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Juan Manuel Santos (c), presidente colombiano, planta un banano en una plantación de coca en el departamento de Antioquia, Colombia, en el marco de un plan del gobierno colombiano y las FARC para erradicar las plantaciones ilegales. Foto: Raúl Arboleda, AFP

Las negociaciones con las FARC modificaron el mapa político en Colombia

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Colombia tiene previstas dos elecciones para 2018, las legislativas de marzo y las presidenciales de mayo. Serán instancias definitorias no sólo para la conformación del Parlamento y el Poder Ejecutivo, sino también para la implementación de los acuerdos de paz firmados con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Esas negociaciones fueron el último de varios acontecimientos que en los últimos años alteraron casi completamente el panorama de partidos de Colombia. El primero fue la distancia que tomó el presidente Juan Manuel Santos con respecto a su antecesor, Álvaro Uribe.

Durante el siglo XX todos los presidentes de Colombia pertenecían al Partido Liberal o al Conservador. Este bipartidismo se transformó a comienzos del siglo XXI de la mano de Uribe, que dejó de lado su extensa trayectoria como integrante del Partido Liberal para ser candidato a la presidencia por un grupo fundado por él mismo: Primero Colombia. Durante los gobiernos de Uribe (2002-2010) varias agrupaciones políticas se escindieron del Partido Conservador y del Liberal para darle su respaldo al presidente, por ejemplo, en las votaciones en el Congreso. Así surgieron nuevas organizaciones, entre ellas Cambio Radical, que hoy es uno de los partidos consolidados en el panorama político colombiano.

Cuando Uribe quiso presentarse a la reelección, integrantes del Partido Liberal optaron por crear una nueva formación para apoyarlo, a tal punto que la denominaron Partido de la U: el propio Santos explicó que la “U” tenía un doble sentido, ya que refiere a la “unidad nacional” que se intentaba crear (el nombre completo de esta organización era Partido Social de Unidad Nacional) y además simbolizaba “el respaldo del partido a la obra de gobierno del presidente Uribe”.

Como Uribe no podía postularse a una nueva reelección en 2010, se hizo necesario buscarle un sustituto. La figura elegida fue Santos, su ex ministro de Defensa y hombre de confianza. Su candidatura generó nuevas aglomeraciones y divisiones de partidos, que se profundizaron cuando, en los primeros meses de su mandato, Santos empezó a tomar distancia de algunas de las políticas de Uribe hasta llegar al punto de comenzar las negociaciones de paz con las FARC, una guerrilla que el ex presidente se había concentrado en derrotar por las armas.

Al cierre de ese proceso, el referéndum para refrendar el acuerdo de paz, que tuvo a Uribe al frente de la campaña en contra de esa iniciativa, y los textos del acuerdo firmado –hubo un primer y un segundo documento– fueron nuevos elementos en torno a los cuales los partidos se reunieron o se dividieron. Las elecciones de 2018 son un nuevo motivo de alejamiento o reunión de sectores políticos, en un escenario en el que las instituciones son cada vez menos importantes y los candidatos ganan visibilidad.

En el actual escenario político colombiano, la línea divisoria ya no está entre la izquierda y la derecha, sino entre aquellos que respaldan el acuerdo de paz con las FARC y aquellos que no. La atomización de candidatos de uno y otro lado hacen que, a menos de un año de las elecciones, no se sepa claramente quiénes llegarán a las instancias finales y, mucho menos, cómo lo harán.

Las primeras encuestas, con decenas de candidatos a la presidencia, marcan el punto de partida del año electoral. Entre agosto y octubre los distintos partidos desarrollarán sus congresos y terminarán de definir sus posturas, entre ellos el partido de las FARC, que tendrá un lugar central cuando se estrene en las próximas elecciones. Después llegará una etapa de disputas y negociaciones, tanto dentro de los partidos como en la competencia entre las distintas formaciones.

La carrera presidencial colombiana tendrá dos etapas de definiciones. La primera será aquella en la que los candidatos podrían retirarse o ser vencidos en instancias internas de cada uno de los partidos, entre setiembre y diciembre. La segunda serán las elecciones legislativas de marzo, en las que se ponen a prueba los partidos, más que los candidatos. Aquellos que consigan pocas bancas seguramente se inclinen a negociar alianzas con otras organizaciones políticas. Estos dos filtros harán que a las elecciones lleguen pocos candidatos con posibilidades reales.

Los del No y el de Uribe

El candidato que elija el Centro Democrático, el partido de Uribe, tiene asegurada la posibilidad de competir en las presidenciales de mayo. Por el momento no hay un nombre sobre la mesa porque la prioridad la tenía el ex candidato Óscar Iván Zuluaga, pero él anunció que “aplazará” su decisión hasta que termine la investigación judicial sobre presuntas irregularidades en la pasada campaña.

Si Zuluaga se suma más adelante, deberá enfrentarse a varios precandidatos, cada uno de los cuales ha dedicado los últimos meses a demostrar que es más parecido a Uribe que los demás. El ex mandatario ha sorprendido a sus seguidores al dejar la contienda abierta y no anunciar su respaldo a nadie. Los nombres son: María del Rosario Guerra, Iván Duque, Carlos Holmes, Rafael Nieto y Paloma Valencia.

Otra sorpresa que dio el ex mandatario fue que el Centro Democrático aceptará establecer alianzas para las elecciones legislativas, aunque estas deberán respetar que Uribe ocupe el primer lugar en todas las listas. Los posibles aliados de Uribe son partidos políticos menores que, al igual que el suyo, rechazaron el acuerdo de paz con las FARC. Este tipo de acuerdos pueden permitirle a Uribe crecer en las regiones en las que el Centro Democrático está más debilitado y obtener una gran bancada, ya sea en el oficialismo como en la oposición. Otro eventual aliado es el Partido Conservador, que ya ha respaldado antes al ex presidente.

La salida de la contienda de Zuluaga, al menos temporalmente, el hecho de que ninguno de los candidatos se destaque en las encuestas y la apertura que ha mostrado Uribe en este proceso son tres elementos que dan la pauta de que es posible una alianza incluso en la fórmula presidencial con algún otro nombre que tenga mayor intención de voto.

Hay por los menos dos candidatos con estas características. Una es Marta Lucía Ramírez, que en las últimas presidenciales quedó en tercer lugar y que es la precandidata favorita dentro del Partido Conservador, aunque también podría dejar esa organización política para integrarse al Centro Democrático. El otro nombre es el del ex procurador general Alejandro Ordóñez, que fue uno de los más firmes opositores al acuerdo con las FARC desde el gobierno y que está recorriendo Colombia y juntando firmas para presentar una candidatura independiente que represente a los colombianos que votaron No en el plebiscito sobre el acuerdo de paz.

Si bien las encuestas todavía son prematuras, y cerca de la cuarta parte de los consultados todavía no definió su voto, Ordóñez es el que más apoyo reúne, con 6% de intención de voto, mientras los demás posibles candidatos cuyos nombres maneja el uribismo o el Partido Conservador no superan el 2%. No por esto hay que despreciar el potencial electoral del candidato del Centro Democrático, sea quien sea, ya que otro dato hace evidente el poder que Uribe todavía tiene en la política colombiana: ante la pregunta “¿Quién quisiera que fuera presidente?”, la opción “El que ponga Uribe” se lleva 11% de la intención de voto. Esto es así pese a que las mismas encuestas informan que la imagen negativa de Uribe pasó de 46% a 52% y, por primera vez en muchos años, superó a su imagen positiva, que bajó de 50% a 43%, según la consultora Datexco. Otro estudio, de Cifras y Conceptos, concluye que la opinión negativa sobre Uribe es de 58%, y supera el 50% que tuvo la primera medición de esta firma, hace 15 años.

Los del Sí

Después de que a comienzos de año empezara a implementarse la etapa final del acuerdo de paz con las FARC, el tono de los políticos que estuvieron involucrados en el proceso o que lo respaldaron empezó a cambiar. Las candidaturas empezaron a adivinarse, y la paz pasó a ser un elemento de campaña.

Si bien el acuerdo de paz cuenta con un respaldo mayoritario entre los colombianos, no hay un candidato por la paz, como sí lo hubo en 2014, cuando fue el propio Santos el que buscó la reelección con el respaldo de decenas de partidos de distinta ideología que, entre un candidato favorable a la paz y otro contrario, eligieron respaldar al primero.

La falta de unidad entre los precandidatos que respaldan el actual acuerdo de paz es un problema cuya solución no se puede postergar hasta la segunda vuelta, como se hizo en 2014, porque podría pasar que a esa instancia lleguen dos candidatos que impulsan modificaciones en el acuerdo. Por ejemplo, el que represente al Centro Democrático y el ex vicepresidente Germán Vargas Lleras, que lidera una de las dos encuestas de opinión presentadas la semana pasada (la de Cifras y Conceptos, con 13% de intención de voto) y busca el respaldo de quienes quieren cambiar el acuerdo y no eliminarlo.

El desorden entre quienes son favorables a la paz se ve con claridad en el Partido de la U, el que llevó a Santos a la presidencia en dos oportunidades. Recientemente decidió que no llevará ningún candidato presidencial a las elecciones. Algunos de sus dirigentes reconocieron en declaraciones posteriores a la reunión en la que se tomó esta decisión que el Partido de la U se creó sobre todo por una cuestión electoral y que no cuenta con una plataforma ideológica o de respaldo para sostener a un candidato que no tenga peso propio, como lo tuvo Santos en su momento.

Así, en las encuestas aparecen los nombres de varios precandidatos que son favorables a la paz, pero ninguno de ellos logra despegarse del montón. El ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro aparece en la primera posición de las dos encuestas de la semana pasada, en una con 14% de apoyo y en otra con 13%, empatado con Vargas Lleras.

Un nombre nuevo a escala nacional, el del ex gobernador de Antioquía Sergio Fajardo, del Partido Verde, aparece en las primeras posiciones con entre 8% y 10%. Ni siquiera un nombre tan asociado con el proceso de paz como el de Humberto de la Calle, el ex jefe negociador del gobierno, logra un apoyo fuerte en las encuestas: en la de Datexco aparece con menos de 1% y en la de Cifras y Conceptos, con 3%. Otros nombres vinculados con el proceso, como el de la senadora Piedad Córdoba, tampoco logran superar el 1% de intención de voto.

Conscientes de estas magras posibilidades, la mayoría de los candidatos favorables al acuerdo de paz han anunciado que están más que dispuestos a hacer alianzas que permitan implementarlo, y se prevé que más cerca de las elecciones empiecen a activarse distintos mecanismos para lograrlas.

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