El principio común de las armas de fuego es que la combustión producida en el interior de una cámara empuja un proyectil que se coloca delante. De adentro hacia afuera se alinean un detonante, un material explosivo (pólvora) y una munición. El caño sirve para darle dirección al proyectil.
Los artefactos fabricados por los jóvenes nicaragüenses que enfrentan al gobierno de Daniel Ortega se ajustan al mismo principio, pero falta el cálculo que, en la ingeniería de las armas, relaciona la presión que produce el propelente, la resistencia de la cámara, el peso de la munición y el largo del tubo, todo lo cual determina el alcance y la puntería del disparo. Según testigos, sus morteros son “pura pólvora, con metales y cosas pequeñas que hacen daño y no son nada efectivos, en el sentido de la puntería, pero donde pegan, matan. Es difícil pegar con él y aun así mataron a una policía en las protestas”.
¿De dónde provendrá la pólvora? ¿La fabricarán en casa con polvos robados del laboratorio de la universidad o vaciarán fuegos artificiales? ¿Qué serán las “cosas pequeñas que hacen daño”? ¿Piedras, clavos, tuercas? Quizás su efectividad sea, más que la intimidación y las bajas que producen en un enemigo armado de verdad, el ánimo que infunde en quien la empuña: la autoimagen de guerrero que provee esa cruza de juguete, artesanía y arma de fuego. ¿Son y no son armas, son y no son hombres quienes las cargan, es y no es una disputa verdadera acerca del legítimo monopolio de la violencia armada en Nicaragua?
Si pudiéramos reproducir aquí en buen tamaño las fotos que Susan Meiselas tomó en Nicaragua en los años 1978 y 1979, veríamos las similitudes y las diferencias de la apariencia de las cosas. Pero, ¿y el fondo del asunto? Aquella revolución fue tan importante para tantos de nosotros, tan llena de sentido y de esperanzas, tan joven, heroica, justa y libertaria. ¿En qué momento se jodió?