Para entender lo que sucede en Yemen es importante, en primer lugar, ubicarlo en la región. En términos estrictamente geográficos, Yemen limita al norte con Arabia Saudita y al este con Omán. En tanto, sus costas se vuelcan al sur sobre el Golfo de Adén, y al oeste sobre el Mar Rojo. Yemen forma parte de la denominada Península Arábiga, que abarca siete países. Si se compara con sus seis vecinos, tiene la particularidad de que es la única república. Es el único país de la región que está gobernado por un presidente, en una porción del mundo en la que abundan los reyes y los emires. Esto, sin embargo, no significa que tenga un historial ejemplar en materia de democracia y libertades, como podría pensarse. Su historia está marcada por sucesivas guerras civiles y golpes de Estado, conflictos que tienen orígenes históricos y que siguen repercutiendo en una sociedad fragmentada que sigue sin encontrar la paz.
En la actualidad, Yemen es escenario de un conflicto interno que empezó en marzo de 2015 y que no mermó a pesar de los acuerdos firmados y la mediación extranjera. Los bandos que se enfrentan por el control del país son las fuerzas leales al presidente Hadi –que cuentan con el apoyo de la coalición sunita liderada por Arabia Saudita– y las fuerzas que apoyan al ex mandatario Saleh –respaldadas por los hutíes, que son milicias chiitas, e Irán–. La mayoría de los integrantes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoce sólo al gobierno de Hadi, que controla territorios en el centro y el este del país y que tuvo que trasladar su capital a Adén, al sur, ya que los hutíes tomaron el control de Saná, la capital oficial ubicada en el noroeste.
Arabia Saudita intervino, justamente, para combatir a los hutíes, que tienen el respaldo del gobierno iraní, su mayor enemigo en la región. Varias organizaciones internacionales aseguran que la participación de este país, por medio de sucesivos bombardeos, agravó la situación y provocó el mayor número de víctimas.
Una de esas acusaciones provino de Amnistía Internacional, que en un informe denunció que se cometían “crímenes de guerra” contra la población civil de Yemen, y entre los responsables de esos crímenes incluyó a las fuerzas leales a Hadi. Para sustentar su investigación, la organización presentó evidencias de ocho ataques aéreos en los que ambos bandos utilizaron morteros y artillería, así como plataformas que lanzan decenas de misiles a la vez, todas armas consideradas “imprecisas” y que no permiten discriminar objetivos en zonas altamente pobladas. También acusó a la coalición de bombardear indiscriminadamente hospitales y “otras estructuras de carácter civil”. Por todo eso, pidió al Comité de Derechos Humanos de la ONU la creación de una comisión independiente para investigar estos hechos.
Se estima que, desde el comienzo de la guerra civil, más de 4.000 personas murieron y cerca de 9.000 resultaron heridas, según informó el Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU cuando se cumplieron dos años de conflicto. En el mismo período, 6.000 yemeníes más murieron a causa de enfermedades y hambre. El organismo de la ONU agregó que la mayoría de los afectados son civiles.
A fines de mayo, el último intento de la ONU de mediar entre los hutíes y el gobierno de Hadi fracasó. Su enviado especial para Yemen, Ismail Uld Sheij Ahmed, aterrizó en Saná con el objetivo de reanudar las negociaciones de paz entre las dos partes. Sin embargo, se fue con las manos vacías después de que los hutíes rechazaran la invitación para reunirse con él, como forma de protesta por “el encubrimiento de la ONU a los crímenes” de la coalición militar liderada por Arabia Saudita, según dijeron en un comunicado.
La otra cara de la guerra es la catástrofe humanitaria que causó. Desde el inicio de la intervención saudí, se estima que 19 millones de personas –de un total de 26 millones que viven en el país– dependen de la ayuda extranjera para sobrevivir. De ellas, más de siete millones corren el riesgo de morir de desnutrición, según la ONU, que ya advirtió que tiene dificultades para financiar su programa de ayuda. El director de la oficina humanitaria de esta organización en Yemen, Jamie McGoldrick, recordó en mayo que la guerra, además, desplazó a tres millones de yemeníes y obligó a otros 200.000 a buscar refugio fuera del país.
Al enfrentamiento entre los dos bandos se suma la actividad de grupos yihadistas como Estado Islámico y Al Qaeda en la Península Arábiga, que han cometido atentados especialmente contra los hutíes y los seguidores de Saleh.
Nada los une
Otro conflicto tiene lugar en este Yemen en plena guerra, y es el que tiene como protagonistas a los separatistas del sur, que no se sienten representados por las instituciones del norte y buscan la independencia. El reclamo de este movimiento, que hasta hace unas pocas semanas respaldaba formalmente a Hadi en el conflicto civil, no es nuevo. Sin embargo, se reavivó el 4 de mayo, cuando el presidente yemení destituyó al gobernador de Adén, Aydaroos al Zubaidi, por apoyar a los separatistas. Ese día, miles de personas se reunieron en esa ciudad –que los separatistas reclaman como su capital– para manifestar su respaldo a Al Zubaidi, a quien eligieron como su nuevo líder.
Una semana después, militares y líderes políticos del sur de Yemen liderados por Al Zubaidi anunciaron la formación de un nuevo consejo encargado de buscar la secesión del país. El ex gobernador de Adén aseguró en esa ocasión, en un discurso televisado, que la “dirección política nacional” bajo su mandato administraría y representaría al sur, una región que cuenta con la mayoría de los depósitos de petróleo del país. Los sureños afirman que, además de las diferencias culturales e ideológicas que existen, las autoridades del norte explotaron sus recursos y les quitaron puestos de trabajo.
Al Zubaidi lo explicó en una entrevista concedida a principios de año, cuando todavía era gobernador. “Hay una brecha entre el norte y el sur de Yemen. Nuestra historia reciente y nuestra cultura son distintas. Estuvimos 129 años bajo la colonización británica y eso marcó su impronta. En el norte aún perdura el sistema tribal, y la colonización turca no dejó instituciones”, dijo, para justificar la búsqueda de la independencia. “La crisis de Yemen no va a resolverse si no alcanzamos la autodeterminación. Tiene que haber un referéndum, la gente del sur tiene que poder elegir”, agregó. También reconoció que el contexto internacional no es favorable a la partición de Yemen –el primero en oponerse es Arabia Saudita– y que el sur carece de instituciones e infraestructuras básicas. Por eso, insistió en que necesitarán el apoyo de otros países. “Todo lo que necesitamos es que se cumplan los principios de la ONU, en los que se establece que toda nación tiene derecho a la autodeterminación [...] Si se concede la autodeterminación al sur, se acaba con la guerra en el norte”, concluyó.
La voluntad del sur de separarse del norte tiene viejas raíces. De hecho, luego de independizarse de Reino Unido en 1967, la sureña República Democrática Popular de Yemen fue un país distinto al del norte, y se lo conocía como la República Árabe de Yemen. A pesar de las diferencias ideológicas y políticas casi irreconciliables, los dos países terminaron unificándose en 1990.
El país del norte, que surgió tras el colapso del Imperio Otomano, tenía una clara influencia cultural de sus colonizadores y tendencias liberales en lo económico. Además, fue uno de los fundadores de la Liga Árabe y, como tal, mantuvo vínculos amistosos con países como Arabia Saudita, Egipto, Siria y Líbano. En cambio, Yemen del Sur se proclamó socialista y estableció lazos con la Unión Soviética, la República Popular China, Cuba, la República Democrática Alemana, así como con las organizaciones militantes palestinas. Se convirtió así en el primer Estado socialista que existió en el mundo árabe. Para muchos, fue “la Cuba de Medio Oriente”.