–¿Cuáles son las funciones del ISAGS?
-El instituto es la sección especializada de la Unasur para el asesoramiento a los gobiernos en políticas de salud. Entre otras cosas, organizamos actividades de la Red de Institutos Nacionales de Cáncer, que busca que en Sudamérica no existan más muertes por cáncer de cuello de útero. Hay unas 20.000 muertes por año en América del Sur, una cifra que podría disminuirse unas 20 veces. Se sabe cómo prevenirlo, hay estudios para detectarlo en una etapa muy temprana, y vacunas.
–¿Qué es lo que falta implementar?
-El conjunto. Hay huecos por los que se escapan las cosas: o el diagnóstico no se hace porque la gente no sabe que necesita hacérselo o, una vez diagnosticada, la paciente no tiene acceso al tratamiento porque no se lo brinda el sistema de salud… Es una de las enfermedades que muestran cómo los sistemas de salud permiten que situaciones que podrían resolverse terminan en una muerte.
–¿Son muy distintos los sistemas de salud de los distintos países de América del Sur?
-Sí, los sistemas de salud son distintos y hay diferencias en muchas áreas, porque también los países son muy diferentes. Hay lugares en donde la gente vive en zonas de difícil llegada, con diferencias culturales, etcétera.
–Es posible imaginarse que este tipo de iniciativas o campañas, como la del cáncer de cuello de útero, dependen mucho de la voluntad política de cada gobierno.
-Dependen de la voluntad política y también de que todas las partes del sistema presten atención. A veces, no requiere sólo voluntad política del presidente o del ministro, también implica que los servicios de policlínica estén atentos al problema o que las escuelas ayuden educando. En el marco de la lucha para evitar las muertes por cáncer de cuello de útero también se está buscando que los países se ayuden entre sí. Por ejemplo, queremos hacer un banco de imágenes de exámenes de Papanicolaou, para que los técnicos puedan aprender a encontrar las situaciones problemáticas en la computadora, así como un sistema de supervisión de diagnósticos entre especialistas de distintos países.
–Hace unos años hubo una iniciativa para que la Unasur implementara un sistema que facilitara el acceso a medicamentos. ¿En qué quedó esa propuesta?
-Actualmente se está haciendo un mapa de la producción de medicamentos, tanto de genéricos como de bioproductos, que son los medicamentos de segunda o tercera generación y su producción es más complicada, porque pueden tener patentes. De esta manera vamos a saber qué y cuántos medicamentos puede producir cada país y cómo podría ser un intercambio sistemático de este tipo. La ventaja no es que sea más barato, porque puede no serlo, sino tener la garantía de que es posible conseguir medicamentos que a ninguna compañía privada le interesaría mucho producir. Por ejemplo, hay muchas personas que tienen la enfermedad de Chagas, pero son muy pobres y no van a comprar el medicamento. Entonces los laboratorios grandes no se interesan en producirlo. Para otras cosas se depende mucho de un solo productor en el mundo. Sería mejor tener dos o tres, y alguno de ellos en la región. Otra medida que se ha adoptado en este sentido es la de compartir las leyes al respecto y los precios de compra de los distintos medicamentos, para acceder a la mejor oferta.
–En América del Sur hay desigualdad en el acceso a la salud en los distintos países, y también dentro de cada país. ¿Cómo se puede enfrentar esto?
-Es la región con más desigualdad en el mundo en el acceso a la salud: Uruguay es el país más igualitario, pero aun así es más desigual que muchos países europeos e incluso africanos. A esto se suma que en la región los sistemas de salud suelen ser más igualitarios que el país. Esto genera un problema. A veces las estructuras del país presionan para que el sistema de salud sea tan desigual como el país, por ejemplo, al rechazar que las contribuciones sean proporcionales a los ingresos de cada persona… En todos los países se ve eso, el sistema de salud y la sociedad siempre están en tensión: uno quiere mejorar la desigualdad y el otro no.
–Sin entrar en el ámbito político partidario, es lo que pasa en Uruguay con el Fondo Nacional de Salud.
-Claro, hay mucha gente que te dice: “No, yo pago lo mío y el otro que se arregle”. El ISAGS tiene el mandato de promover sistemas de salud más universales, que lleguen a todo el mundo, y más igualitarios. Esa es una decisión de todos los ministros de salud de la región. Lo que queremos hacer en esta etapa es que los sistemas de salud de todos los países vigilen que no se les quite presupuesto. En América del Sur hay tres fuentes de financiamiento: el Estado y los particulares, mediante lo que se les retiene del salario y lo que gastan cuando pagan una mutualista. Desde el punto de vista de la igualdad, lo mejor es un fuerte peso del Estado -como en Europa, donde 70% o 75% del financiamiento de los sistemas de salud proviene de fondos públicos-, porque es el que permite mejorar la igualdad.
–¿Cómo es esa proporción en la región?
-En Uruguay el aporte del Estado es de 60%, está bastante bien, pero en el resto de América Latina es de menos de 50%.
–¿Qué medidas impulsa el ISAGS para mejorar esa situación?
-Queremos crear un observatorio y determinar indicadores para monitorear la situación, tanto en atención como en financiamiento. Si se reduce el presupuesto público para la salud van a pasar cosas graves, como el aumento de las epidemias y la disminución de la expectativa de vida.
–Algunos especialistas dicen que las enfermedades más frecuentes en América Latina se deben al estilo de vida. ¿Cómo se trabaja en este aspecto?
-Lo que pasa es que decir “estilo de vida” es una forma de hacer referencia a la determinación social de la enfermedad. Es una expresión que se usa para asignar la culpa a las personas, pero las decisiones individuales se toman condicionadas por determinantes sociales. Por ejemplo, la epidemia del tabaquismo no se bajó porque las personas de repente fueran conscientes, sino porque no se puede fumar en lugares públicos ni cerrados, porque se prohibió la publicidad, etcétera. Una política pública puede cambiar determinantes sociales. No se trata sólo del estilo de vida, sino de las condiciones en las que vive la persona.
–¿Se puede hablar también de costumbres transmitidas de una generación a otra? Por ejemplo, prácticas de alimentación.
-Está probado que hay varias enfermedades o condiciones que funcionan como infecciones, como la obesidad, que se transmite no sólo de padres a hijos, sino también de otras formas. Hay cosas más fuertes, como el cáncer de cuello uterino, que es una enfermedad muy diferente en los distintos grupos sociales, porque tiene condiciones de transmisión sexual, pero también se vincula con la educación sexual, con la capacidad de la mujer para decidir cómo y de qué forma tiene un compañero, de acceder a un servicio de salud, a los estudios, al tratamiento. El cáncer de cuello uterino es también una enfermedad muy vinculada con la estructura social y con los condicionamientos sociales.
–¿Los cambios de signo político en los gobiernos de Argentina y Brasil implicaron algún cambio para el ISAGS?
-No, el instituto trabaja con los gobiernos y tiene directivas generales, como promover sistemas de salud más universales y equitativos. Espero que todos los gobiernos entiendan que esto pasó a ser un derecho de la gente, por lo tanto, hay que respetarlo, más allá del signo político. En América del Sur hay más políticas de Estado que de gobierno en salud, y también son exigencias de la sociedad. Hoy todos los países tienen un sistema nacional de salud y se organizaron para darles derechos a todos con los recursos de los que disponen. Pero no les dan todos los derechos a todos, y extender esos derechos es el proceso que hay que ir haciendo en los próximos años.