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Bernie Sanders, aspirante a la candidatura presidencial demócrata, durante un discurso de campaña, el lunes, en Massachusetts (Estados Unidos). Foto: Cj Gunther, Efe

Él también tiene un sueño

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Las ideas de Sanders agudizan las contradicciones en el Partido Demócrata y desatan los miedos del establishment.

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Bernie Sanders nació en el seno de una familia judía en Brooklyn, Nueva York, en 1941. Fue miembro de la Liga Socialista de la Juventud activista del Movimiento por los Derechos Civiles para el Congreso de Igualdad Racial, y en 1963 participó en la Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad, en la que Martin Luther King pronunció su histórico discurso “Yo tengo un sueño”. En 1981 ganó como candidato independiente la alcaldía de Burlington, la ciudad más grande de Vermont, y en ese cargo fue reelecto tres veces. En 1990 fue elegido para representar al distrito mayor de Vermont en la Cámara de Representantes y desde 2006 es senador por ese estado.

Sin haber declarado ninguna filiación partidaria, compite en las elecciones presidenciales del Partido Demócrata porque, según explicó, si se presentara como candidato de un tercer partido, sus posibilidades de victoria serían nulas. Se declara defensor de las clases media y trabajadora de Estados Unidos, es partidario de la expansión de los beneficios sociales, del aumento del salario mínimo, y es explícito enemigo de las políticas que han favorecido a las multinacionales y a los grandes inversionistas.

Sus propuestas incluyen una fuerte dosis de proteccionismo, es contrario a la firma de nuevos tratados de libre comercio y de inversiones con otros países; más aun, preferiría dejar sin efecto los que ya existen. En eso no se diferencia demasiado de Donald Trump.

En sus actos de campaña suele recordar que Estados Unidos es el país más rico de la historia del mundo, pero dice que eso significa poco porque la mayor parte de esa riqueza es controlada por una pequeña porción de individuos. Por eso, destaca que hoy ese país es más desigual que en la década de 1920. Critica las políticas económicas practicadas desde los años 80, y dice que estuvieron y están guiadas por el “inverso del principio de Robin Hood”, es decir, sacarles a los más pobres para darles a los más ricos.

Para atacar la desigualdad, Sanders propone medidas impositivas que impidan a las grandes corporaciones “situar sus beneficios y trabajos fuera del país”, y afirma que si es electo presidente incrementará el salario mínimo de 7,25 a 15 dólares la hora en 2020. Asimismo, anuncia que pondrá en marcha un plan de inversión en infraestructura de un billón de dólares. Esta promesa impacta en la memoria colectiva del ciudadano medio como medida de corte keynesiano, asociada a las salidas de las crisis en el país. Según Sanders, este plan pondrá a 13.000.000 de trabajadores a construir carreteras, puentes, vías férreas, puertos y aeropuertos.

Pero también propone revertir tratados comerciales como el NAFTA -tratado de libre comercio con México y Canadá-, el CAFTA -con Centroamérica y República Dominicana- y el PNTR -tratado de comercio con China-, que a su juicio son los responsables de la caída de los salarios y de la pérdida de millones de puestos de trabajo en el país. “Si las corporaciones estadounidenses nos necesitan para que compremos sus productos, deben producirlos en este país y no en China o en otro país de bajos salarios”, dice un capítulo de la página web de su campaña (berniesanders.com).

Sin embargo, su proteccionismo no es la fuente principal de polémica en la campaña electoral, en la que todos practican una retórica antiapertura. Las propuestas de Sanders han recibido ataques desde las posiciones republicanas, que lo acusan de ser un socialista encubierto, de querer poner en práctica planes quinquenales como los de la Unión Soviética, de intentar pasar la propiedad privada de los medios de producción a manos del Estado y de malgastar recursos públicos en personas y actividades improductivas.

Puro viru viru

Pero algunas medidas que Sanders propone han recibido los ataques más furibundos desde las posiciones demócratas, en particular desde los economistas cercanos a los gobiernos de Barack Obama y Bill Clinton, que hoy apoyan la candidatura de la esposa de este último, Hillary Clinton.

Sanders propone que la educación terciaria quede libre del pago de matrícula en todo el país, para que el acceso no dependa del ingreso de las familias. Asimismo, asegura que se garantizará la atención de la salud como derecho ciudadano, a partir de un sistema de pago único, cobertura universal, sin pagos de tasas ni tickets. Sanders ha destacado el avance que significó el “Obamacare”, y dijo que el plan sanitario de Obama logró que más de 17.000.000 de personas accedieran a un seguro de salud por primera vez, pero defiende que éste sea sólo un primer paso para lograr la cobertura universal. La propuesta implica la creación de un plan administrado por el gobierno federal, de cobertura universal y de único pago, que abarque los cuidados en internación y policlínicas, acciones preventivas y en emergencias, y que incluya tratamientos oftalmológicos, mentales y de abuso de sustancias.

A mediados de febrero, cuando la interna demócrata era menos clara, cuatro economistas que ocuparon lugares como asesores de Barack Obama, Bill Clinton, o los dos, publicaron una carta abierta criticando un estudio de otro economista, Gerald Friedman, profesor de la Universidad Amherst, Massachusetts, que afirmaba que el plan de Sanders podría bajar el desempleo a 3,8%, incrementar los ingresos medios de las familias y llevar el crecimiento del Producto Interno Bruto a 5,3% anual. Esa carta abierta de Alan Krueger, Christina Romer, Austan Goolsbee y Laura D’Andrea Tyson, que fue retuiteada inmediatamente por Paul Krugman, afirmaba que con el estudio de Friedman se minaba la credibilidad de la agenda económica progresista y que la campaña de Sanders estaba cayendo en la “fantasía” y el “vudú”.

Semanas antes, Krugman había escrito en su columna de The New York Times que las posiciones de Sanders en varios temas eran “perturbadoras”, no sólo por ser políticamente poco realistas, sino por constituir “eslóganes fáciles”. El premio Nobel de 2008, que en su momento no dudó en recomendar a Grecia que abandonara el euro y que devaluara, ha dicho que las ideas de Sanders no pasan la prueba del realismo y que sus seguidores confunden idealismo con autocomplacencia.

Las críticas a Sanders provenientes del establishment demócrata se han agudizado a medida que avanza la campaña electoral y radican -además de en su supuesta inaplicabilidad- en su incapacidad de juntar los votos necesarios para ponerlas en marcha.

Shockeados por la infelicidad

Pero Sanders no sólo es apoyado por los pronósticos de Friedman en el campo de la economía dura. Thomas Piketty entró al debate y se puso de su lado en un texto lleno de entusiasmo. El 13 de febrero publicó en Le Monde un artículo titulado “El shock Sanders”, en el que sostiene que aunque éste pierda en las primarias con Clinton, “otro Sanders, probablemente más joven y menos blanco, pueda ganar la próxima presidencial de Estados Unidos y cambiar la cara del país”. Asegura: “Estamos asistiendo al final del ciclo político-ideológico abierto por la victoria de Ronald Reagan en las elecciones de noviembre de 1980”.

Piketty recuerda el ciclo que vivió Estados Unidos entre 1930 y 1970, marcado por una fuerte reducción de las desigualdades gracias a una política fiscal progresiva de altos impuestos a los salarios altos y a las herencias. En esa época también se estableció el salario mínimo de 11 dólares por hora, sin que por ello se comprometiera el crecimiento y subiera el desempleo. Para Piketty, el descontento de las elites financieras y del electorado blanco más conservador, sumado a la inflación y a la crisis del petróleo, trajeron a Reagan, que restauró los bajos salarios y que impuso políticas de reducción drástica de los impuestos a los ingresos más altos y a las herencias. Luego, según Piketty, ni Clinton ni Obama desafiaron este rumbo conservador que, como sostiene Sanders, trajo al país la explosión de la desigualdad.

En ese contexto que muestra el autor de El capital en el siglo XXI surge el “boom Sanders”, que muestra que muchos estadounidenses se cansaron de esa desigualdad y de la alternancia de partidos que no difieren demasiado en sus políticas económicas.

Más allá de las contradicciones en las ideas de Sanders, su irrupción agudizó las contradicciones en la interna demócrata. A partir del resentimiento que despiertan Wall Street o del miedo que genera la potencia comercial de China, Sanders ha logrado una amplia audiencia, cuya magnitud sorprende si se tiene en cuenta que no es apoyado por el aparato partidario ni cuenta con los recursos de Hillary Clinton.

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