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Militantes de Jair Bolsonaro, frente al condominio residencial donde vive el candidato, en Barra da Tijuca, en Río de Janeiro, Brasil.

Foto: Fernando Souza

El respaldo a Bolsonaro. Dos analistas evalúan la votación obtenida por el ultraderechista

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Las movilizaciones que en 2013 comenzaron en Río de Janeiro y se extendieron por varias de las ciudades más grandes de Brasil fueron el primero de una serie de hechos que derivaron en que el domingo Jair Bolsonaro pasara a la segunda vuelta electoral con 46% de los votos, coincidieron dos analistas políticos brasileños consultados por la diaria.

En 2013 se produjo “una ocupación espontánea de la calle por parte de millones de personas”, recuerda Alberto Pfeifer, coordinador general del grupo de análisis del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Pablo. Se trató de un movimiento popular que “paró a Brasil durante dos o tres semanas”, en el marco del cual se escuchaban reclamos de todo tipo, desde pedidos de que bajara el precio del boleto de ómnibus hasta protestas por la corrupción y por los recursos destinados a la construcción de estadios para el Mundial de Fútbol de 2014. Se trató de un movimiento “espontáneo, caótico y sorpresivo”, que no tuvo una proyección política clara y “quedó por ahí”, agrega.

Un año después, en las elecciones de 2014, se produjo otro punto de quiebre, en este caso político-partidario, señala Jean Tible, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de San Pablo. Ese año Dilma Rousseff logró la reelección en la segunda vuelta tras superar en número de votos a Aécio Neves recién cuando se llegó a 90% del escrutinio. Esto se debió a cómo recibe los informes de las votaciones en todo el país el Tribunal Supremo Electoral: primero se ingresan los del sur y después los del norte, un procedimiento que también hizo que el domingo pasado pareciera en algunos momentos que Bolsonaro ganaría las elecciones en la primera vuelta, porque al comienzo aparecía con 49% o 48% de los votos.

En 2014, el cambio a última hora y el hecho de que Rousseff ganara por tres millones y medio de votos le dieron combustible al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) para cuestionar los resultados. “Neves pidió el recuento de los votos y [el ex presidente Fernando Henrique] Cardoso, que es supuestamente un intelectual moderado, una figura responsable, dijo que el mandato de Dilma era legal pero no legítimo”, señala Tible.

En ese entonces el PSDB era el principal partido de la oposición, y la candidatura de Neves había aglutinado a los más diversos sectores que rechazaban la permanencia del Partido de los Trabajadores (PT) en el poder, desde el conservador Demócratas hasta Marina Silva, que había sido candidata por el Partido Socialista Brasileño (PSB).

Si la segunda vuelta del 28 de octubre será histórica por la presencia de Bolsonaro, la de 2014 lo fue porque prácticamente ningún partido quedó fuera de la contienda. Ese aglutinamiento opositor y el cuestionamiento del PSDB a la validez de las elecciones fueron considerados puntos clave para que fuera posible, ya en 2016, el impeachment a Rousseff.

Pero no todos los aspectos importantes de ese proceso que derivó en la destitución de la presidenta dependieron de los partidos: en gran medida las protestas contra Rousseff (que tuvieron amplia cobertura en los medios, a diferencia de las que la respaldaban, en opinión de Tible) fueron un punto de apoyo importante para que los partidos decidieran votar contra su continuidad en la presidencia.

Existe un vínculo entre las movilizaciones de 2013 y las que rodearon el impeachment, pero también algunas diferencias fundamentales. “El de las protestas contra Rousseff fue un público mucho más viejo, blanco y rico”, que promovió un discurso “que en las palabras apunta contra la corrupción, pero que, de hecho, se oponía al PT”, afirma Tible. Con respecto a las diferencias entre ambas movilizaciones, Pfeifer agrega que, antes del impeachment, “la gente volvió a salir a la calle, pero ya polarizada: por un lado, los que no aceptaban lo que calificaban de golpe de Estado; por otro, los que atribuían a Rousseff, y por extensión al PT, todo el mal manejo de la cosa pública”.

Los dos analistas coinciden en que Bolsonaro supo convertirse en el mejor representante de las autodenominadas “protestas verdeamarelas”, por la omnipresencia de las remeras de la selección brasileña.

“El fenómeno de Bolsonaro resulta de una combinación: él es el que más se acerca a representar la calle después de 2013, es un paladín anti PT y es alguien que maneja con maestría las redes sociales”, señala Pfeifer. A su vez, Tible agrega otro elemento: si bien Bolsonaro es diputado desde hace 27 años y ha apadrinado a sus hijos para convertir a la suya en una familia totalmente establecida en el poder en Brasil, pudo presentarse como un candidato anti establishment o un outsider.

El analista brasileño señala que el dirigente construyó esta imagen a partir de varios elementos: emerge como una figura nueva porque durante muchos años su trabajo legislativo fue muy poco trascendente, dice “un montón de cosas absurdas” que lo hacen parecer una persona “auténtica” a la que no le importa el costo político de sus declaraciones y que mantiene diferencias importantes con otros políticos en cuanto a “su modo de hablar y de comunicarse con las personas”.

Durante toda la campaña Bolsonaro recurrió a frases que funcionaban como eslóganes sencillos, simples, que tuvieron un gran impacto. “Es un discurso directo, emocional, con poca argumentación, baja racionalidad y mucho impresionismo”, apunta Pfeifer, y agrega que “está razonablemente al alcance de las mayorías de la población brasileña”. Además, ese discurso llega en un momento en el que “la gente no está interesada en cómo uno va a hacer las cosas, sino que quiere resultados”.

En este sentido, el analista concluye que en esta campaña preponderó una comunicación “que aleja marcos racionales o disputas ideológicas propositivas y se acerca a un marketing político en el que lo digital tiene un poder hipertrofiado”. Lo digital fue muy bien utilizado por Bolsonaro, que “logra hacer memes, videos cortos o mensajes de Whatsapp con mucho impacto”.

Al ser consultado sobre qué llevó a los brasileños a votar a Bolsonaro, Tible coloca en primer lugar el conservadurismo moral del candidato. Señala que hay en la sociedad brasileña una reacción “muy fuerte” a los “movimientos por las libertades”, que involucra una “pauta moral” presente en otros países de América Latina y que, por ejemplo, se opone a la mal llamada “ideología de género”, a la educación sexual en las escuelas y a la garantía de los derechos de las personas LGBT, entre otras cosas.

Por su parte, Pfeifer destaca los aspectos de la agenda económica. Considera que en materia de derechos hay mucho desconocimiento no sólo de las propuestas del candidato sino incluso de sus ideas más radicales, y que eso también le permitió adueñarse de un voto útil anti PT ya en la primera vuelta. Es decir que Bolsonaro fue votado especialmente por su agenda económica liberal y pese a sus propuestas conservadores en las costumbres.

“El votante de Bolsonaro es conservador en las políticas públicas y liberal en los valores morales, pero sobre todo tiene una visión patrimonialista: lo que yo tengo es mío, el derecho de propiedad privada es sacrosanto, rechazo cualquier amenaza a mi patrimonio. Ese es el hilo conductor de cualquier votante de Bolsonaro”, señala Pfeifer.

Otro aspecto que se ha destacado como un promotor de la victoria de Bolsonaro está vinculado a la seguridad ciudadana, un tema que él puso en el centro de su discurso, a diferencia de su contendiente, Fernando Haddad, del PT. “La percepción de inseguridad ha alcanzado niveles inadmisibles en Brasil”, dice Pfeifer, y agrega que “una parte importante de la población está más tolerante con el exceso en el uso de la fuerza”, si es necesario, para combatir la criminalidad.

También llamó la atención que después de la masiva movilización de mujeres que tuvo lugar el fin de semana previo a las elecciones, el rechazo a Bolsonaro entre las votantes cayó en lugar de crecer. En este sentido, Tible consideró que las protestas no fueron muy difundidas por los medios y que se produjo una “guerra sucia por Whatsapp” que difundía, por ejemplo, imágenes de otras movilizaciones en las que algunas mujeres introducían crucifijos en sus vaginas o aparecían parejas de lesbianas besándose desnudas en la calle. “Eso posiblemente hizo que se pronunciaran líderes de iglesias y generó una ola de tensión”, afirma.

En este sentido, Pfeifer considera que la actual “es una elección de Whatsapp, y los grupos de Whatsapp validan información que puede ser falsa pero tiene validez implícita en los grupos en los que circula, y eso tiene mucho poder de convencimiento”.

Más allá de cuál sea el desenlace de las elecciones brasileñas en la segunda vuelta que se celebrará el 28 de octubre, es más que probable que el “fenómeno Bolsonaro” no se diluya próximamente. “Es un candidato que entusiasma a ciertos sectores, expresa un movimiento social que no es como los que conocemos pero que también viene de la gente, en este caso de clase media y alta”, afirma Tible, y concluye que, por ahora, las que respaldan al candidato “son redes que todavía no comprendemos tanto”.

Primera encuesta

El ultraderechista Jair Bolsonaro ganaría con 58% de los votos la segunda vuelta electoral, según una encuesta que publicó ayer la empresa Datafolha, en la que el candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, aparece con 42%. Estos números tienen en cuenta sólo los votos válidos. Si se consideran también los blancos y anulados, así como el 6% de indecisos, los porcentajes pasan a 49% para Bolsonaro y 36% para Haddad. El sondeo es el primero que se publica desde la votación del domingo.

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