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La integración social y política de América Latina tras una década de gobiernos progresistas

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Los ríos no son como venas de un cuerpo entero extendido, son líneas que empiezan y terminan en una frontera que separa idiosincrasias, imaginarios, banderas. Simón Bolívar ya lo intuía cuando en su Carta de Jamaica de 1815 expresaba su deseo de “formar en América la más grande Nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”, pero reflexionaba que en su época no era posible “porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América”.

El sueño de la “Patria Grande”, que resume el imaginario de unión de los países de América Latina, estuvo muy presente en los discursos presidenciales de la era de gobiernos progresistas. Y se tradujo en la instalación de numerosos mecanismos y esquemas de integración: la creación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) en 2004, la formación de la alianza Petrocaribe en 2005, la fundación del Banco del Sur en 2007, la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) en 2010, la constitución formal de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) en 2011. El tratado constitutivo de la Unasur mencionaba “la historia compartida y solidaria de nuestras naciones, multiétnicas, plurilingües y multiculturales, que han luchado por la emancipación y la unidad suramericana”, y pretendía “honrar el pensamiento de quienes forjaron nuestra independencia y libertad a favor de esa unión y la construcción de un futuro común”.

Hoy, más de una década después de aquellos primeros intentos, la integración “ha tocado fondo”. El historiador Gerardo Caetano elige esa imagen para ilustrar el momento “realmente crítico” que atraviesa el sueño esquivo de la Patria Grande.

La Unasur no funciona porque Venezuela veta sistemáticamente a los candidatos a la secretaría general, en un contexto de distanciamiento y disputas con sus otrora socios regionales, que comenzó con la asunción de los gobiernos de Mauricio Macri en Argentina y de Michel Temer en Brasil. El propio canciller uruguayo Rodolfo Nin Novoa admitió este estancamiento en su última comparecencia al Parlamento. Pese a que continúan las reuniones de los consejos de la Unasur sobre infraestructura y educación, entre otros, no hay cumbres presidenciales ni encuentros de cancilleres. Privada de su rol político, la Unasur ya no puede cumplir el papel que antes le cupo para aflojar las tensiones regionales, como lo hizo, por ejemplo, en ocasión de las disputas entre el ex presidente venezolano Hugo Chávez y su par colombiano Juan Manuel Santos.

La Celac se reunió por última vez a comienzos de este año, con una participación prácticamente nula de las cancillerías regionales, que enviaron jerarcas de segundo nivel. El Alba está afectado por la situación crítica en materia política y económica de Venezuela. La Organización de Estados Americanos (OEA) no está cumpliendo el rol de facilitar el diálogo entre los países de la región, y en cambio contribuye a la polarización.

El Mercosur, según dijo una fuente de la cancillería uruguaya a la diaria, ha dejado a un lado el concepto de integración social. “Es un hecho que ha habido un cambio por parte de Argentina, Brasil y Paraguay en el sentido de bajarle el nivel al Mercosur social”, aseguró el jerarca consultado. Agregó que esto “se nota claramente en las discusiones” y aseguró que Uruguay “ha luchado muy firmemente para evitar” esta situación. Puso como ejemplo que nuestro país solicitó que se prorrogara hasta fin de año el mandato de la única funcionaria de la Unidad de Apoyo a la Participación Social del Mercosur (UPS); “si fuera por los otros países, capaz que no le renovaban el contrato. Sólo Uruguay ha luchado para que no se desmorone y no se debilite [el Mercosur social], pero no es prioridad para los demás países, eso está claro”, afirmó la fuente.

Caetano evaluó que el Mercosur “se reorientó hacia un enfoque netamente comercialista” y tiene ahora como sus dos objetivos fundamentales la negociación de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y el acercamiento a la Alianza del Pacífico. En la cancillería uruguaya sostienen que hay un cambio notorio en cuanto al nuevo impulso que Brasil y Argentina le han dado a la agenda comercial externa del Mercosur, con un enfoque aperturista, y en esto sí existe sintonía.

Para Caetano, Uruguay actúa “con pragmatismo, sin visión estratégica y aceptando el giro comercialista duro del Mercosur”. “Uruguay asume que esa otra integración más profunda fracasó, y muchos actores están dudando fuertemente de la posibilidad de una unión aduanera como un instrumento efectivo. La reorientación comercialista del Mercosur para la política exterior de este gobierno es un giro bienvenido, las apuestas son las mismas que las de dos grandes vecinos gobernados por la derecha dura”, evalúa Caetano.

Al mismo tiempo, en la región surgen movimientos por fuera de la institucionalidad de la integración, como lo fue la reunión de cancilleres en Lima para cuestionar al gobierno de Venezuela. “Lo de Lima fue muy grave. Una coalición de países ad hoc que, trascendiendo todos los organismos, convocan simplemente por afinidad o selectividad en una línea”, remarcó Caetano. Valoró que la cancillería uruguaya estuvo “muy bien” en no firmar la declaración de Lima, porque si lo hubiera hecho, hubiera “desautorizado toda la institucionalidad de integración de América Latina”.

En este esquema complejo surge la amenaza explícita del presidente estadounidense, Donald Trump, de una intervención militar en Venezuela. Y “no hay ninguna institución de las clásicas de integración que hoy esté en condiciones de mediar mínimamente y de ser facilitadora de un acercamiento entre las partes”, advirtió Caetano. “Imaginate en este contexto de disgregación latinoamericana lo que significaría una invasión norteamericana; es muy grave”, acotó.

Las razones de los fracasos y estancamientos no son sencillas de determinar. “Más allá de la retórica integracionista de los gobiernos progresistas, y más allá de acuerdos que luego se incumplieron, [la integración] fracasó por incumplimiento de los gobiernos que decían sostenerla. Argentina incumplió absolutamente los acuerdos dentro del Mercosur. Brasil nunca terminó de asumir un rol de liderazgo que una y otra vez se le reclamó, el Alba se sostuvo en el petróleo venezolano, que luego implosionó, y una iniciativa estratégica como Petrocaribe hoy está contra las cuerdas”, enumeró Caetano. Y concluyó que se cometió “un error de base, que es creer que desde la afinidad ideológica se puede avanzar en una profundización de la integración”, sin abocarse a construir intereses comunes, sin construir aprendizajes para la resolución de conflictos, y sin elaborar proyectos estratégicos.

“Se han roto las cadenas; ya hemos sido libres, y nuestros enemigos pretenden de nuevo esclavizarnos. Por lo tanto, América combate con despecho; y rara vez la desesperación no ha arrastrado tras sí la victoria”, era el vaticinio optimista de Simón Bolívar en su Carta de Jamaica. Y después hubo victorias, pero también entonces primó la desunión.

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