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Luis Torres Acuña. Foto: Santiago Mazzarovich

Experto chileno critica que las universidades sean “empresas” que formen para “acumular capital”

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Historia de Arcis. La épica de un sujeto es el nombre del último libro del periodista y docente chileno Luis Torres Acuña, que visitó Montevideo para presentarlo en la Facultad de Ciencias Sociales. Torres fue el fundador y rector, durante 22 años, de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales (Arcis), una institución que él define como “muy loca, muy espectacular”, que logró funcionar pese a los controles de la dictadura de Augusto Pinochet. Por su trayectoria, Torres se ha convertido en un experto en educación y aboga por reducir la influencia del neoliberalismo en las universidades y recuperarlas como instituciones autónomas, incluso del mercado.

Su libro cuenta la historia de la Universidad de Arcis. ¿Cómo surgió esa iniciativa?

-Estudié en la Universidad Católica de Santiago y después pasé a ser profesor. Fue un proceso que se dio mientras empezaba el gobierno de Salvador Allende (1970-1973), hasta que fui exonerado [por la dictadura de Pinochet]: tengo prontuario académico, a mucha honra. Con un grupo de amigos empezamos a conversar qué íbamos a hacer, porque estábamos sin trabajo y sin posibilidades. En 1982 fundamos el Instituto Superior de Ciencias Humanas, Comunicación y Diseño, que no podía ser una universidad porque habíamos sido vetados y las universidades debían ser aprobadas por el régimen. Lo de los institutos era un tema más técnico; entre ser legales o ilegales decidimos ser alegales: no solicitamos la aprobación, simplemente nos inscribimos en algunos municipios. La universidad tenía varios componentes particulares: era una comunidad de trabajo, no tenía propietarios, era formalmente privada pero todos éramos asalariados, y era democrática, las autoridades se elegían democráticamente. Además, aunque la Ley Orgánica que creó Pinochet no lo permitía, había participación estudiantil en las decisiones de la universidad.

Usted ha destacado esa participación estudiantil en distintas instancias.

-Hay que pensar que la Universidad de Bolonia, la primera que se creó, la formaron estudiantes. Con la aparición de la universidad como institución se produjo un fenómeno muy particular: surge la figura del estudiante, la de gente que en un ciclo de su vida se dedica a estudiar y a interactuar con maestros. Ese diálogo entre estudiantes y maestros fue el que fundó la universidad, y nos parecía que correspondía que eso continuara en Arcis. Cuando tuvimos nuestros primeros edificios descubrí lo que era un templo, que una institución pueda tener un espacio sagrado donde está el ethos de lo que funda esa institución, que en este caso era la universidad. En los primeros años se hicieron tres claustros en los que surgieron propuestas que la rectoría debía sistematizar en políticas de futuro. Sería maravilloso que alguna universidad lo hiciera hoy en Chile, u otras cosas que se llevaron adelante en Arcis. Creo que hoy en día la universidad está muy en crisis producto del neoliberalismo. Uno de los rasgos constitutivos de la sociedad latinoamericana es que es muy centralista, característica que se refuerza con el centralismo que genera el propio neoliberalismo.

¿Cómo es eso?

-Lo que hace el neoliberalismo es acumular capital, y a eso le llaman desarrollo: donde existen espacios en los que se puede generar acumulación de capital vía negocio, se hace. Se privatiza la educación porque allí se puede instalar un patrón de acumulación de capital. Los derechos humanos están sometidos a lo mismo, entonces la educación, en lugar de ser un derecho, es un mercado. Ese quiebre es el que se produce en Chile al pasar desde lo que proponía Allende al neoliberalismo instalado por la dictadura. A esto se suma el centralismo. En América Latina la universidad está en la capital y todos tienen que ir hacia allí. En las regiones [del interior de Chile] hay 6.000 jóvenes que egresan todos los años de la educación media; entre 400 y 600 de ellos tienen puntaje [en las pruebas de admisión] como para ingresar a la universidad y se van del territorio. La producción intelectual migra y es una pérdida; si yo creo una universidad regional, redefino la posibilidad de desarrollo de los territorios. Nuestra idea fue crear sedes regionales pero no en capitales, sino en pueblos pequeños.

¿Qué procesos se dieron allí?

-Creamos una sede en Portezuelo, que está cerca de Chillán, que es una ciudad importante, y eso fue muy fuerte para nosotros. Los estudiantes llegaban a caballo o a pie, pero también venían en autos Mercedes Benz desde Chillán, había un descentramiento. Creo que la forma de atacar al neoliberalismo es buscar dislocaciones, ver cómo se puede salir del patrón de acumulación, como encuentro otra forma de instalarme ante este fenómeno. La universidad todavía está por hacerse [en Chile], tenemos que salirnos del mercado, del esquema en el que el estudiante es cliente, a la universidad le preocupa la rentabilidad, la carrera que no rentabiliza se elimina, se negocian los precios y los salarios porque el problema es la acumulación de capital… Se trata de empresas que forman a gente para que aprenda a acumular capital y no para que piense cómo estamos o qué hacemos para la humanidad. Los tres problemas más grandes de la humanidad -el calentamiento global, la carrera armamentista y la masificación de la población y, por lo tanto, de la pobreza- no pueden no estar agendados en las universidades. Una de las claves de la universidad es la autonomía, pero históricamente ha estado limitada, al principio por el Vaticano, después por el Estado y ahora por el mercado.

¿Por qué escribir un libro sobre este proceso? ¿Qué busca recuperar en él?

-Con el libro intento contar la historia, porque creo que es algo lindo de compartir y que es importante compartir estas experiencias, pero también en función de otra sociedad. También quiero recuperar aquello que fundó Arcis, que después entró en crisis. Había profesores que tenían nostalgia del asalto al Palacio de Invierno y de la Toma de la Bastilla y querían hacer una revolución dentro de Arcis; eso se incubó también en los estudiantes. Hay que pensar que en la sociedad chilena hay heridas de la dictadura que todavía no han sanado, y había una desconfianza muy radical hacia la autoridad. De hecho, a mí me daba la sensación de que había profesores a los que les ofrecíamos trabajo y al poco tiempo consideraban que yo era su Pinochet. Se produjo un desborde, se rompió la estructura institucional sin debate y se desataron los intereses personales. Yo fui rector durante 22 años, fui reelecto todas las veces que fue necesario, pero evalué la situación y renuncié. Hoy en día, Arcis está en una crisis.

¿Las reformas del gobierno de Michelle Bachelet son un intento muy tibio de aliviar esa presión del neoliberalismo sobre las universidades que usted mencionaba?

-La política hay que analizarla mirando las correlaciones de fuerzas. Creo que no se ha avanzado lo suficiente, pero el gobierno de Bachelet es el mejor que ha tenido Chile hasta ahora. Ella hizo una lista de las cosas que quería hacer y empezó a negociar en una doble correlación de fuerzas: por un lado, con la derecha, que está a favor de seguir alimentando el neoliberalismo y de inhibir las reformas y los cambios; por otro lado, con la presión de la estructura política, que está regida también por el capital. Para ser senador en Santiago es necesario haber hecho una inversión publicitaria de seis millones de dólares, y ese dinero no sale de la política.

La política financiada por el sector privado se ha convertido en un tema de debate en varios países de la región.

-Lo que está pasando en América Latina, y en particular en Chile, es que hay una mayor conciencia de que hay una articulación demasiado fuerte entre el poder económico y el político, y que eso tiene que separarse. Tiene que pasar a administrarse de otra manera, la política tiene que tener un margen de movilidad respecto del capital. Es absurdo que si una persona es competente no pueda llegar a un cargo porque no tiene capital o apoyo de los empresarios. En esto se ha trabajado, aunque no lo suficiente, porque la derecha no quiso. Bachelet ha tratado de avanzar dentro de una correlación de fuerzas que son muy poderosas, porque también en la Nueva Mayoría, la coalición que la apoya, hay de todo.

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