La crisis de los refugiados en Europa parece haber alimentado el auge de la extrema derecha, un fenómeno que, en realidad, viene ganando adhesiones desde hace varios años. Las razones son varias y en algunos casos están entrelazadas. Estas formaciones ultraderechistas tienen un componente de xenofobia y una fuerte impronta nacionalista y euroescéptica, es decir que intentan desmarcarse de la Unión Europea (UE) y de todo lo que esta conlleva -la libre circulación de personas por sus fronteras, el euro y el hecho de que los estados cedan potestades nacionales en favor de un bloque regional-. Estos movimientos podrían haberse beneficiado de la desconfianza que generó la reacción de la UE ante la crisis migratoria -tanto por lo que hizo como por lo que no hizo-. En varios países, la oposición cuestionó la manera en que el bloque gestionó un problema en el que tiene responsabilidad.
A esto se suman los temores a una supuesta “islamización” de los países europeos (y los debates sobre la construcción de mezquitas, los rezos y cultos en las calles, el uso del velo islámico, entre otros), que para los nacionalistas pone en riesgo una identidad europea o nacional, y también se agregan problemas como la pérdida de empleos, en los que la mano de obra extranjera aparece en algunos discursos como la responsable.
Otros acontecimientos más puntuales probablemente contribuyeron a la xenofobia, como lo que pasó en fin de año en Alemania cuando cientos de hombres, entre los cuales había inmigrantes, robaron y acosaron sexualmente a casi un centenar de mujeres e incluso violaron a una de ellas. Todo esto sin olvidar el brote islamófobo que despertó la alarma jihadista en la región, con los atentados terroristas en París y Bruselas.
La otra gran causa que explica el auge de estos movimientos es la pérdida de prestigio de los partidos tradicionales, a los que culpan de la crisis económica y de los problemas sociales.
Europa de los europeos
En este contexto, la mayoría de los partidos que lograron irrumpir en los parlamentos lo hicieron gracias a su retórica antiinmigrante, antieuropea y antiausteridad. Uno de los ejemplos más claros de ascenso vertiginoso de la ultraderecha ocurrió hace más de dos semanas en Alemania, cuando el partido ultraconservador Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) salió reforzado de las elecciones regionales en tres estados federados. Con Frauke Petry a la cabeza, el AfD se postuló como la opción nacionalista y opuesta a la canciller Angela Merkel, principalmente en la cuestión migratoria. El partido mantiene estrechos vínculos con el grupo islamófobo Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) -que en dos años de existencia logró aglomerar a muchos simpatizantes-, y su dirigente llegó a aconsejar a las mujeres que tuvieran tres hijos para asegurar la permanencia de “lo alemán” en el futuro y a sugerir que la Policía debería usar armas de fuego, como último recurso, para proteger las fronteras de Alemania de los inmigrantes. Al parecer, ese discurso le funcionó.
En diciembre, el partido francés de extrema derecha Frente Nacional (FN), liderado por Marine Le Pen, triunfó en la primera vuelta de las elecciones regionales, dejando atrás al gobernante Partido Socialista y al derechista Los Republicanos. Aunque el FN finalmente perdió muchos territorios en la segunda vuelta, quedó el antecedente de una victoria, algo que causó preocupación en el resto del espectro político, al tratarse de una formación fundada por el mismo Jean-Marie Le Pen, que alguna vez sugirió que el “señor Ébola” podría solucionar el problema de la inmigración en Europa en “tres meses” o que consideró las cámaras de gas nazis “un pequeño detalle” de la historia. Las encuestas indican que el partido de Le Pen está ganando respaldo de cara a las elecciones presidenciales de 2017.
En Suiza, en las elecciones legislativas de octubre, el Partido Popular, que se describe como “nacional y conservador”, se convirtió en la fuerza más votada tras pedir durante la campaña un endurecimiento respecto del derecho de asilo, el rechazo a la UE y propuestas más coloridas como el regreso al “rol tradicional” de la mujer, que a su entender debe ser relegada a las tareas de la casa.
Para 2017 también están previstas las elecciones en Holanda, y las encuestas ya apuntan a que el más votado podría ser el Partido por la Libertad, dirigido por el antimusulmán Geert Wilders, que incluye entre sus promesas de campaña la prohibición del Corán y del uso del velo islámico, “deportar a los fundamentalistas islámicos” y cerrar mezquitas y escuelas islámicas. Una vez, el dirigente dijo ante el Parlamento holandés: “El islam es el caballo de Troya en Europa. Si no detenemos la islamización ahora, Eurabia y Holanrabia serán sólo cuestión de tiempo”.
La culpa de los otros
Otra formación que tomó impulso, a lo largo de los últimos ocho años, fue el Partido de la Libertad de Austria. En las elecciones municipales de octubre, esta organización política que lidera Heinz-Christian Strache se convirtió en la segunda fuerza en Viena, y las encuestas nacionales le dan un respaldo de 33%, casi diez puntos más que el apoyo a cada uno de los dos partidos que forman gobierno.
En las elecciones legislativas de 2013, Strache eligió como lema: “Si hay inmigrantes procedentes de Turquía que se quejan de que hay una cruz colgada en el aula de la escuela, entonces yo les digo: ‘vuelvan a casa’”. Aunque su partido se opone radicalmente a la inmigración de los musulmanes y cree que Austria no debe aceptar más inmigrantes -de ningún origen-, Strache dice que no es un racista, porque “come kebabs”.
Eslovaquia también es terreno fértil para el crecimiento de movimientos ultranacionalistas. Allí, la ultraderecha obtuvo tanta fuerza que logró frenar al Partido Socialdemócrata del primer ministro Robert Fico, que contaba con la mayoría en el Parlamento. En las elecciones parlamentarias del 5 de marzo, el Partido Popular Nuestra Eslovaquia entró por primera vez al Parlamento al obtener 14 escaños, en un total de 150.
La peculiaridad de esta formación de extrema derecha es que surgió de un grupo neonazi que llegó a ser ilegalizado. Las consignas racistas e islamófobas de este partido tuvieron un fuerte impacto electoral después de una campaña que tenía como lema “Eslovaquia no es África”, en rechazo a la acogida de inmigrantes en el país.
La irrupción de este partido hizo que la agenda política de Eslovaquia rotara hacia la derecha, algo que incluso se vio reflejado en el endurecimiento de la retórica de la socialdemocracia contra los refugiados. El Partido Popular Nuestra Eslovaquia, que se convirtió en la quinta fuerza del país, está dirigido por Marian Kotleba, un ex maestro que fue detenido e investigado varias veces por sus declaraciones extremistas, dirigidas en particular contra la minoría gitana, y que hoy ocupa el cargo de gobernador en la región de Banská Bystrica, en el centro del país.
En Dinamarca, el Partido Popular es la segunda fuerza política en el Parlamento desde las elecciones de junio de 2015. Esta formación, que exige detener por completo la llegada de refugiados, obtuvo 21,1% de los votos. Desde entonces, el país endureció la ley de asilo.
Suecia, por su parte, es uno de los principales destinos de los refugiados sirios que logran atravesar el Mediterráneo, lo que lo convierte en otro importante foco del avance de los ultraderechistas que se oponen a lo que ven como una “invasión”. El Partido Demócrata Sueco duplicó sus resultados en las elecciones legislativas de 2014 tras una campaña basada en la propuesta de limitar la inmigración en 90%.
A unos meses de las elecciones regionales, este partido se coloca, con una intención de voto de 25%, por encima de los gobernantes socialdemócratas (23%) y de la derecha (21%). El Partido Demócrata actualmente se considera el “único partido de la oposición” y culpa a la política migratoria “aperturista” de los socialdemócratas por el aumento de asesinatos y vandalismo en el país, según informó el diario español Público.
Brotes a la interna
En otros países europeos, lo que impulsó el ascenso de los ultranacionalismos no fue tanto la situación coyuntural de Europa, sino, más bien, las cuestiones internas. En Grecia, el partido neonazi Amanecer Dorado logró establecerse como la tercera fuerza política en las elecciones legislativas de enero de 2015, cuando obtuvo 7% de los votos, beneficiado por la crisis económica y política del país.
Unos años antes, los miembros de este partido -los que no están en prisión por ser acusados de pertenecer a una organización criminal- se habían presentado a las elecciones bajo el lema “Para que podamos librar a este país de la inmundicia”. El partido literalmente abandonó las botas militares y las pintadas en mezquitas, sinagogas y cementerios por el asiento en el Parlamento. La política migratoria de la UE, que afecta directamente al territorio griego, podría darle más impulso de cara a las próximas elecciones.
En el caso de Hungría, la ultraderecha ganó simpatías por el componente religioso y la discriminación a las minorías gitana y judía. En las últimas elecciones húngaras, en 2014, el partido de extrema derecha Movimiento por una Hungría Mejor quedó en la tercera posición con 20% de los votos y 23 escaños en un Parlamento de 199.
Los miembros de esta formación -que se autodefine como “radical, conservadora, cristiana y patriota”, en defensa de “los valores e intereses húngaros dentro de sus fronteras”- llegaron a pedirles a los judíos que viven en el país que firmen un registro especial, para poder identificarlos “sobre todo en el Parlamento de Hungría y el gobierno húngaro”, por representar “un riesgo para la seguridad nacional”, según aseguró el líder del partido, Márton Gyöngyösi. El partido, que muchos definen como fascista y que cuenta con su propia organización paramilitar denominada Guardia Húngara, propuso hace unos años crear campos de reclusión para los gitanos.