La necesidad de “deconstruir” los conceptos, visiones y prejuicios sobre cómo viven las mujeres en los países árabes fue uno de los temas en los que se centró la politóloga argentina Carolina Bracco, especialista en cultura árabe y feminismos islámicos, en diálogo con la diaria. Bracco, que vivió cuatro años en Egipto y tuvo que volver cuando en 2011 se desataron las protestas contra el presidente Hosni Mubarak, visitó Uruguay para participar en las Jornadas de Debate Feminista, en las que habló especialmente de la situación de las mujeres palestinas.
–¿Cuáles son las particularidades del feminismo islámico?
–Es una lectura desde las particularidades del islam de lo que es el feminismo, que tiene que ver también con poder descolonizar este término. En este sentido, tiene bastantes similitudes y toma bastantes cosas del feminismo negro y del decolonial. Este último nos ayuda a descolonizar el feminismo occidental dándole una perspectiva más útil para las mujeres que creen que el islam no es solamente una religión, sino una cultura y una forma de vida.
–Para algunos, el concepto de “feminismo islámico” es una contradicción, porque sostienen que sólo puede existir feminismo si es laico. ¿Qué opina al respecto?
–Creo que el feminismo puede ser lo que cada una quiera. No creo que nadie tenga la potestad de decir qué es feminismo y qué no. Pienso que si las feministas islámicas se reivindican como feministas, ¿por qué no? No tenemos por qué estar de acuerdo con ellas. Está el feminismo negro, del que aprendimos un montón, y creo que del feminismo islámico también podemos aprender mucho, por más que no estemos de acuerdo. Tampoco creo necesario ponerle una etiqueta. Hay muchas mujeres que son feministas y no se autodenominan así. Me parece que son discusiones menores que no hacen más que obturar el diálogo entre las feministas y los movimientos.
–Actualmente, ¿en qué países árabes es más fuerte el movimiento feminista?
–Antes de responder, hace falta decir que en la región está bastante invisibilizado el tema de las mujeres, y por eso también me interesa trabajarlo. Pero no me interesa hacerlo diciendo “bueno, vamos a abordar el tema de las mujeres árabes, o de las mujeres palestinas, o de las mujeres libanesas”, como si fueran un objeto de estudio, sino para ver qué es lo que nosotras podemos aprender en diálogo con eso. Hay mucho ruido en el medio del diálogo entre mujeres latinoamericanas y mujeres árabes, y creo que fortalecer esos diálogos y esos puentes puede ser interesante para ellas y para nosotras. Dicho esto, respondo: hay mucho movimiento. Mucho más de lo que se suele creer. Por ejemplo, en Egipto hay un movimiento de mujeres histórico muy importante. Hay muchas mujeres haciendo cine y arte, por ejemplo, muchas que no se reivindican a sí mismas como “feministas” pero que lo son en su actuar diario. En Líbano también hay bastante movimiento, y en Palestina hay muchísimo. Muchas mujeres en Palestina se incorporan a la lucha feminista luego de pasar por las cárceles de la ocupación israelí. Con la figura de la detención administrativa, que se puede prolongar indefinidamente, la realidad es que no necesitan un motivo para llevarte presa. Es una ocupación, es violencia del Estado. Históricamente, las mujeres palestinas son las más combativas por la particular situación en la que están y la que tuvieron que vivir desde el comienzo del siglo XX, cuando empezó primero la colonización silenciosa de Palestina y luego el establecimiento del Estado de Israel. Ellas usaban mucho un recurso que consistía en anteponer su cuerpo para que no llevaran presos a sus hijos o a sus maridos, y después de la primera intifada, de 1987, directamente empezaron a encarcelarlas. En síntesis, creo que en los lugares donde hay más movimiento social en general, hay mujeres moviéndose, porque siempre está muy ligada una cosa a la otra.
–Usted vino justamente a Uruguay a hablar en particular de la situación de las mujeres palestinas.
–Sí. La situación de las mujeres en Palestina es particular porque están bajo dos opresiones: la del patriarcado y la de la ocupación militar israelí. Por un lado, está la resistencia de las mujeres en los campamentos de refugiados. Por el otro, también está la resistencia de las mujeres dentro de los territorios ocupados, Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. La situación de las mujeres que viven en Jerusalén Oriental es particular por lo que viven los ciudadanos. Las de Gaza también tienen características particulares, sobre todo desde que en 2007 tomó el poder [el movimiento islamista] Hamas. El otro tema, que es el que estoy investigando más en este último tiempo, tiene que ver con la población palestina en Israel. El 20% de la población israelí son palestinos y palestinas, y hay algunas investigaciones muy interesantes que tienen que ver con el tema de los femicidios en Israel. En lo único en lo que hay igualdad entre las israelíes y las palestinas es en el número de femicidios, lo cual es aterrador y macabro. Varias académicas y feministas palestinas en Israel están desarrollando muchos estudios en este sentido. Es un tema que me interesa mucho y que estoy abordando haciendo una comparación entre los feminismos israelíes y los palestinos. Crecieron muchísimo los femicidios en Israel –o Palestina histórica, como solemos llamarlo quienes apoyamos la causa palestina–. Hace unos años salió el libro La guerra contra las mujeres en Israel, que es el mismo título del libro de Rita Segato La guerra contra las mujeres, que tiene que ver con el hecho no de una guerra contra las mujeres, sino de la guerra que se disputa en el cuerpo de las mujeres. Me parece un abordaje muy interesante para pensar la situación de las palestinas.
–¿La situación de las palestinas es comparable con la de las mujeres de otros países árabes?
–Lamentablemente, su situación no es muy diferente a la situación de impacto de las mujeres árabes de la región, en cuanto a que su impulso está muy ligado a los movimientos nacionalistas y anticoloniales. El mundo árabe estuvo repartido entre Francia, Inglaterra e Italia desde que se terminó el Imperio Otomano, entonces [el movimiento feminista] nace muy ligado al movimiento nacionalista. Esto es un beneficio, porque las mujeres salen a reclamar derechos muy tempranamente en relación con lo que se vivió en el mundo occidental, pero al mismo tiempo en muchas ocasiones lo que pasa es que sus reclamos quedan relegados a los reclamos nacionalistas. Entonces tiene lugar un movimiento que a veces juega a favor de las mujeres y a veces juega en contra.
–Las mujeres en Siria también viven actualmente un momento particular.
–A partir de 2011 comenzó un movimiento civil en Siria, como empezó en la mayoría de los países –en Egipto, Argelia, Túnez–, y fue decantando en una guerra civil. Para el movimiento de mujeres lo que está pasando es muy interesante, porque están actuando las milicias kurdas, que no solamente están en Siria, pero allí están afincadas con más fuerza, y surgió un ejército árabe de mujeres. Es muy interesante, sobre todo, porque en todos los conflictos lo primero que se hace para conquistar un territorio es violar a las mujeres, mientras que acá surge una autodefensa contra esas violaciones y esa violencia que se desató y que no parece que vaya a cesar en el futuro próximo. Esas milicias armadas de mujeres luchan a la vez contra la forma de gobierno y contra el patriarcado, lo cual es muy particular en Medio Oriente. Tira por tierra lo de la construcción de la mujer árabe atrasada y sumisa.
–¿Cómo actúan los feminismos árabes e islámicos en países donde se aplica la sharia, que posiciona a la mujer en un lugar de inferioridad en el plano social, cultural, económico y político?
–Una feminista islámica te diría que el islam no pone a la mujer en un lugar inferior. El islam pone a la mujer en un lugar tan bajo como aquel en el que la pone el catolicismo o el judaísmo. O sea, son los hombres, es el patriarcado el que pone a la mujer en un nivel inferior. No es la religión per se. También hay una realidad que es que los países que ahora son más cerrados no siempre fueron así. Hay muchos países, como Egipto o Palestina, que con el fracaso de la modernidad viven una “islamización” de las poblaciones, alentados, entre otras cosas, por la revolución iraní, la crisis del petróleo de los años 70 y 80 y la pérdida de las guerras con Israel, que bajó muchísimo la moral de los países árabes desde 1967 en adelante. También tiene que ver con el traslado de los hombres a trabajar en la zona del Golfo Pérsico, que históricamente son países mucho más tradicionales, como Arabia Saudita, Catar, Emiratos Árabes. Cuando estos hombres vuelven a sus países de origen, vuelven con estas tradiciones más ligadas a la reclusión de la mujer. Porque también se va dando una situación de estatus: una mujer que se queda en su casa y no tiene que ir a trabajar tiene un estatus mayor que aquella que tiene que salir a trabajar, pero no siempre ha sido así. Yo creo que esta idea de la mujer árabe sumisa, recluida, en un lugar de inferioridad, y con todos estos prejuicios que nos llegan desde el norte, tiene que ver con construir esta mirada del árabe que es salvaje y es terrorista. Entra todo en la misma bolsa y hace que, por ejemplo nosotras, no podamos sentir empatía o cercanía con esas mujeres. Finalmente se logra lo que se quería lograr: instalar esa lejanía, esa política de deshumanizar a los árabes poniéndolos a todos como unos locos terroristas y misóginos, y haciéndonos creer que eso es algo propio e inmanente a su cultura o a su religión, cuando acá también nos están matando. Y nadie dice que los argentinos o los uruguayos son salvajes.
–¿Diría que la primavera árabe impulsó las luchas de las mujeres en la región?
–Sí, pero me parece que fue un paso adelante y dos atrás. Por ejemplo, en Egipto, históricamente hay un problema muy grande con el tema del acoso sexual en las calles. Cuando surgió la revuelta, de repente era un “nuevo Egipto” y las mujeres estaban junto a los hombres durmiendo en la plaza Tahrir, que era la plaza donde se concentraba la gente y donde no había este tipo de problemas de acoso o de violaciones. Pero de un día para el otro se volvió para atrás completamente. Cuando empezó a fracasar el movimiento, se dio un retroceso muy grande y empeoró mucho la situación para las mujeres. Sí es muy interesante, porque surgieron otras alternativas. En el caso de Egipto, surgieron una página web y una aplicación, el HarrassMap, donde vos podías marcar en un mapa dónde te habían acosado, qué te habían dicho. De ahí surgieron algunos elementos interesantes, y además los árabes son muy creativos, pero creo que se fue para atrás. Hoy por hoy, la situación en Egipto es mucho peor que antes, lo cual es desgarrador porque era una gran ilusión y murió muchísima gente. Egipto tiene un presidente nefasto, al frente de un país donde no hay ningún tipo de libertad, donde los 30 años de Mubarak parecen una primavera al lado de lo que está sucediendo hoy. Es un país en donde te pueden llevar preso y desaparecerte porque escribís algo en Facebook; hay muchísimos desaparecidos, las torturas en las cárceles son históricas y me imagino que ahora debe ser peor que antes. El presidente [Abdelfatah al Sisi] también hace cosas como regalar soberanía. Hace poco, le regaló unas islas a Arabia Saudita, por ejemplo. A todo esto se suma que la economía está devastada. En Yemen también es devastadora la situación humanitaria, como en Siria. El único país que más o menos salió bien parado de la primavera árabe fue Túnez, pero siempre fue un país distinto. Ya, en general, los países que fueron colonizados por Francia, como Marruecos y Argelia, tienen otra impronta. Ni mejor ni peor, pero distinta. En Túnez sí hubo una transición democrática, pero está en una situación más parecida a lo que es Turquía con [el presidente, Recep Tayyip] Erdogan, aunque no es árabe. Pero en Túnez sí se puede decir que hubo un cambio positivo. La comparación con Turquía es porque son países que tienen una impronta laica muy importante, donde hubo una política desde el Estado para lograr esa laicidad, y ahora parece que están yendo para el lado contrario. Entonces, volviendo a lo primero, podría decirse que Túnez es el país del mundo árabe en el que las mujeres están mejor paradas.
–¿Cuál diría que es el país árabe más rezagado en materia de derechos de las mujeres?
–Arabia Saudita, donde lamentablemente las mujeres no pueden ni manejar. Probablemente sea el país donde los derechos, no sólo las mujeres sino de todos los ciudadanos, están más relegados. Por ejemplo, podés vivir todo el tiempo que quieras si trabajás en el país pero no te dan nunca la nacionalidad, incluso si tenés hijos. Hace poco, Arabia Saudita sacó una legislación para tener la ciudadanía: te la dan si pagás mensualmente algo así como 3.000 dólares. Entonces la gente está huyendo despavorida porque nadie puede pagar ese monto. Es un país para la monarquía y para los ricos. En cuanto a las mujeres, en Arabia Saudita pueden educarse, pueden acceder a la salud, pero no pueden hacer prácticamente nada. Para viajar necesitan el permiso de un hombre, no importa si es su marido o su hijo. Entonces está bastante complicada la situación.
–¿Se puede hacer una comparación entre los movimientos feministas árabes y los latinoamericanos?
–Hay similitudes seguramente, pero creo que hay mucho desconocimiento de uno y otro lado. Me parece que a partir de esta impronta del feminismo más poscolonial y decolonial de América Latina se puede construir un paralelismo de más cercanía entre los movimientos. Aclaro que hablamos de muchos movimientos de un lado y de muchos movimientos del otro. Lo que tienen los feminismos árabes en general es que están ligados a la lucha anticolonial y a la lucha específicamente nacionalista, algo que acá en Latinoamérica no se da, excepto si pensamos en los feminismos de los movimientos aborígenes e indígenas. Lo que pasa es que son historias muy distintas, me parece quizá que compararlos es estirar demasiado los conceptos. Incluso la misma palabra “feminismo” no sería pensada igual por una árabe que por una latinoamericana, y depende de qué país árabe y qué país latinoamericano. Pero yo creo que si lo pensamos desde los feminismos más populares, más de base, sí, hay puntos en común. Esto con la precisión de que, en general, los movimientos feministas en los países árabes son más de elite, es decir, de las mujeres que se pueden permitir ser feministas, por decirlo de alguna manera. Empecé diciéndote que sí y ahora te digo que no, pero sí creo que pueden compararse desde la mirada decolonial. Tanto un movimiento como el otro están trabajando en esa clave, en estos últimos años, y creo que ahí sí hay un punto de encuentro.