Para muchos estadounidenses, Donald Trump es la promesa de un nuevo sueño americano. Para otros es un charlatán que captó la atención de los medios sin un programa serio de gobierno.
A Trump lo apoyaron los jubilados de Florida, pero también los obreros del cinturón industrial de los Grandes Lagos que se sienten desplazados por la globalización y las transformaciones económicas de las últimas décadas. Por eso se pasó del voto demócrata al republicano en todo el rust belt (cinturón de óxido), salvo en Illinois. Esa vasta zona del noreste del país es la región de grandes ciudades como Filadelfia, Pittsburgh y Cleveland, pobladas por descendientes de obreros de las fábricas de vidrio, de las minas de carbón, las armadoras de autos y los altos hornos que forjaron la riqueza de la región, hasta el fin de los 70. A estos trabajadores se dirigió Donald Trump con la promesa de reindustrializar la zona y dar prioridad a los estadounidenses “puros” en el acceso a los empleos.
La paradoja es que los principales cambios en las reglas de la economía, que han favorecido al 20% más rico del país, han sido impulsados por el mismo Partido Republicano que él representó como candidato.
Así como parecen difíciles de cumplir anuncios como el de construir un muro a lo largo de la frontera con México, y pagado por este país, algo similar ocurre con su “programa” económico: una serie de propuestas inconexas e inconsistentes, destinadas a empatizar con la visión reaccionaria y defensiva de sus potenciales votantes.
En el plano fiscal, Trump dijo que llevaría adelante una masiva rebaja de impuestos. Al revisar sus miles de frases, se puede concluir que su idea es reducir las franjas del impuesto a la renta desde las siete actuales a tres, de 12%, 25% y 33%, y eliminar el Impuesto a las Sucesiones y el tributo sobre la renta para las personas de más bajos ingresos. De concretarse, la reforma impulsaría el consumo interno, algo que agradecen las cadenas de supermercados como Costco o Wal-Mart, que sufrieron el impacto negativo de la caída del nivel de actividad desde 2010.
Trump también había propuesto reducir el impuesto a la renta de las sociedades comerciales, de 35% a 15%, con el objetivo de evitar que se vayan del país hacia regiones con mano de obra más barata. También dijo que, mediante un pago previo de 10%, permitiría la repatriación del dinero colocado por inversionistas privados en paraísos fiscales, de manera de que los dividendos de las filiales de grandes empresas ubicadas en el extranjero lleguen nuevamente al país. Según la agencia de calificación Moody’s, las principales beneficiarias de estas medidas serán las grandes corporaciones que trasladaron sus actividades hacia afuera de Estados Unidos para aprovechar los menores costos, la menor regulación o la mayor productividad de la mano de obra en otros países.
New New Deal
El plan de inversión de Trump, que ronda los 500.000 millones de dólares, se centra, al más puro estilo keynesiano, en mejoras en la infraestructura. “Automóviles estadounidenses andarán por nuestras carreteras, aviones estadounidenses conectarán las ciudades y barcos estadounidenses patrullarán nuestros mares; el acero estadounidense levantará nuevos rascacielos”, dijo el millonario en agosto. Aun cuando el “gran, hermoso y poderoso muro” lo pague México, ¿es imaginable que exista financiamiento para un plan de este porte, considerando a la vez que se planea una masiva rebaja de impuestos? Por otra parte, con un desempleo a la baja (llegaba casi a 10% en 2010 y a 4,9% en junio de este año), un plan de inversiones tan grande puede generar condiciones para presiones inflacionarias.
El presidente electo no era el candidato de Wall Street, pero eso no va a impedir que Wall Street se transforme en uno de los grandes ganadores con las medidas de su programa. En su campaña Trump prometió que con él comenzaría una nueva era de desregulación a nivel financiero que se iniciaría con la anulación de la ley Dodd-Frank. La ley implementada por el presidente Barack Obama en 2010 instauró una supervisión más rigurosa del funcionamiento y las decisiones de inversión de la banca. Pero Trump también dijo durante la campaña que reinstauraría, al menos parcialmente, la ley Glass-Steagall, que busca separar las inversiones de riesgo de las actividades bancarias tradicionales como el crédito al consumo. Esta medida también era impulsada por el precandidato demócrata Bernie Sanders, pero como tantas otras medidas anunciadas por Trump, se desconocen más detalles sobre su implementación.
Las políticas proteccionistas anunciadas por Trump lo alejan de las tradiciones liberales de los republicanos y, curiosamente, lo acercan a las propuestas del demócrata Sanders. El millonario es contrario a acuerdos comerciales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con México y Canadá (Nafta) y el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP), que a su juicio son los responsables del desempleo en Estados Unidos. Durante la campaña fue duro con China y México, países a los que quiere imponer aranceles de 45% y 35%, respectivamente, para favorecer a los productores locales.
En materia energética, el programa de Donald Trump aboga por la independencia y autosuficiencia, y destacó en sus discursos la necesidad de sacar todo el rédito posible a los recursos naturales como los yacimientos de petróleo y gas y carbón, “amenazados” por las leyes de protección del medioambiente que estimulan las energías renovables.
A pesar de que el domingo admitió que algunas partes de la reforma sanitaria conocida como “Obamacare” le “gustan mucho” y no las suprimiría, Trump rechaza esta Ley de Asistencia Asequible. Con un Congreso de mayoría republicana, existe un amplio margen para revocarla, lo que podría generar una presión negativa sobre los operadores de hospitales, dado que en tal escenario estas compañías podrían experimentar un aumento en el número de pacientes sin seguro.
La decisión de subir (o bajar) las tasas de interés por parte de la Reserva Federal (Fed) siempre está llena de especulaciones. La llegada de Trump a la Casa Blanca agrega más ruido y el cambio se hace aun más difícil de anticipar. La próxima reunión del organismo está prevista para diciembre, y tendrá lugar en un marco de enorme volatilidad. La Fed, un organismo independiente cuyas decisiones no tienen por qué considerar el gusto o las preferencias del elenco que esté en la Casa Blanca, fue materia de debate durante la campaña. Por entonces Trump acusó a esa institución de estar politizada, y a su presidenta, Janet Yellen, de no querer subir las tasas por petición de Obama, en un intento de apoyar a los demócratas en las elecciones. El presidente electo ha sido crítico con la gestión de Yellen, pero no puede sacarla de la institución hasta el final de su mandato, en febrero de 2018, aunque sí puede nombrar gobernadores para llenar las tres vacantes que quedarán en la Fed en 2017 y de esta manera influir en las decisiones.
Otro tema delicado en el que Trump ha sido ambiguo es el del salario mínimo federal. Él era uno de los pocos republicanos que durante la campaña electoral primaria no dudaba de la utilidad de un salario mínimo federal, aunque no creía que la tasa actual, de 7,25 dólares la hora, debiera subir. Para Trump elevar el salario mínimo restaría “competitividad” a los empleados estadounidenses frente a los trabajadores de otros países, lo que haría más difícil conservar los puestos de trabajo en el país. Sin embargo, un aumento de este salario a un mínimo de 10,10 dólares la hora probablemente sacaría de la pobreza a casi un millón de estadounidenses.
Bancate este efecto
Se dijo que el triunfo de Trump era el escenario más temido por “el mercado”. Aunque es difícil de probar una aseveración tan categórica, sobre todo porque nadie define claramente qué entiende por la entelequia “mercado”, las cotizaciones de las empresas en las bolsas en Japón, luego las de Europa y después los mercados de futuros en Estados Unidos mostraron cierto “nerviosismo”. Sin embargo, con el paso de las horas ese “mercado” acomodó el ritmo cardíaco. Según indica la calificadora de riesgo Standard & Poor’s, el capital financiero parece haber concedido al presidente electo “el beneficio de la duda” y confía en que las fuertes instituciones estadounidenses “guíen” a la futura administración en sus primeros pasos.
Sin embargo, el principal riesgo lo tienen los países emergentes, especialmente México. La moneda de este país perdió 20% de su valor en las 48 horas siguientes al triunfo de Trump, lo que hizo saltar las alarmas en la segunda economía de América.
Luego del triunfo del republicano, se produjo una corrección en los activos de riesgo que puede determinar un cambio en los flujos de capitales que se volverían a direccionar hacia los emitidos en Estados Unidos. Los bonos del tesoro que “más sufrieron” fueron aquellos de mayor plazo en la región, en particular los de México, Brasil, Colombia y Argentina. Otro hecho asociado al cambio de gobierno fue el fortalecimiento del dólar respecto de las monedas de los países emergentes, lo que es lógico si los capitales se refugian en activos nominados en esa moneda. Además de la desvalorización del peso mexicano, entre el martes y el viernes de la semana pasada el real brasileño cayó 6,5% respecto del dólar y el peso colombiano, cerca de 4%.
El Instituto de Finanzas Internacionales, creado por la asociación de 38 bancos de los países industrializados, estima que unos 2.400 millones de dólares salieron la semana pasada de los fondos que invierten en acciones y bonos de los mercados emergentes, lo que podría comprometer el capital para el desarrollo de la infraestructura y el crédito bancario en los países en desarrollo.