Un hombre disparó en forma indiscriminada en el interior de un bar country ubicado en la localidad de Thousand Oaks, a 60 kilómetros al noroeste de Los Ángeles, en el estado de California, y dejó 12 muertos y 25 heridos.
El atacante –que después se suicidó– fue identificado como Ian Long, un ex soldado de 28 años que según informaron las autoridades ya había tenido incidentes con la Policía y padecía estrés postraumático.
Fuentes de la Policía dijeron a medios estadounidenses que habían tenido varios contactos con Long en los últimos años. Uno de esos casos ocurrió en abril, cuando agentes acudieron a su casa después de recibir una alerta por una pelea. En aquella ocasión, durante el interrogatorio, Long se mostró “furioso y algo irracional”, dijo el sheriff del condado de Ventura al que pertenece Thousand Oaks, Geoff Dean. Pero los policías decidieron no detenerlo porque consideraron que no constituía una amenaza para él mismo ni para otras personas.
Según contaron varios testigos del episodio en el bar, que ocurrió en la madrugada de ayer, vieron ingresar al local a Long, que luego de lanzar granadas de humo, atacó a un vigilante de seguridad y comenzó a disparar a quienes se encontraban allí, en su mayoría estudiantes universitarios. Así siguió durante varios minutos.
Entre quienes murieron en el ataque figura el número dos del sheriff del condado, Ron Helus, que fue alcanzado por varias balas cuando acudió al lugar en respuesta a la primera llamada de emergencia. Helus llevaba 29 años trabajando en la Policía y planeaba jubilarse en breve.
Esta fue una de las peores masacres de los últimos 20 años en Estados Unidos, y se registró apenas dos semanas después de que un atacante neonazi matara a 11 personas en una sinagoga ubicada en la ciudad de Pittsburgh, en el estado de Pensilvania.
En las primeras horas de ayer, el presidente estadounidense, Donald Trump, recurrió a Twitter para transmitir sus condolencias a los familiares de las víctimas del ataque y al mismo tiempo elogió la actuación de los policías. En un comunicado oficial, ordenó que “como muestra de solemne respeto a las víctimas del terrible acto de violencia perpetrado en Thousand Oaks”, todas las banderas estadounidenses ondeen a media asta en la Casa Blanca, así como en todos los edificios públicos del país.
La incidencia de las armas de fuego en la muerte de personas en Estados Unidos es un problema endémico, que lejos de disminuir es cada vez más frecuente. Pese a ello, sólo legisladores del Partido Demócrata han presentado iniciativas para controlar el porte de armas, una práctica que cuenta con una amplia cultura y tradición en Estados Unidos y que es una de las principales causas a las que se atribuyen los miles de incidentes que ocurren cada año en el país, muy por encima de la media de otros países desarrollados.
Si bien no hay cifras exactas, un estudio encargado por el Congreso en 2012 estimó que en Estados Unidos había nueve armas cada diez habitantes. Según datos recogidos por activistas de la Campaña Brady para la prevención de la violencia armada, se calcula que en Estados Unidos cada año mueren más de 33.000 personas a causa de heridas de armas de fuego, lo que equivale a 93 muertes diarias. Cada día, además, otras 222 personas sobreviven tras recibir disparos.
Pero vale aclarar que si bien los medios suelen difundir con frecuencia los casos de terrorismo, violencia policial o de tiroteos como el que se dio en California, casi dos tercios de las muertes por armas de fuego se deben a suicidios.
De acuerdo con un estudio elaborado el año pasado por catedráticos de la Universidad de Alabama, el riesgo de morir por un balazo es 300 veces mayor para un estadounidense que para un japonés. Según se desprendió de esta misma investigación, casi un tercio de los tiroteos masivos en el mundo en el período 1966-2012 se dieron en Estados Unidos, y la tendencia va en alza.