

-El gobierno del PT permitió que el movimiento LGBT avanzara mucho. Sin embargo, el Legislativo se ha volcado cada vez más hacia la derecha y al fundamentalismo religioso, dejando al Ejecutivo atado de manos. En ese contexto aún no conseguimos la aprobación de la ley que criminaliza la homofobia, que hace 20 años que está en discusión. Lamentablemente, también tenemos un alto nivel de corrupción dentro del movimiento LGBT brasileño. Es el caso de personas con un historial de lucha y activismo que al llegar al poder son cooptados por determinados partidos políticos y obtienen cargos en el gobierno, como en Río Grande del Norte. No en vano somos uno de los estados más homofóbicos del país, ya que tenemos un movimiento que no aplica medidas efectivas para combatir esto.

-¿Cómo estás viviendo este Mundial en Brasil? [la entrevista fue hecha antes de la derrota de la selección brasileña].

-Creo que es muy importante, porque el país estaba históricamente acomplejado por no poder recibir iniciativas mundiales, por carecer de organización, estructura y credibilidad. Desde el punto de vista del imaginario del país, es algo positivo. Considero que Brasil tiene dinero para invertir en salud, educación y también en un Mundial. Es un país rico, somos la séptima economía del mundo. El problema es nuestra corrupción endémica, que hace que el dinero vaya desapareciendo al pasar de la reserva federal a los estados.

-¿A quién representan las manifestaciones que se generan en el contexto del Mundial?

-Las manifestaciones tienen dos vertientes. Primero, está la extrema izquierda, que de por sí está ideológicamente en contra de este tipo de iniciativas, y actúa con oportunismo al intentar desestabilizar al gobierno federal mediante la crítica al Mundial. Pero los propios problemas de salud y educación denunciados no tienen que ver con el torneo: existieron antes y continuarán existiendo. Por ejemplo, el gobierno federal invierte mucho en educación superior. Sin embargo, nuestra Constitución determina que la educación básica es responsabilidad de los estados y municipios. La ausencia de cultura política del ciudadano brasileño le impide saberlo. Entonces se culpa a Dilma, cuando en realidad el gobierno federal tiene planes de federalizar la educación básica para poder aumentar su nivel. La otra vertiente es la de extrema derecha, que es la que más asusta, porque dispone de los medios de comunicación masivos.

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